(Hch 2,1-11) "Empezaron a hablar en lenguas extranjeras"
(1 Cor 12,3b-7.12-13) "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común"
(Jn 20,19-23) "Recibid el Espíritu Santo"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Misa de Pentecostés (22-V-1988)
--- La misión del Hijo y del Espíritu Santo
--- La misión de la Iglesia
--- El Espíritu Santo en la Iglesia.
--- La misión del Hijo y del Espíritu Santo
“Se llenaron todos del Espíritu Santo” (Hch 2,4).
Este es el día (haec est dies), en que el poder del misterio pascual se manifiesta en el nacimiento de la Iglesia.
Este es el día, en que ante Jerusalén -en presencia de los habitantes de la ciudad y de los peregrinos- se cumplen las palabras que dirigió Jesús a los Apóstoles después de la resurrección: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22).
Leemos en los hechos de los Apóstoles: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hch 2,4).
En este discurso, que comprendieron enseguida los que lo escuchaban, incluso los que provenían de distintos países del mundo entonces conocido, se manifiesta el inicio de la misión: “como el Padre me ha enviado, así os mando yo” (Jn 20,21). “Id (por todo el mundo) y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19).
--- La misión de la Iglesia
La Iglesia lleva dentro de sí desde el día de su nacimiento la misión del Hijo y del Espíritu Santo, y, en virtud del Espíritu de verdad, el Espíritu-Paráclito, permanece en ella la misión del Hijo: el Evangelio de la salvación eterna.
“Les oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hch 2,11), exclaman totalmente desconcertados los que participaban en el Pentecostés de Jerusalén.
“ ¡Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas!... Envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra” (Sal 103/104,24.30).
Así se expresa el Salmista.
Sin embargo, “las maravillas de Dios”, que anuncian los Apóstoles el día de Pentecostés por medio de Pedro, tienen un solo nombre: “Jesucristo”. Y hay una sola expresión del poder de Dios, que se ha manifestado entre nosotros: “Jesús es el Señor” (1 Cor 12,3).
Esta gran obra de Dios, la mayor de todas en la historia de la creación y en la historia del hombre, está unida al nombre de Jesús de Nazaret, al Hijo de Dios que “se despojó de su rango tomando la condición de esclavo, que se sometió incluso a la muerte, y una muerte de Cruz, al que Dios levantó y al que Dios le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre": Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (cf. Flp 2,7-9.11).
Señor -Kyrios- significa Dios (Adonai).
--- El Espíritu Santo en la Iglesia.
Precisamente esta verdad, esta “grande, la mayor obra de Dios” es la que anuncia Pedro el día de Pentecostés. Él habla por virtud del Espíritu Santo. “Nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3).
Desde el día de Pentecostés de Jerusalén la Iglesia pronuncia esta verdad salvífica: “Jesús es el Señor”. La anuncian los Apóstoles, la acogen los que los escuchan, procedentes de diversos pueblos y naciones de la tierra. Y confiesan: “ ¡Jesucristo -el crucificado y resucitado- es el Señor!”.
Desde el día de Pentecostés, en virtud del Espíritu Santo -que da la vida- comienza la peregrinación en la fe del nuevo Israel, del pueblo mesiánico.
La dignidad de hijos de Dios en cuyos corazones mora el Espíritu Santo como en un templo, se ha convertido en la herencia de este pueblo. El mandato nuevo de amar como Cristo nos ha amado (cf. Jn 13,34) se ha convertido en su ley. El reino de Dios, comenzado en la tierra por el mismo Dios, se ha convertido en su fin. Así enseña el Concilio Vaticano II: “Este pueblo mesiánico..., aunque no excluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza de salvación” (LG 9).
“La Iglesia es en Cristo como un sacramento... de la unión íntima con Dios” (LG 1).
DP-60 1988
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Así inició la Iglesia su andadura proclamando su mensaje de salvación por todos los rincones del mundo, encontrando en su camino adhesiones agradecidas y heroicas y rechazos enconados e inhumanos.
Y así continúa en el umbral del Tercer Milenio, porque nada ni nadie puede encarcelar al viento o hacerlo desaparecer. Ella recuerda a todos que somos hijos de Dios, quien ha enviado "a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abbá, Padre!" (Gal 4,6). Insistiéndonos en que es Jesucristo quien "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (G.S.,22). Y, sobre todo, que Dios sale a la búsqueda del hombre porque lo ha creado a su imagen y semejanza y lo quiere elevar a la dignidad de hijo suyo. Y lo busca, enseña Juan Pablo II, "porque el hombre se ha alejado de Él, escondiéndose como Adán entre los árboles del paraíso terrestre... Satanás lo ha engañado persuadiéndolo de ser él mismo Dios, y poder conocer, como Dios, el bien y el mal, gobernando el mundo a su arbitrio sin tener que contar con la voluntad divina". Sí, Dios quiere liberar al hombre de la prisión del yo, porque "donde está el Espíritu de Dios, allí está la libertad" (2 Co 3,17).
El autor principal de esta tarea de tan hondo calado es el Espíritu Santo. Él es el alma de la Iglesia, su fuerza, el secreto de su dilatada historia que ha entrado ya en el Tercer Milenio, aunque sus orígenes se remontan a los tiempos de los Patriarcas y Profetas, al Corazón de Dios.
La Liturgia de la Solemnidad de hoy nos invita a suplicar la ayuda constante del Espíritu Santo con una Secuencia realmente hermosa: "Ven, Espíritu divino... Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento..., guía al que tuerce el sendero..., y danos tu gozo eterno".
María, que concibió a Jesucristo por obra del Espíritu Santo y fue dócil a sus inspiraciones, es nuestro modelo: "Ella, la Madre del amor hermoso, será para los cristianos -dice Juan Pablo II- la Estrella que guía con seguridad sus pasos (los de toda la Iglesia) al encuentro del Señor".
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«!Ven, Espíritu Santo!»
I. LA PALABRA DE DIOS
Hch 2, 1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y comenzaron a hablar
Sal 103, 1ab y 24ac.29bc-30.31 y 34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra
1 Co 12, 3b-7. 12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Jn 20, 19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
II. LA FE DE LA IGLESIA
«El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina. Desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu» (731).
«En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu hace entrar al mundo en los «últimos tiempos», el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado» (732).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«¡Ven, Espíritu Santo,! descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos» (Secuencia del día).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
En Pentecostés se vuelve a proclamar el Evangelio del Domingo II de Pascua. Coinciden los comienzos y el fin del Tiempo pascual y ambos abrazan los Cincuenta días «como un solo día que no conoce ocaso... como un gran Domingo». El domingo de Pentecostés destaca el envío de la Iglesia al mundo, impulsada por el Espíritu Santo.
«La misión es trinitaria, del Padre al Hijo y de éste, "en el Espíritu", a la Iglesia. Agente decisivo de la primera fue el Espíritu, desde la encarnación hasta la resurrección. Y lo será también de la segunda, «pues la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento» (cf 737; 797).
«En la misión se coloca en primer plano el perdón de los pecados, porque Jesús fue enviado a liberar a los hombres de la esclavitud más grande, la del pecado... obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas» (549 y 430). Lo mismo la Iglesia que recibió la misión del Jesús (cf 976).
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
«El Espíritu y la Iglesia en "los últimos tiempos"»: 731-741.
«La Iglesia, Templo del Espíritu Santo»: 797-801.
La respuesta:
Catequesis sobre el misterio de la Iglesia: 770-776.
La misión tarea permanente de la Iglesia y de todos sus miembros: 849-852; 863.
C. Otras sugerencias
Los carismas: son dones de Dios a la Iglesia y al mundo; se han de ejercer en la unidad y caridad del Cuerpo de Cristo; requieren, por tanto, el discernimiento de los pastores de la Iglesia (cf 799-801).
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