El Magisterio de la Iglesia

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (15,22-31), vemos que hasta en la primera comunidad cristiana había celos, luchas de poder, algún listillo que quería salir ganando y comprar el poder. Es decir, que siempre ha habido problemas: somos humanos, somos pecadores, y las dificultades existen, también en la Iglesia. Pero ser pecadores nos lleva a la humildad y a acercarnos al Señor, como Salvador de nuestros pecados.

A propósito de los paganos que el Espíritu Santo llama a ser cristianos, en el texto de hoy, los apóstoles y los ancianos eligen a algunos de ellos para ir a Antioquía junto a Pablo y Bernabé. Se describen dos grupos de personas: los que tenían discusiones fuertes, pero con buen espíritu, y los que creaban confusión; es decir, el grupo de los apóstoles que quiere discutir el problema, y los otros que van a crear problemas, dividen a la Iglesia, y dicen que lo que predican los apóstoles no es lo que Jesús dijo, que no es la verdad. Los apóstoles, en efecto, discuten entre ellos y al final se ponen de acuerdo. Pero no es un acuerdo político, sino la inspiración del Espíritu Santo, que les lleva a no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos —porque sería como estar en comunión con los ídolos—, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas.

La libertad del Espíritu pone de acuerdo: así, los paganos pueden entrar en la Iglesia sin pasar por la circuncisión. Se trataba, en el fondo, del primer Concilio de la Iglesia —el Espíritu Santo y ellos, el Papa con los obispos, todos juntos— reunido para aclarar la doctrina, y que ha seguido así a través de los siglos, por ejemplo con el de Éfeso o el Vaticano II, porque es un deber de la Iglesia aclarar la doctrina para que se comprenda bien lo que Jesús dijo en los Evangelios, cuál es el espíritu del Evangelio. Pero siempre ha habido esa gente que —sin encargo nuestro, dice el texto os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos: “Eh, no. Lo que ha dicho ese es herético, eso no se puede decir, eso no, la doctrina de la Iglesia es esta”. Son fanáticos de cosas que no están claras, como estos fanáticos que iban sembrando cizaña para dividir a la comunidad cristiana. Y ese es el problema: cuando la doctrina de la Iglesia, la que viene en el Evangelio, la que inspira el Espíritu Santo —porque Jesús dijo: Él os enseñará y os recordará lo que yo os he enseñado—, se convierte en ideología: ese es el gran error de esa gente. Porque esos individuos no eran creyentes, eran ideólogos, tenían una ideología que cerraba el corazón a la obra del Espíritu Santo. En cambio, los apóstoles seguro que discutieron fuerte, pero no estaban ideologizados: tenían el corazón abierto a lo que el Espíritu decía. Y tras la discusión: nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…

Así pues, no nos asustemos ante las opiniones de los ideólogos de la doctrina. La Iglesia tiene su propio magisterio, el magisterio del Papa, de los obispos, de los concilios, y debemos ir por ese camino que viene de la predicación de Jesús y de la enseñanza y la asistencia del Espíritu Santo, que está siempre abierta, siempre libre, porque la doctrina une, los concilios unen a la comunidad cristiana, mientras que la ideología divide.