“La llamada del Señor a la conversión”

Homilía de la Misa en Santa Marta

Convertirse es una gracia, una visita de Dios. En la primera lectura (Ap 3,1-6.14-22), el Señor pide a los cristianos de Laodicea que se conviertan porque han caído en la tibieza: viven en la espiritualidad de la comodidad, y piensan: hago lo que puedo y estoy en paz, así que no venga nadie a molestarme con cosas raras. Quien vive así, piensa que no le falta nada: voy a Misa los domingos, rezo algunas veces, me siento bien, estoy en gracia de Dios, soy rico y no necesito nada, estoy bien (cfr. Ap 3,17). Ese estado de ánimo es un estado de pecado: ¡la comodidad espiritual es un estado de pecado! Y con esos, el Señor no ahorra palabras, y les dice: Porque eres tibio estoy para vomitarte de mi boca (Ap 3,16). Sin embargo, le aconseja vestirse (cfr. Ap 3,18), porque los cristianos cómodos están desnudos.

Luego, hay una segunda llamada a los que viven de las apariencias, los cristianos de las apariencias. Esos se creen vivos pero están muertos (cfr. Ap 3,1). Y el Señor les pide que estén vigilantes (cfr. Ap 3,2). Las apariencias son el sudario de esos cristianos: están muertos. Y el Señor les llama a la conversión (cfr. Ap 3,3). ¿Soy yo de esos cristianos de las apariencias? ¿Estoy vivo por dentro, tengo vida espiritual? ¿Siento al Espíritu Santo, escucho al Espíritu Santo, voy adelante, o…? Porque, si todo parece bien, no tengo nada que reprocharme: tengo una buena familia, la gente no me critica, tengo todo lo necesario, estoy casado por la Iglesia, estoy en gracia de Dios, estoy tranquillo. ¡Las apariencias! ¡Cristianos de apariencias! ¡Están muertos! Pues, busquemos algo vivo dentro y, con la memoria y la vigilancia, fortalecerlo para seguir adelante. Convertirse: de las apariencias a la realidad. ¡De la tibieza a la piedad!

La tercera llamada a la conversión es con Zaqueo, jefe de publicanos y rico (Lc 19,2). Es un corrupto que trabaja para los extranjeros, para los romanos, traicionando su Patria —era como tantos dirigentes que conocemos: corruptos; esos que, en vez de servir al pueblo, explotan al pueblo para servirse a sí mismos. ¡Alguno hay por ahí!—. Y la gente no lo quería. Este no es que fuera tibio, ni estuviera muerto: ¡estaba en estado de putrefacción! ¡Corrupto, precisamente! Pero notó algo dentro: a ese curandero, a ese profeta que dicen que hablan tan bien, me gustaría verlo, por curiosidad. El Espíritu Santo es astuto, ¡eh!: siembra la semilla de la curiosidad, y aquel hombre, para verlo, hasta hace un poco el ridículo. Pensad en un dirigente importante, y también que sea un corrupto —un jefe de los dirigentes: éste era jefe—, subido a un árbol para ver una procesión: pensadlo. ¡Qué ridículo!

Pero Zaqueo no tuvo vergüenza. Quería verlo y, por dentro, ya trabajaba el Espíritu Santo. Luego, la Palabra de Dios entró en su corazón y, con la Palabra, la alegría. Los de la comodidad y los de la apariencia ya habían olvidado lo que era la alegría; en cambio, este corrupto la recibe enseguida: le cambia el corazón y se convierte. Y además, Zaqueo promete restituir cuatro veces lo robado. ¡Cuando la conversión llega al bolsillo, es segura! ¿Cristianos de corazón? Sí, todos. ¿Cristianos de alma? Todos. Pero, cristianos de bolsillo, pocos, ¡eh!, pocos. Aquí la conversión le llegó enseguida: la palabra auténtica: se convirtió. Y ante esa palabra, la otra palabra, la de los que no querían la conversión, ni se querían convertir: Viendo eso, murmuraban: ¡Ha entrado en casa de un pecador! (Lc 19,7). Se ha ensuciado, ha perdido la pureza. Tiene que purificarse porque ha entrado en casa de un pecador.

Son tres llamadas a la conversión, que el mismo Jesús hace a los tibios, a los de la comodidad, y a los de la apariencia —esos que se creen ricos pero son pobres, no tienen nada, están muertos. La Palabra de Dios es capaz de cambiarlo todo, pero no siempre tenemos el valor de creer en la Palabra de Dios, de recibir esa Palabra que nos cura por dentro. La Iglesia quiere que, en estas últimas semanas del Año litúrgico, pensemos mucho y muy seriamente en nuestra conversión, para que podamos seguir adelante en el camino de nuestra vida cristiana. Y nos dice que recordemos la Palabra de Dios, apela a nuestra memoria, para protegerla, vigilarla y también obedecerla, para que comencemos una vida nueva, ¡convertida!