«La novedad del Evangelio»

Homilía de la Misa en Santa Marta

Los escribas quieren poner en dificultad a Jesús, y le preguntan porqué sus discípulos no ayunan. Pero el Señor no cae en la trampa y les responde hablando de fiesta y novedad. El Evangelio de hoy (Lc 5,33-39) nos propone la novedad que Jesús nos trae, y exhorta a poner el vino nuevo en odres nuevos. A vinos nuevos, odres nuevos. Es la novedad del Evangelio. Así pues, ¿qué nos trae el Evangelio? Alegría y novedad. Los doctores de la ley estaban encerrados en sus mandamientos, en sus prescripciones. San Pablo, hablando de ellos, nos dice que, antes de que viniese la fe —es decir, Jesús—, todos estábamos protegidos, pero como prisioneros bajo la ley (cfr. Gal 4,3). La ley de esa gente no era mala (cfr. Rom 7,12): estaban protegidos pero prisioneros, en espera de que viniese la fe. La fe que se revelaría en Jesús mismo.

El pueblo tenía la ley que les dio Moisés, y luego muchas costumbres y pequeñas leyes que habían codificado los doctores. ¡La ley les protegía, pero como prisione­ros! Y ellos seguían esperando la libertad, la definitiva libertad que Dios daría a su pueblo con su Hijo. La novedad del Evangelio es esa: rescatar de la ley (cfr. Gal 4,5). Alguno me podría decir: Pero, ¿los cristianos no tienen ley? ¡Sí! Jesús dijo: No he venido a abolir la ley, sino a llevarla a plenitud (cfr. Mt 5,17). Y la plenitud de la ley, por ejemplo, son las Bienaventuranzas (cfr Mt 5,3-12), la ley del amor, del amor total con que Él —Jesús— nos amó (cfr Jn 13,34). Cuando Jesús reprocha a esa gente, a los doctores de la ley, lo hacer por no haber protegido al pueblo con la ley, sino hacerlo esclavo de tantas pequeñas leyes, de tantas cosas pequeñas que tenían que hacer.

Cosas que hacer sin la libertad que Él nos trae con la nueva ley, la ley que sancionó con su sangre. Esa es la novedad del Evangelio: fiesta, alegría, libertad. Es precisamente el rescate que todo el pueblo esperaba mientras estaba protegido por la ley, pero como prisionero. Esto es lo que Jesús nos quiere decir: A la novedad, novedad; a vinos nuevos, odres nuevos. Así que no tengamos miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio. Pablo distingue bien: hijos de la ley e hijos de la fe. A vinos nuevos, odres nuevos. Y por eso la Iglesia nos pide, a todos, algunos cambios. Nos pide dejar de lado las estructuras caducas: ¡ya no sirven! Y coger los odres nuevos, los del Evangelio. No se puede entender la mentalidad —por ejemplo— de esos doctores de la ley, de esos teólogos fariseos, no se comprende su mentalidad con el espíritu del Evangelio. Son cosas distintas. El estilo del Evangelio es un estilo diverso, que lleva la ley a plenitud. ¡Sí! Pero de modo nuevo: es el vino nuevo, en odres nuevos.

¡El Evangelio es novedad! ¡El Evangelio es fiesta! Y solo se puede vivir plenamente el Evangelio en un corazón alegre y en un corazón renovado. Que el Señor nos dé la gracia de esta observancia de la ley. Observar la ley —la ley que Jesús ha llevado a plenitud— en el mandamiento del amor, en los mandamientos que vienen de las Bienaventuranzas. Que el Señor nos dé la gracia de no permanecer prisioneros, sino la gracia de la alegría y de la libertad que nos trae la novedad del Evangeli.