Aula Pablo VI

Audiencia del Papa a los alumnos de los Pontificios Colegios y Convictorios de Roma

El encuentro tuvo la forma de diálogo. Durante más de una hora, tras el saludo del Cardenal Beniamino Stella, Prefecto de la Congregación para el Clero, el Papa respondió espontáneamente, sin papeles, a las preguntas de seminaristas y sacerdotes que estudian en Roma.

Buenos días, os agradezco mucho vuestra presencia. Le doy las gracias al Cardenal Stella por sus palabras, y os pido perdón por el retraso. Sí, porque están aquí los Obispos mexicanos en visita ad Limina… y cuando estás con los mexicanos, se está tan bien, tan bien, que el tiempo pasa sin darte cuenta. 

A los 146 de vosotros que sois de los países del Medio Oriente, y algunos de Ucrania, quiero deciros que estoy muy cerca de vosotros en este momento de sufrimiento: de verdad, ¡muy cerca!, con la oración. ¡Se sufre tanto en la Iglesia! Sufre mucho la Iglesia, y la Iglesia que sufre es también la Iglesia perseguida en algunos sitios. ¡Yo estoy muy cerca de vosotros! Gracias. Y ahora quisiera que… Había unas preguntas, yo las he vistos, pero si queréis cambiarlas o hacerlas un poco más espontáneas, no hay ningún  problema, con toda libertad.

Buenos días, Santo Padre. Me llamo Daniel, vengo de los Estados Unidos, soy diácono y estoy en el Colegio Norteamericano. Nosotros hemos venido a Roma sobre todo por una formación académica y para mantener la fe en ese empeño. ¿Cómo no dexuidar una formación sacerdotal integral, tanto a nivel personal como comunitario? Gracias.

Gracias por la pregunta. Es verdad: el fin principal de vosotros, aquí, es la formación académica: hacer la tesis en esto, o en aquello… Pero está el peligro del academicismo. Sí, los Obispos os envían aquí para que tengáis un título, pero también para volver a la diécesis. Pero en la diócesis tenéis que trabajar en el presbiterio, como presbiteri, presbíteros titulados. Y si uno cae en ese peligro del academicismo, vuelve no el ‘padre’, sino el ‘doctor’. Y eso es peligroso.

Hay cuatro pilares en la formación sacerdotal: esto lo he dicho muchas veces, quizá ya me lo hayáis oído. Cuatro pilares: la formación espiritual, la formación académica, la formación comunitaria y la formación apostólica. Es verdad que aquí, en Roma, se subraya —y para eso estáis aquí— la formación intelectual; pero los otros tres pilares hay que cultivarlos, y los cuatro interactúan entre sí, por lo que yo no entendería un cura que venga a conseguir un título aquí, en Roma, y que no tenga una vida comunitaria —eso no va—, o no cuide la vida espiritual —la Misa diaria, la oración diaria, la lectio divina, la oración personal con el Señor—, o la vida apostólica. En el fin de semana hacer algo, cambiar un poco de aires, pero también aires apostólicos, hacer algo… Es verdad que el estudio es una dimensión apostólica; pero es importante que también los otros tres pilares se cuiden.

El purismo académico no sienta bien: nada bien. Y por eso me ha gustado tu pregunta, porque me da la oportunidad de deciros estas cosas. El Señor os ha llamado a ser sacerdotes, a ser presbíteros: esta es la regla fundamental. Pero hay otra cosa que quisiera subrayar: si solo se ve la parte académica, está el peligro de deslizarse en ideologías, y eso nos enferma. Y enferma también la concepción de la Iglesia. Para entender la Iglesia hay que comprenderla desde el estudio, pero también desde la oración, desde la vida comunitaria y desde la vida apostólica. Cuando caemos en una ideología, y vamos por ese camino, tendremos una hermenéutica no cristiana, una hermenéutica de la Iglesia ideológica. Y eso hace daño, es una enfermedad. La hermenéutica de la Iglesia debe ser la hermenéutica que la misma Iglesia nos ofrece, la que la misma Iglesia nos da. Comprender la Iglesia con ojos de cristiano; entender la Iglesia con mente de cristiano; cmprender la Iglesia con corazón cristiano; entender la Iglesia desde la actividad cristiana. Si no, la Iglesia no se comprende, o acaba malentendida. Por eso, es importante subrayar, sí, el trabajo académico porque para eso estáis aquí; pero sin descuidar los otros tres pilares: la vida espiritual, la vida comunitaria y la vida apostólica. No sé si esto responde a tu pregunta… Gracias.

Buenos días, Santo Padre. Soy Tomás, de China. Soy seminarista del Colegio Urbano. A veces, vivir en comunidad no es fácil: ¿qué nos aconseja, partiendo también de su experiencia, para hacer de nuestra comunidad un lugar de crecimiento humano y espiritual y de ejercicio de caridad sacerdotal?

Una vez, un viejo obispo de América Latina decía: “Es mucho mejor el peor seminario que el no-seminario”. Si uno se prepara para el sacerdocio solo, sin comunidad, eso hace daño. La vida del seminario, es decir, la vida comunitaria, es muy importante. Es muy importante porque se comparte con los hermanos que caminan al sacerdocio, y también hay problemas, habrá peleas: luchas de poder, luchas de ideas, hasta luchas ocultas; y salen los vicios capitales: la envidia, los celos… Pero también salen las cosas buenas: las amistades, el intercambio de ideas, y eso es lo importante de la vida comunitaria. La vida comunitaria no es el paraíso: si acaso, el purgatorio… No, no es eso, ¡pero tampoco el pariso! Un santo jesuita decía que la mayor penitencia, para él, era la vida comunitaria. Es verdad ¿no? Por eso creo que debemos avanzar en la vida comunitaria. ¿Cómo? Hay cuatro o cinco cosas que nos ayudarán mucho. ¡Nunca jamás criticar a los demás! Si tengo algo contra otro, o no soy de su opinión: ¡a la cara! Porque nosotros, los clérigos, tenemos la tentación de no hablar a la cara, de ser demasiado diplomáticos, con ese lenguaje clerical, ¿verdad? ¡Pues, nos hace daño! ¡Está mal!

Recuerdo una vez, hace 22 años, que acababa de ser nombrado obispo, y tenía como secretario en aquella vicaría —Buenos Aires se divide en cuatro vicarías— a un sacerdote joven, recientemente ordenado. En los primeros meses hice algo y tomé una decisión un poco diplomática —demasiado diplomática— con las consecuencias que vienen de las decisiones que no se toman con el Señor. Al final le dije: “Mira qué problema tengo, y no sé cómo arreglarlo”. Él me miró a la cara —era muy joven— y me dijo: “Ha hecho usted mal: no ha tomado una decisión paterna”, y me dijo tres o cuatro cosas de esas fuertes. Luego, cuando se fue, pensé: A este no lo alejaré nunca del puesto de secretario: ¡este es un verdadero hermano!

En cambio, los que te dicen las cosas bonitas por delante y luego no tan bonitas por detrás… Es importante esto… Las murmuraciones son la peste de una comunidad: se habla a la cara, siempre. Y si no tienes el valor de hablar a la cara, habla con el superior o con el director, y él te ayudará. Pero no ir por las habitaciones de los compañeros para criticar. Se dice que murmurar es cosa de mujeres: ¡pues también de varones, también de nosotros! ¡Murmuramos mucho! Y eso destruye la comunidad. Otra cosa es oír, escuchar las diversas opiniones y discutirlas, pero bien, buscando la verdad, buscando la unidad: eso ayuda a la comunidad.

Uan vez, acudí a mi padre espiritual —era yo estudiante de filosofía; él era un filósofo, un metafísico, pero era un buen padre espiritual— y salió el problema de que tenía rabia contra uno. "Contra este, por esto, y esto, y esto…"; le dije al padre sspiritual todo lo que llevaba dentro. Él me hizo una sola pregunta: “Dime, ¿has rezado por él?”. Nada más. Y yo le dije: “No”. Y él se quedó callado. “Pues hemos terminado”, me dijo. Rezar, rezar por todos los miembros de la comunidad, y rezar principalmente por aquellos con los que tengo problemas o a los que no quiero tanto, porque no querer a una persona algunas veces es algo natural, instintivo. Rezar, y el Señor hará el resto. Pero rezar siempre. La oración comunitaria. Os aseguro que si hacéis esas dos cosas, la comunidad irá adelante, se podrá vivir bien, se podrá hablar bien, se podrá discutir bien, se podrá rezar bien juntos. Dos cosas pequeñas: no murmurar de los demás y rezar por aquellos con los que tengo problemas. Puedo decir más, pero creo que esto es suficiente.

Buenos días, Santo Padre. Me llamo Charbelle, soy un seminarista del Líbano y me estoy formando en el Colegio Sedes Sapientiae. Antes de hacer la pregunta, quisiera agradecerle su cercanía a nuestro pueblo del Líbano y de todo el Medio Oriente. Mi pregunta es esta: el año pasado dejó usted su tierra y su patria. ¿Qué nos recomienda para gestionar mejor nuestra llegada y estancia en Roma?

Bueno, es diferente vuestra llegada a Roma que el cambio de diócesis que me han hecho a mí: es un poco diferente, pero está bien… Recuerdo la primera vez que dejé mi tierra para venir a estudiar aqui… Primero está la novedad, es la novedad de las cosas, y debemos ser pacientes con nosotros mismos. Los primeros tiempos son como un tiempo de confianza: todo es bonito, ah, las novedades, las cosas…; pero eso no está mal, es así. A todos nos pasa, a todos nos ocurre que las cosas sean así. Y luego, volviendo a uno de los pilares, lo primero la integración en la vida de la comunidad y en la vida del estudio, directamente. He venido para eso, a hacer eso. Y luego, buscar un trabajo para el fin de semana, un trabajo apostólico: es importante. No quedarse encerrados ni estar dispersos. Pero los primeros tiempos son los tiempos de las novedades: "me gustaría hacer esto, ir a ese museo, o a esa película, o esto, aquello…". Pues adelante, no te preocupes, es normal que pase eso. Pero luego, tomarlo en serio. ¿Qué he venido a hacer? Estudiar. Estudia en serio. Y aprovecha tantas oportunidades que nos da esta estancia. La novedad de la universalidad: conocer gente de tantos sitios diferentes, de tantos Países distintos, de tantas culturas diversas; la oportunidad del diélogo entre vosotros: "¿Cómo es esto en tu patria? ¿Y cómo es aquello? Pues en la mía es…"; Este intercambio hace mucho bien, mucho bien. Creo que sencillamente no diría más. Pero no te asustes por la alegría de las novedades: es la alegría del primer noviazgo, antes de que empiecen los problemas. Adelante. Pero luego, tomatelo en serio.

Buenos días, Santo Padre. Soy Daniel Ortíz y soy mexicano. Aquí es Roma vivo en el Colegio María Mater Ecclesiae. Santidad, en la fidelidad a nuestra vocación necesitamos un constante discernimiento, vigilancia y disciplina personal. Usted, ¿cómo lo hizo, cuando era seminarista, cuando era sacerdote, cuando era obispo y ahora como Pontífice? ¿Qué nos aconseja al respecto? Gracias.

Gracias. Tú has dicho la palabra vigilancia. Eso es una actitud cristiana: la vigilancia. La vigilancia de uno mismo: ¿qué pasa en mi corazón? Porque donde está mi corazón está mi tesoro. ¿Qué pasa ahí? Dicen los Padres orientales, que se debe conocer bien si mi corazón está en una turbulencia o mi corazón es tranquillo. Primera pregunta: vigilancia de tu corazón: ¿está in turbulencia? Si está en turbulencia, no se puede ver lo que hay dentro. Como el mar, ¿verdad? No se ven los peces cuando el mar está agitado.

El primer consejo, cuando el corazón esté en turbulencia, es el consejo de los Padres rusos: acudir bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Acordaos que la primera antífona latina es esa, precisamente: Sub tuum presidium confúgimus Sancta Dei Genitrix. Lo primero, ir ahí, y esperar a que haya un poco de calma: con oración, con confianza en la Virgen. Es curioso, ¿verdad? Vigilar. ¿Hay turbulencia? Lo primero, ir allí, y esperar allí a que haya un poco de clama: con la oración, con confianza en la Virgen… Alguno de vosotros me dirá: “Pero, en este tiempo de tan buena modernidad, de psiquiatría, de psicología, en esos momentos de turbulencia creo que sería mejor ir al psiquiatra para que me ayude”. No lo descarto, pero antes ir a la Madre: porque un cura que se olvida de la Madre, y sobre todo en los momentos de turbulencia, algo le falta. Es un cura huérfano: ¡se ha olvidado de su madre! En los momentos difíciles es cuando el niño va acude a su madre, siempre. Y nosotros somos niños en la vida espiritual: ¡no lo olvidéis nunca! Vigilar cómo está mi corazón. Tiempo de turbulencia, ir a buscar refugio bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Así lo dicen los monjes rusos, y en verdad es así.

¿Y luego qué hago? Procuro entender lo que sucede, pero siempre en paz. Entender en paz. Luego, vuelve la paz y puede hacer la discussio conscientiae. Cuando estoy en paz no hay turbulencia: “¿Qué ha pasado hoy en mi corazón?”. Eso es vigilar. Vigilar no es ir a la sala de tortura, es mirar el corazón. Tenemos que ser dueños de nuestro corazón. ¿Qué siente mi corazón, qué busca? ¿Qué me ha hecho hoy feliz y qué no me ha hecho feliz? No acabéis la jornada sin hacerlo. Una pregunta que y o hacía, como obispo, a los sacerdotes, era: “Dime, ¿cómo te vas a la cama?”. Y ellos no me entendían. “¿Qué quiere decir?”. “Sí, ¿que cómo acabas el día?”. “Oh, destrozado, porque hay mucho trabajo en la parroquia, muchísimo… Luego ceno un poco, me tomo un bocado y me voy a dormir, o veo la tele y me relajo un poco…”. “¿Y no pasas antes por el sagrario?”. Hay cosas que nos hacen ver dónde está nuestro corazón. Nunca, jamás —y esto es vigilancia— terminar la jornada sin ir un poco allí, al sagrario, delante del Señor: mirar y preguntar. ¿Qué ha pasado en mi corazón? En los momentos tristes, en los momentos felilces: ¿cómo era esa tristeza? ¿Cómo era esa alegría? Eso es vigilancia. Vigilar también las depresiones y los entusiasmos. “Hoy estoy flojo, no sé lo que me pasa”. Vigilar: ¿por qué estoy flojo. Quizá tengas que ir a alguien que te ayude. Eso es vigilancia. “¡Estoy feliz!". ¿Por quéestoy feliz hoy? ¿Qué ha pasado en mi corazón? Esto no es una introspección estéril, no, no. Eso es conocer el estado de mi corazón, mi vida, cómo camino por la senda del Señor. Porque si no hay vigilancia, el corazón se va por todas partes, y la imaginación va detrás: “venga, venga…”; y luego se puede acabar nada bien. Me gusta la pregunta sobre la vigilancia. No son cosas antiguas, no son cosas superadas. Son cosas humanas, y como todas las cosas humanas, son eternas. Las llevaremos siempre con nosotros. Vigilar el corazón era propio la sabiduría de los primeros monjes cristianos, enseñaban eso, a vigilar el corazón.

¿Puedo hacer un paréntesis? ¿Por qué he hablado de la Virgen? Yo os aconsejo lo que os he dicho antes: buscar refugio… Un buen trato con la Virgen nos ayuda a tener un buen trato con  la Iglesia: las dos son Madres. Conoceréis el bonito texto de San Isaac, abad de la Estrella: lo que se pude decir de María se puede decir de la Iglesia y también de nuestra alma. Las tres son femeninas, las tres son Madres, las tres dan vida. El trato con la Virgen es un trato de hijo… Vigilad eso: si no se tiene un buen trato con la Virgen, entonces se está huérfano de corazón. Recuerdo una vez, hace 30 años, que estaba en el Norte de Europa. Tenía que ir allí por la educación de la Universidad de Códoba (Argentina), se la que yo era en aquel momento Vicecanciller. Y me invitó una famila de católicos practicantes, en un país que estaba demasiado securalizado. En la cena, tenían muchos niños, eran católicos practicantes,  los dos profesores universitarios y ambos también catequistas. En determinado momento, hablando de Jesucristo —entusiastas de Jesucristo; hablo de hace 30 años— dijeron esto: “Sí, gracias a Dios, hemos superado la etapa de la Virgen…”. “¿Cómo?”, pregunté. Sí, porque hemos descubierto a Jesucristo, y ya no la necesitamos”. Me quedé un poco dolorido, no lo entendí bien. Y estuvimos hablando un poco de eso. ¡Eso no es madurez, no es madurez! Olvidar a la madre es una cosa fea. Y, por decirlo de otra manera: si no quieres a la Virgen como Madre, seguro que la tendrás como suegra. Y eso no es bueno. Gracias.

¡Viva Jesús, viva María! Gracias, Santo Padre, por sus palabras sobre la Virgen. Me llamo don Ignacio y vengo de Manila, Filipinas. Estoy haciendo el doctorado en mariología en la Pontificia Facultad Teológica Marianum, y resido en el Pontificio Colegio Filipino. Santo Padre, mi pregunta es: la Iglesia necesita pastores capaces de guiar, gobernar, comunicar como nos reclama el mundo de hoy. ¿Cómo se aprende y se ejercita el liderzgo en la vida sacerdotal, asumiendo el modelo de Cristo que se anonadó asumiendo la cruz, la muerte en la cruz? ¿Asumiendo la condición de siervo hasta la muerte de cruz? Gracias.

Pues tu obispo, el cardenal Tagle, es un gran comunicador. El liderato, ese es el centro de la pregunta. Solo hay un camino —luego hablaré de los pastores—, para el liderazgo solo hay un camino: el servicio. No hay otro. Si tienes muchas cualidades, como comunicar, etc., pero no eres servidor, tu liderato se caerá, no sirve, no es capaz de coonvocar. Solo el servicio: estar al servicio. Recuerdo a un padre espiritual muy bueno: la gente acudía a él tanto, que a  veces no podía rezar todo el breviario. Y por la Niche, iba al Señor y decía: “Señor, mira, no he hecho tu voluntad, ¡ni siquiera la mía! ¡He hecho la voluntad de los demás! Y así, los dos —el Señor y él— se consolaban. El servicio es hacer, muchas veces, la voluntad de los demás. Un sacerdote que trabajaba en un barrio muy humilde —¡muy humilde!— una villa miseria, una favela, dijo: “Yo tendría que cerrar las ventanas, las puertas, todas, porque a veces es tanto, tanto lo que me piden: esta cosa espiritual, esta cosa material, que al final desearía cerrar todo. Pero esto no es del Señor”, decía. Es verdad: cuando no hay servicio, no puedes guiar al pueblo. El servicio del pastor. El pastor debe estar siempre a disposición de su pueblo. El pastor tiene que ayudar al pueblo a crecer, a caminar.

Ayer, en la lectura me entró curiosidad porque en el Evangelio se decía el verbo “empujar”: el pastor empuja a las ovejas para que salgan a buscar hierba. Me pareció curioso: las hace salir, las obliga con fuerza. El original tiene un tono parecido: “hace salir”, pero con fuerza. Es como echarlas fuera: ¡salid, salid! El pastor debe ir delante, para indicar el camino; otras veces, en mdedio, para saber lo que pasa; y muchas veces detrás, para ayudar a las últimas y también para seguir el olfato de las ovejas que saben dónde está la hierba buena.

San Agustín, tomándolo de Ezequiel, dice que el pastor debe estar al servicio de las ovejas y subraya dos peligros: el pastor que se aprovecha de ñas ovejas para comer, para sacar dinero, por interés económico o material, y el  pastor que se aprovecha de las ovejas para vestirse bien. La carne y la lana, dice San Agustín. Leed el sermón De Pastoribus. Hay que leerlo y releerlo. Sí, son los dos pecados de los pastores: el dinero, que los hace ricos y hacen las cosas por dinero —pastores negociantes— y la vanidad, son los pastores que se creen en un estado superior a su pueblo, despegados —pastores príncipes—. El pastor-negociante y el pastor-príncipe. Esas son las dos tentaciones que San Agustín, retomando el texto de Ezequiel, dice en su sermón. Es verdad, un pastor que se busca a sí mismo, sea por el camino del dinero o por el camino de la vanidad, no es un servidor, no tiene verdadero liderazgo. La humildad debe ser el arma del pastor: humilde, siempre al servicio. Tiene que buscar el servicio. Y no es fácil ser humilde, no, no es fácil. Dicen los monjes del desierto que la vanidad es como la cebolla: cuando cojes una cebolla le vas quitando capas hasta que, al final, no llegas a nada y sólo te queda el olor a cebolla. Eso dicen los monjes del desierto. Así es la vanidad. Una vez, oí a un jesuita —bueno, un hombre bueno— pero era tan vanidoso, tan vanidoso… Y todos le decíamos: “¡Eres vanidoso!”, pero era tan bueno que le perdonábamos siempre. Y se fue a hacer los ejercicios espirituales, y cuando volvió nos dijo a todos, en la comunidad: “¡Qué hermosos ejercicios! He estado ocho días en el cielo, y he visto que soy muy vanidoso. Pero, gracias a Dios, he vencido todas las pasiones”. Así es la vanidad. Es tan difícil quitar la vanidad de un cura. Pero el Pueblo de Dios te perdona tantas cosas. Te perdona si has tenido un resbalón, afectivo, te lo perdona. Te perdona si te has tomado un poco más de vino, te lo perdona. Pero no te perdona si eres un pastor apegado al dinero, si eres un pastor vanidoso que no trata bien a la gente —porque el vanidoso no trata bien a la gente—. Dinero, vanidad y orgullo: los tres escalones que nos llevan a todos los pecados. El pueblo de Dios comprende nuestras debilidades, y las perdona; ¡pero esas dos no las perdona! ¿Es curioso, verdad? Estos dos defectos debemos luchar para no tenerlos.

Así que el liderato debe ir al servicio, pero con amor personal a la gente. De un párroco escuché una vez: “Aquel hombre conocía el nombre de toda la gente de su barrio, ¡hasta el nombre de los perros! ¡Qué bonito! Era cercano, conocía a cada uno, sabía la historia de todas las familias, lo sabía todo. Y ayudaba. Era tan cercano… Cercanía, humildad, pobreza y sacrificio. Recuerdo a los viejos párrocos de Buenos Aires, cuando no había móviles, que dormían con el telefono al lado. No se moría nadie sin los sacramentos. Los llamaban a cualquier hora: se levantaban y acudían. Servicio, servicio. Y como obispo sufrí cuando llamaba a una parroquia y me respondía el contestador… ¡Así no hay liderazgo! ¿Cómo pudes conducir un pueblo si no lo escuchas, si no estás al servicio? Estas son las cosas que me han venido así, un poco en desorden, para responder a tu pregunta.

Buenos días, Santo Padre. Me llamo don Sèrge y vengo de Camerún. Mi formación se desarrolla en el Colegio San Pablo Apóstol. Esta es mi pregunta: cuando volvamos a nuestras diócesis y comunidades, seremos llamados a nuevas responsabilidades ministeriales y a nuevas tareas formativas. ¿Cómo podemos hacer convivir de modo equilibrado todas las dimensiones de la vida ministerial: la oración, los encargos pastorales, las tareas formativas, sin dewcuidar ninguna de ellas? Gracias.

Hay una pregunta a la que no he respondido: quizá se me ha pasado —¡el inconsciente es deshonesto!— y quiero unirla a esta. Me preguntaban: “¿Cómo hace usted, como Papa, estas cosas?”. Responderé a la tuya, contándote, con sencillez, lo que hago yo para no descuidar las cosas. La oración. Procuro, por la mañana, rezar Laudes y hacer un rato de oracion —la lectio divina— con el Señor. Eso, cuando me levanto. Y después celebro la Misa. Luego comienza el trabajo: el trabajo que un día es de un tipo y otro día de otro. Procuro hacerlo en orden. A mediodía almuerzo, y luego un poco de siesta; después de la siesta, a las tres rezo Vísperas. Si no les rezo a esa hora, luego no podré rezarlas. Y también la lectura, el Oficio de lecturas del día siguiente. Después, el trabajo de la tarde, las cosas que haya que hacer. Después, hago un poco de adoración y rezo el Rosario; cena, y a dormir. Este es el esquema. Pero algunas veces no se puede hacer todo, porque me dejo llevar por exigencias poco prudentes: demasiado trabajo, o creer que si no lo hago hoy, no lo haré mañana, y entonces cae la adoración, cae la siesta… También aquí, la vigilancia: vosotros volveréis a la diócesis y os sucederá lo que me pasa a mí: es normal. El trabajo, la oración, un poco de tiempo para descansar, salir de casa, caminar un poco, todo eso es importante, pero tendréis que regularlo con la vigilancia y también con los consejos que os den. Lo ideal es terminar la jornada cansados: eso es lo ideal. No necesitar pastillas para dormir: acabar cansado. Pero con un buen cansancio, no con un cansancio imprudente, porque eso sienta mal a la salud y, a la larga, se paga caro. Veo la cara de Sandro (secretario del Papa), que ríe y dice: “¡Pues usted no lo hace!”. Es verdad. Eso es lo ideal, pero no siempre lo hago, porque también yo soy pecador, y no siempre soy tan ordenado. Pues eso debes hacer tú.

Buenos días, Santo Padre, soy Fernando Rodríguez, un sacerdote de México ordenado hace un mes, y vivo en el Colegio mexicano. Santo Padre, Usted nos ha recordado que la Iglesia necesita una nueva evangelización. Incluso, en la Evangelii gaudium, se ha detenido en la preparación de la predicación, en la homilía y en el anuncio como forma de un diálogo apasionado entre un pastor y su pueblo. ¿Podría volver sobre este tema de la nueva evangelización? Y también, Santidad, nos preguntamos cómo debería ser un sacerdote para la nueva evangelización. ¿Cuál o cuéles deberían ser sus rasgos característicos? Gracias.

Cuando san Juan Pablo II habló —yo creía que por primera vez, pero luego me han dicho que no era la primera vez— sobre la nueva evangelización, fue es Santo Domingo en 1992. Y dijo que debe ser nueva en la metodología, en el ardor, en el celo apostólico, y la otra no la recuerdo. ¿Quién lo recuerda? ¡La expresión! Buscar una expresión que sea acorde a los tiempos. Y, para mí, en el Documento de Aparecida está muy claro. El Documento de Aparecida lo desarrolla muy bien.

Para mí la evangelización supone salir de uno mismo; supone la dimensión de lo trascendente: lo trascendente en la adoración de Dios, en la contemplación y lo trascendente con los hermanos, con la gente. ¡Salir, salir! Para mí esto es el núcleo de la evangelización. Y salir significa llegar a, es decir, cercanía. ¡Si no sales de ti mismo, nunca tendrás cercanía! Cercanía. Estar cerca de la gente, cerca de todos, de todos de los que tenemos que estar cerca. Toda la gente. Salir. Cercanía. No se puede evangelizar sin cercanía. Una cercanía cordial, de amor, incluso cercanía física: “estar cerca de”. Y tú has unido a eso la homilía.

El problema de las homilías aburridas —por así decir— es que no hay cercanía. Precisamente en la homilía se mide la cercanía del pastor a su pueblo. Si hablas en la homilía, digamos que 20, 30 o hasta 40 minutos —y no es fantasía; esto pasa—, hablarás de cosas abstractas o de verdades de la fe, pero no haces una homilía; das una clase, que es algo distinto, y no estás cerca de la gente. Por eso son importantes las homilías, para calibrar, para conocer bien la cercanía del sacerdote. Creo que, en general, nuestras homilías no son buenas, no son precisamente del género literario homilético: son conferencias, o lecciones, o reflexiones. Pero la homilía —y esto preguntadlo a los profesores de teología—, la homilía en la Misa es Palabra de Dios fuerte, es un sacramental. Para Lutero era casi un sacramento: era ex opere operato, la Palabra predicada; para otros era solo ex opere operantis. Yo creo que está en medio, un poco ambas cosas. La teología de la homilía es casi un sacramental. Es distinto que decir palabras sobre un tema. Es otra cosa. Las homilías no son conferencias, tienen que ser otra cosa: suponen oración, suponen estudio, suponen conocer a las personas a las que hablarás, suponen cercanía.

Sobre la homilía en la nueva evangelización debemos avanzar bastante, porque estamos atrasados. Es uno de los puntos de conversión que necesita la Iglesia de hoy: preparar bien las homilías, para que la gente entienda. Y luego, después de 8 minutos la atención se pierde. Una homilía de más de 8 o 10 minutos no está bien. Debe ser breve, debe ser fuerte. Yo os aconsejo dos libros, de mis tiempos, pero que son buenos, para este aspecto de la homilía, porque os ayudarán mucho. El primero es una joya: “La teología de la predicación”, de Hugo Rahner (no de Karl, sino de Hugo). Y el otro es del padre Domenico Grasso, que nos introduce en lo que es la homilía. Creo que tiene el mismo título: “Teología de la predicación”. Este os ayudará bastante.

La cercanía, la homilía… Había otra cosa que quería decir… Salir, cercanía, la homilía como medida de si estoy cerca del pueblo de Dios. Y otra categoría que me gusta usar es la de las periferias. Cuando uno sale no debe quedarse a mitad de camino, sino llegar hasta el final. Algunos dicen que se debe comenzar la evangelización por los más lejanos, como hacía el Señor. Esto es lo que se me ocurre decir sobre tu pregunta. Pero lo de la homilía es verdad: para mí es uno de los problemas que la Iglesia debe estudiar y convertirse. Las homilías no son dar clase, no son conferencias, son otra cosa. Me gusta cuando los curas se reunen dos horas para preparar la homilía del próximo domingo, porque se da un clima de oración, de estudio, de intercambio de opiniones. Eso es bueno, sienta bien. Prepararla con otro, eso va muy bien.

¡Sea alabado Jesucristo! Me llamo Voicek, vivo en el Pontificio Colegio Polaco, y estudio Teología moral. Santo Padre, en el ministerio presbiteral al servicio de nuestro pueblo según el ejemplo de Cristo y de su misión, ¿qué nos recomienda para estar siempre dispuestos y alegres para servir al pueblo de Dios? ¿Qué cualidades humanas nos aconseja y nos recomienda cultivar para ser imagen del Buen Pastor y vivir la que Usted ha llamado “la mística del encuentro”?

He hablado de algunas cosas que se deben hacer en la oración, principalmente. Pero te toma la última palabra para hablarte de algo que añadir a todas las que he dicho, que han sido dichas y que llevan precisamente a tua pregunta. “La mística del encuentro”, has dicho tú. El encuentro. La capacidad de encontrarse. La capacidad de oír, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método, tantas cosas. Ese encuentro. Y no asustarse, no asustarse de las cosas. El Buen Pastor no debe asustarse. Quizá tenga miedo por dentro, pero nunca se asusta: sabe que el Señor le ayuda. El encuentro con las personas de las que tienes cura pastoral, el encuentro con tu obispo. Es importante el encuentro con el obispo. Y también es importante que el obispo se deje encontrar. Es importante, porque algunas veces se oye: “¿Se lo has dicho al Obispo? Sí, he pedido audiencia, pero ya hace cuatro meses. Estoy esperando”. Eso no es bueno, no. Hay que buscar al Obispo y que el Obispo se deje encontrar: diálogo.

Pero sobre todo, quería hablar de una cosa: el encuentro entre los sacerdotes, entre vosotros. La amistad sacerdotal: es un tesoro que tenéis que cultivar entre vosotros. La amistad entre vosotros. La amistad sacerdotal. No todos pueden ser amigos íntimos. Pero ¡qué cosa más bonita es la amistad sacerdotal! Cuando los sacerdotes, como dos hermanos, tres hermanos, cuatro hermanos, se conocen, hablan de sus problemas, de sus alegrías, de sus expectativas, de tantas cosas… Amistad sacerdotal. Buscadlo, porque es importante. Ser amigos, muy amigos. Creo que esto ayuda bastante a vivir la vida sacerdotal, a vivir la vida espiritual, la vida apostólica, la vida comunitaria y también la vida intelectual: la amistad sacerdotal. Si encontrase a un cura que me dice: “Yo nunca he tenido un amigo”, pensaría que ese cura no ha tenido una de las alegrías más hermosas de la vida sacerdotal: la amistad sacerdotal. Es lo que os deseo a todos: que seáis amigos de los que el Señor os ponga por delante. La amistad sacerdotal es fuerza de perseverancia, de alegría apostólica, de valentía, y hasta de sentido del humor. ¡Es bonito, bellísimo! Esto es lo que pienso.

¡Os agradezo la paciencia! Y ahora podemos rezar a la Virgen, pedir su bendición. Regina Caeli