Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Am 6,1a.4-7) "¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria!"
(1Tim 6,11-16) "Combate el buen combate de la fe"
(Lc 16,19-31) "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía para la Asociación de Santa Cecilia (25-IX-1983)
--- La oración gozosa
--- El himno de Cristo a Dios Padre
--- El canto en el Nuevo Testamento
--- La oración gozosa
“Los que cantáis al son del Salterio/ y creéis imitar a David usando instrumentos musicales...” (Am 6,45).
Esta palabras están dirigidas por el profeta Amós “a los que nadáis en la abundancia en medio de Sión y a los que vivís sin ningún recelo en el monte de Samaría” y que, por el contrario, están ya al borde de la derrota y a las puertas de la deportación y del exilio.
En la nueva Alianza los cristianos, renacidos a la nueva vida, somos los verdaderos David, que alabamos a Dios con un canto nuevo, el canto de la redención. Junto con el Salmista cantamos al Padre: “Escucha Señor, mi voz... A ti habla mi corazón; buscad su rostro, tu rostro, oh Señor, yo busco. No me escondas tu rostro” (Sal 26/27,7-9).
Estas vibrantes invocaciones expresan el anhelo del alma hacia las realidades sobrenaturales, según la viva recomendación de San Pablo: “Buscad las cosas de arriba... Pensad en las cosas de arriba” (Col 3,15); anhelo que se traduce en la oración del corazón. En el cristiano que goza de la vida nueva y en el que vive en el mismo Cristo -Verbo del Padre- tal oración asume un tan gran fervor que se expresa y exalta en el canto.
--- El himno de Cristo a Dios Padre
Esta oración, en la forma más perfecta, es levantada por Cristo al Padre. Cristo, en efecto, como desde la eternidad, también después de su encarnación, resurrección y ascensión, continúa cantando, en cuanto mediador e intérprete de la humanidad, las alabanzas y la gloria del Padre, y también las aspiraciones y los deseos de los hombres.
Como el Espíritu es quien da a nuestras frágiles fuerzas la capacidad de exclamar: “Abba-Padre” (cfr. Rm 8,15) este mismo Espíritu nos da también la capacidad de hacer plena nuestra plegaria, haciéndola estallar de gozo santo con la alegría del canto y de la música, según la exhortación de San Pablo: “Llenaos del Espíritu, entreteniéndoos con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando y loando al Señor con todo vuestro corazón” (Ef 5,19).
Consecuencia de esta actividad exterior son: el hombre nuevo que debe revestir la imagen del Creador y cantar “un cántico nuevo”; una nueva vida cantando a Dios con todo corazón y con gratitud (cfr. Col 3,16). Comentando las palabras del Salmo 32: “Cantad al Señor un cántico nuevo”, San Agustín exhortaba así a sus fieles y también a nosotros: “Desde el hombre nuevo, un Testamento Nuevo, un cántico nuevo. El nuevo canto no se destina a hombres viejos. No lo aprenden sino los hombres renovados, por medio de la gracia, de lo que era viejo: hombres pertenecientes ya al Nuevo Testimonio, que es el reino de los cielos. Todo nuestro amor a Él suspira y canta un cántico nuevo. Elevemos, sin embargo, un cántico nuevo no con la lengua sino con la vida”.
--- El canto en el Nuevo Testamento
En la nueva Alianza el canto es típico de aquellos que han resucitado con Cristo. En la Iglesia sólo quien canta con estas disposiciones de novedad pascual -es decir, de renovación interior de vida- es verdaderamente un resucitado. Así, mientras en el AT la música podía tal vez oírse en el culto ligado a los sacrificios materiales, en el NT llega a ser “espiritual”, análogamente al nuevo culto y a la nueva liturgia, de la que es parte importante y es escuchada a condición de que inspire devoción y recogimiento interiores.
“Cantad al Señor un cántico nuevo”. Cristo es el Himno del Padre y, con la Encarnación, ha entrado a la Iglesia este mismo Himno, es decir, a sí mismo, para que lo perpetuase hasta su retorno. Ahora todo cristiano está llamado a participar en este Himno y a hacerse él mismo en Cristo “Cántico nuevo” al Padre celestial.
Naturalmente, tal cántico nuevo, que resuena en mí y en vosotros como prolongación del Himno eterno que es Cristo, debe estar en sintonía con la perfección absoluta, con que el Verbo se dirige al padre, de modo que en la vida, en la fuerza de los afectos y en la belleza del arte se realicen completamente la unidad entre nosotros, miembros vivos, con Cristo, nuestra cabeza. “Cuando alabáis a Dios, alabadlo con todo vuestro ser; cante la voz, cante el corazón, cante la vida, canten las obras” es también la incisiva recomendación de San Agustín.
DP-265 1983
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Hay que comer para vivir y no vivir para comer como el rico Epulón del que nos habla Jesús, el cual parece que no tiene otro dios que el vientre y no piensa "más que en las cosas de la tierra" como se quejaba S. Pablo (Cf Flp 3,19).
Este modo de conducirse va embotando poco a poco la conciencia volviéndola torpe y casi incapaz para los bienes del espíritu: "El hombre animal no capta las cosas del Espíritu de Dios; para él son necedad. Y no las puede entender, porque sólo pueden ser juzgadas espiritualmente" (1 Cor 2,14).
"La sensualidad, afirma J. Green, prepara el lecho a la incredulidad". La tendencia a no valorar sino lo que se puede tocar y resulta placentero, el excesivo afán de comodidad y lujo, conduce al olvido de Dios y de los demás originando una suerte de inflamación del egoísmo. "Los ojos que se quedan como pegados a las cosas terrenas, enseña S. Josemaría Escrivá, pero también los ojos que, por eso mismo, no saben descubrir las realidades sobrenaturales". Esto queda ilustrado por Jesús en la petición que pone en boca del rico cuando descubre que el infierno es verdad, que si se vive según la carne, en expresión de S. Pablo, no se alcanzará la inmortalidad dichosa, pero, si con el espíritu se moderan las malas inclinaciones del cuerpo, se alcanzará esa meta (Cf Rm 8,13).
Es más, cuando el rico insiste para que Lázaro vaya a casa de su padre y alerte a sus cinco hermanos a fin de que "no vengan también ellos a este lugar de tormento", Jesús se muestra escéptico ante la posibilidad de que un milagro les abra los ojos y los oídos a quienes piensan que con la muerte se acaba todo y viven en un egoísmo sin corazón y sordos a la palabra de Dios.
"Si no escuchan a Moisés y los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto". Quien no se inclina ante la palabra de Dios, tampoco lo hará ante el mayor de los milagros. La petición de señales prodigiosas como una aparición, es una escapatoria que, por otra parte, siempre se podría explicar como una ilusión de nuestra fantasía, una alucinación, para seguir anclados en una vida de regalo y de insolidaridad. Esto queda confirmado con esta sentencia: "Esta generación mala y adúltera pide una señal, pero no se le dará" (Mt 16,4; Mc 8,12). Jesús condena aquí el materialismo que se cierra al espíritu, viviendo como si Dios no existiera y no hubiera insistido en que no somos dueños de los bienes de la tierra sino administradores. "La pobreza, afirma S. Agustín, no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad; y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo y su insensibilidad".
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
Amor a los pobres
I. LA PALABRA DE DIOS
Am 6, 1.4-7: Los que lleváis una vida disoluta, iréis al destierro
Sal 145, 7.8-9a.9bc-10: Alaba alma mía, al Señor
1 Tm 6,11-16: Guarda el Mandamiento, hasta la venida del Señor
Lc 16, 19-31: Recibiste bienes y Lázaro males; ahora él encuentra consuelo, mientras que tú padeces
II. LA FE DE LA IGLESIA
«Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprende a los que se niegan a hacerlo: ``A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda' (Mt 5,42). ``Gratis lo recibisteis, dadlo gratis' (Mt 10, 8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres. La buena nueva ``anunciada a los pobres' (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo» (2443).
«El amor de la iglesia a los pobres pertenece a su constante tradición. está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús, y en su atención a los pobres. El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de ``hacer partícipe al que se halle en necesidad' (Ef. 4,28). No abarca solo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa» (2444).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo porque en ellos servimos a Jesús» (Sta. Rosa de Lima) (2449).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
El profeta Amós destaca en el Antiguo Testamento por la dureza de los términos con que condena el egoísmo y el ansia de placer de los ricos.
La parábola que se proclama en el Evangelio la recoge sólo S. Lucas y es una crítica de Jesús a los ricos que no se preocupan de los necesitados. Quien tiene embotados los sentidos del alma por el excesivo bienestar no escucha la Palabra de Dios, ni le sirven los milagros.
El resumen de las recomendaciones pastorales contenidas en esta carta es el fidelidad a Cristo y a sus mandamientos, que es el entero depósito de la fe confiado al sucesor del apóstol.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
̶ Dios bendice, en Jesucristo, a los que aman a los pobres: 525; 544; 2443.
El amor de la Iglesia a los pobres: 2444-2446.
La respuesta:
La obras de misericordia: 2447-2449.
̶ Justicia y solidaridad entre las naciones: 2437-2442.
C. Otras sugerencias
Hoy se ve más la pobreza y la miseria. Los medios de comunicación han roto las fronteras de nuestros pueblos y vemos el hambre y la muerte por pobreza en muchos países. Sin embargo, como el rico de la parábola, en medio de las comodidades podemos no ver nada ni a nadie.
El Evangelio y la enseñanza de la Iglesia es claro: el amor a los pobres es una exigencia del discípulo de Jesús. Y para amarlos hay que verlos. La Pobreza es una situación concreta que afecta a personas concretas, cercanas, quizá. Todos son cercanos, pues todos son prójimos.
Sólo se ama lo que se ve, y para ver hay que dejar la vida cómoda que embota la sensibilidad, de ahí la denuncia del profeta.
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