“Unidad y diversidad en la Iglesia”

El Evangelio del día nos cuenta cómo Jesús ruega por la Iglesia y pide al Padre que entre sus discípulos no haya divisiones ni peleas. Pide por la unidad de la Iglesia. Muchos dicen que están en la Iglesia, pero están con un pie dentro y otro fuera. Se reservan la posibilidad de estar en ambos sitios, dentro y fuera. Para esa gente, la Iglesia no es su casa, no la sienten como propia. Para ellos es un alquiler. Y hay algunos grupos que alquilan la Iglesia, pero no la consideran su casa. Señalaré tres de esos grupos de cristianos.

En el primero están los que quieren que todos sean iguales en la Iglesia. Destrozando un poco la lengua, podríamos definirlos como uniformistas. La uniformidad. La rigidez. ¡Son rígidos! No tienen la libertad que da el Espíritu Santo. Y confunden lo que Jesús predicó en el Evangelio con su doctrina, con su doctrina de igualdad. Pero Jesús nunca quiso que su Iglesia fuese tan rígida. Pues esos, con dicha postura, no entran en la Iglesia. Se dicen cristianos, se llaman católicos, pero su actitud rígida les aleja de la Iglesia.

Otro grupo está formado por los que siempre tienen una idea propia, y no quieren que sea como la de la Iglesia; tienen una alternativa. Son los alternativistas. Yo entro en la Iglesia, pero con esta idea, con esta ideología. Y así, su pertenencia a la Iglesia es parcial. También estos tienen un pie fuera de la Iglesia. Tampoco para estos la Iglesia es su casa, no es propia. Alquilan la Iglesia en un momento dado. Ya los había al principio de la predicación evangélica. Pensemos en los gnósticos, a los que el Apóstol Juan ataca tan fuerte. “Somos... sí, sí... somos católicos, pero con estas ideas”. Una alternativa. No comparten el sentir propio de la Iglesia.

Y el tercer grupo es el de los que se dicen cristianos, pero no entran con el corazón en la Iglesia: son los ventajistas, buscan sus ventajas, van a la Iglesia por ventaja personal, y acaban haciendo negocios en la Iglesia. Los negociantes. ¡Los conocemos bien! Y también existen desde el principio. Pensemos en Simón el Mago, en Ananías y Safira. Se aprovechaban de la Iglesia para beneficio propio. Y los vemos en las comunidades parroquiales o diocesanas, en las congregaciones religiosas, en algunos benefactores de la Iglesia, muchos. Se pavoneaban de ser benefactores, pero al final, por debajo de la mesa, hacían sus negocios. Esos tampoco sienten la Iglesia como madre, como propia. Jesús dice: “La Iglesia no es rígida; la Iglesia es libre”.

En la Iglesia hay muchos carismas, hay una gran diversidad de personas y de dones del Espíritu. El Señor nos dice: “Si quieres entrar en la Iglesia, que sea por amor, para dar todo el corazón y no para hacer negocios en tu provecho”. La Iglesia no es una casa de alquiler, la Iglesia es una casa para vivir, como nuestra madre.

No es fácil, porque las tentaciones son muchas. Pero quien hace la unidad en la Iglesia, la unidad en la diversidad, en la libertad, en la generosidad, es solamente el Espíritu Santo, esa es su tarea. El Espíritu Santo hace la armonía en la Iglesia. La unidad en la Iglesia es armonía. Todos somos distintos, no somos iguales, gracias a Dios, de lo contrario ¡sería un infierno! Pero todos estamos llamados a la docilidad al Espíritu Santo. Precisamente esa docilidad es la virtud que nos librará de ser rígidos, de ser alternativistas y de ser ventajistas o negociantes en la Iglesia: la docilidad al Espíritu Santo. Y esa docilidad es la que trasforma la Iglesia de una casa de alquiler en una casa propia.

Que el Señor nos envíe al Espíritu Santo y que haga esa armonía en nuestras comunidades —parroquiales, diocesanas, movimientos—, que sea el Espíritu quien haga esa armonía, porque, como decía un Padre de la Iglesia: “El Espíritu mismo es la armonía”.