Domingo de la semana 30 de tiempo ordinario; ciclo C

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Ecli 35,15-17.20-22) "El Señor es el juez y no hay en Él acepción de personas"
(2 Tim 4,6-8.16-18) "He guardado la fe"
(Lc 18,9-14) "Todo hombre que se ensalza será humillado"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la basílica de S. Pablo Extramuros (23-X-1983)

--- El designio divino de salvación universal
--- La acción misionera de la Iglesia: requiere “batalla”
--- La acción misionera de la Iglesia: dirigida, preferentemente, a “los pobres”

--- El designio divino de salvación universal

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25).

Deseamos “bendecir” al padre por la revelación de los misterios divinos, por el designio divino de la salvación del hombre y del mundo: “cosas que ha revelado a la gente sencilla”.

De todos los Apóstoles del Señor, fue Pablo de Tarso quien convirtió en misión universal la revelación recibida ante las murallas de Damasco, la convirtió en una gran obra misionera según escribe él mismo en la Carta a Timoteo: “Para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles” (2 Tim 4,17). Al acercarnos a las Cartas paulinas descubrimos de modo nuevo la honda verdad de las palabras de Cristo cuando ordenó a los Apóstoles con la potencia de la cruz y resurrección: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

--- La acción misionera de la Iglesia: requiere “batalla”

“He combatido bien la batalla” (2 Tim 4,7), nos ha dicho el mismo Pablo en la segunda lectura. ¿Cómo no descubrir en estas palabras un santo orgullo por haber cumplido el mandato misionero? Este aspecto “batallador” de la acción misionera se ha de entender bien, claro está; pero no hay duda de que debe formar parte esencial de la misma. Batalla espiritual que es preciso luchar con habilidad y valentía, dispuestos al sacrificio, hasta conseguir la victoria. ¿Qué victoria? La liberación de las almas por la Sangre de Cristo.

Es batalla en favor de las personas que todavía están lejos de la luz de Cristo; por tanto batalla cuyo móvil es el amor a quien está aún prisionero del error, la miseria, el mal.

Al ejemplo estimulante de Pablo se añade la voz apremiante de los pobres desconocedores del anuncio evangélico; a ellos debemos la palabra de salvación (cfr. Rom 1,14), del Evangelio que es poder de Dios para salvación de todo el que cree (cfr. Rom 1,16).

--- La acción misionera de la Iglesia: dirigida, preferentemente, a “los pobres”

“Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha” (Sal 33/34, 7a), proclama el estribillo del Salmo responsorial. Porque “los gritos de los pobres atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa” (Sir 35,21).

Pero los pobres claman también a nosotros. Dios les escucha. ¡Escuchémosle igualmente nosotros! Y a ellos pertenece la “Buena Noticia”. Nosotros la hemos recibido: debemos transmitirla a ellos, a los hambrientos de verdad, justicia y paz. Debemos hacerles llegar el verdadero significado de la vida donde se encuentren.

Y el esclarecimiento mejor de esta verdad se encuentra en el Evangelio de hoy, en la parábola del fariseo y el publicano. La “pobreza de espíritu” aquí es sinónimo de apertura interior a la luz y acción de Dios, al don de la salvación que llega al alma del hombre mediante la potencia de la cruz de Cristo por obra del Espíritu Santo.

A continuación llega también la misma justificación ante Dios, que obtuvo precisamente el publicano de la parábola de hoy, no el fariseo.

Aquí están, por tanto, las raíces más hondas de la misión salvífica de la Iglesia, y de ellas brota la obra misionera. Participa en esta misión la “Iglesia de los pobres”, cuyo primer modelo es la Madre de Cristo y Reina de los Apóstoles. Pues en ella se hizo “pobre” el Hijo eterno de Dios e Hijo de María, que la enriquece infinitamente. Esta obra transmite sin cesar a los hombres y a los pueblos la pobreza que enriquece universalmente, pobreza que “revela” y transmite a la “gente sencilla” el Padre, Señor del cielo y de la tierra.

La obra de la Iglesia busca apoyo continuo en la oración, que es el más potente de todos los “medios de los pobres” del reino de Dios: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa” (Sir 35,21).

DP-286 1983

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Yo soy una persona honrada. No miento. No critico (salvo al árbitro y a los políticos). No extorsiono a nadie ni me quedo con lo que no es mío. Tengo una familia y trato de educar a mis hijos y prepararles un futuro digno... Lo cual en el mundo en que vivimos ya es algo. No soy como los demás..., ni como ese publicano. Tal vez no se hace nada malo deliberadamente, y si se hizo se pide perdón y se rectifica. Pero, ¿podemos garantizar que hay un empeño sostenido por agradar a Dios y por el bien de los demás?

Con una cierta complacencia van enumerando algunos lo que de bueno realizan -cuando la mano derecha no debería enterarse de lo que hace la izquierda- y olvidando que delante de Dios siempre seremos deudores y, por mucho que hagamos, nunca será bastante, tan sólo hemos hecho lo que teníamos obligación de hacer (Cf Lc 17,10).

¡Qué pagados de sí mismos viven algunos! Yo tengo mi moral. La conciencia no me acusa de nada. Soy fiel a mí mismo. ¡Cuántos que por un progresivo encariñamiento con la vida cómoda y un código moral a la carta, como suele decirse, han ido anestesiando su conciencia y viven orgullosos de su propia rectitud! ¡Nadie es buen juez en causa propia, como afirma el sentir popular! "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros", asegura con rotundidad S. Juan (1 Jn 1,8).

Acudir al templo y ponerse en la presencia de Dios con la conciencia dolorida por nuestras ofensas y olvidos, es lo que nos justifica ante Dios, "porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido", como nos dice Jesús en esta soberbia parábola. Un poco de meditación con el Santo Evangelio y un examen más detenido de nuestro modo de obrar nos ayudaría a despabilar la conciencia despertándola de ese sueño complaciente.

Un vistazo más detenido a las distintas habitaciones y enseres de esa casa nuestra que es el alma, tal vez descubriría que el polvo se ha amontonado en algunos rincones, que hay desperfectos y cosas que no funcionan. ¿Quién es lo bastante bueno como para asegurar que ordinariamente se extralimita en sus deberes con Dios, con los demás y consigo mismo? ¿Quién puede asegurar honestamente que ha mantenido cerradas las puertas y ventanas de su corazón a la suciedad exterior o que alguna rata incluso no se ha introducido en la bodega donde guardamos las provisiones? Examinarse, para ver como vamos es tan necesario como llevar el coche al taller, el traje a la tintorería o ir al médico de tanto en tanto. Nos conoceríamos mejor y abandonaríamos ese aire satisfecho que en el plano moral es inapropiado.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

!Señor, enséñanos a orar!

I. LA PALABRA DE DIOS

Si 35,15-17.20-22: Los gritos del pobre atraviesan las nubes
Sal 33, 2-3.17-18.19 y 23: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
1 Tm 4,6-8.16-18: Ahora me aguarda la corona merecida
Lc 18, 9-14: El publicano bajó a su casa justificado; el fariseo, no

II. LA FE DE LA IGLESIA

«En el Nuevo Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada» (2620).

«En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su nombre. El mismo escucha las plegarias que se le dirigen» (2621).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo no nos empujase a proferir este grito: !Abbá, Padre!» (S. Pedro Crisólogo) (2777).

«San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros» (2616).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

La parábola de la oración del fariseo y del publicano muestra que la oración, además de confiada y constante, ha de ser humilde. En el libro sapiencial del Eclesiástico se subraya la perseverancia de los humildes en la oración. Ello es lo que mueve a Dios.

Las últimas palabras de la primera carta a Timoteo son como el testamento espiritual de S. Pablo: él ha mantenido la fe y ésta le sostiene a él ante la prueba final y del martirio.

El sentido del acto penitencial del comienzo de la celebración eucarística nos dispone a la escucha de la Palabra, a la oración de petición, alabanza y acción de gracias que la Santa Misa contiene.

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

Jesús ora: 2598-2606.

La respuesta:

Jesús enseña a orar: 2607-2615.

Jesús escucha la oración: 2616.

C. Otras sugerencias

En los domingos del TIEMPO ORDINARIO hemos recibido las enseñanzas de Jesús sobre la vida moral y la vida de oración. La parábola del fariseo y del publicano nos ayuda a recapitular nuestras reflexiones sobre la vida de oración.

El único maestro de oración: Jesús. El ora y enseña a orar.

La oración cristiana es audaz y humilde: son actitudes compatibles como se ve en el publicano. Sólo el pobre, primera lectura, es audaz en su humildad.

La oración del pobre es escuchada. ¿Quién puede presentarse rico ante Dios?

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