Parábola del hijo pródigo

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

https://youtu.be/pc7W6U37xzc

Monición de entrada

Continuamos rezando por las personas enfermas en esta pandemia. Hoy quisiera pedir una especial oración por las familias, familias que de un día para otro se encuentran con los niños en casa porque las escuelas han cerrado por seguridad, y deben gestionar una situación difícil y hacerlo bien, con paz y además con alegría. De modo especial pienso en las familias con alguna persona con discapacidad. Los centros de día para las personas con discapacidad están cerrados y la persona se queda en la familia. Recemos por las familias para que no pierdan la paz en este momento y consigan llevar adelante toda la familia con fortaleza y alegría.

Homilía

Tantas veces hemos oído este pasaje del Evangelio (Lc 15,1ss). Jesús dice esta parábola en un contexto especial: «Se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les responde con esta parábola. ¿Qué dicen? La gente, los pecadores se acercan en silencio, no saben qué decir, pero su presencia dice tantas cosas, querían escuchar. ¿Los doctores de la ley qué dicen? Critican. «Murmuraban», dice el Evangelio, intentando desacreditar la autoridad que Jesús tenía con la gente. Esta es la gran acusación: “Come con los pecadores, es un impuro”.

La parábola es como la explicación de este drama, de este problema. ¿Qué sienten estos? La gente siente la necesidad de salvación. La gente no sabe distinguir bien, intelectualmente: “Necesito encontrar a mi Señor, que me llene…”, necesita un guía, un pastor. Y la gente se acerca a Jesús porque ve en Él un pastor, necesita ser ayudada a caminar por la vida. Siente esa necesidad. Los demás, los doctores sienten suficiencia: “Nosotros hemos ido a la universidad, he hecho un doctorado…, no, dos doctorados. Sé bien, bien, bien, qué dice la ley; es más, conozco todas, todas, todas las explicaciones, todos los casos, todas las posturas casuísticas”. Y se sienten suficientes y desprecian a la gente, desprecian a los pecadores: el desprecio a los pecadores. En la parábola, lo mismo, ¿qué dicen? El hijo dice al Padre: “Dame el dinero y me voy”. El padre se lo da, pero no dice nada porque es padre, quizá le vino al recuerdo alguna trastada que hiciera de joven, pero no dice nada.

Un padre sabe sufrir en silencio. Un padre mira el tiempo. Deja pasar momentos malos. Muchas veces la actitud de un padre es “hacerse el tonto”  ante las faltas de los hijos. El otro hijo reprocha al padre: “Has sido injusto”, le regaña. ¿Qué sienten los de la parábola? El joven siente ganas de comerse el mundo, de irse lejos, de salir de casa, que quizá la vive como una prisión, y también tiene esa suficiencia de decir al padre: «Dame lo que me toca». Siente valor, fuerza. ¿Qué siente el padre? El padre siente dolor, ternura y mucho amor. Luego, cuando el hijo dice aquella otra palabra: «Me levantaré –recapacita–, me pondré en camino adonde está mi padre», encuentra al padre que le espera, lo ve de lejos. Un padre que sabe esperar los tiempos de los hijos. ¿Qué siente el hijo mayor? Dice el Evangelio: «Él se indignó», siente ese desprecio. Y muchas veces indignarse –tantas veces– es el único modo de sentirse digno para esa gente.

Estas son las cosas que se dicen en este pasaje del Evangelio, las cosas que se sienten. Pero, ¿cuál es el problema? El problema –comencemos por el hijo mayor– es que él estaba en casa, pero nunca cayó en la cuenta de qué significaba vivir en casa: cumplía sus deberes, hacía su trabajo, pero no entendía lo que era una relación de amor con su padre. «Se indignó y no quería entrar». “¿Es que esta ya no es mi casa?”, pensaría. Lo mismo que los doctores de la ley. “No hay orden, ha venido este pecador aquí y le han hecho una fiesta. ¿Y yo?”. El padre dice las palabras claras: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Y de eso, el hijo no se había dado cuenta, vivía en casa como si fuese un albergue, sin sentir esa paternidad. ¡Tantos “posaderos” en la casa de la Iglesia que se creen los dueños!

Es interesante, el padre no dice ninguna palabra al hijo que vuelve del pecado, solo lo besa, lo abraza y le da una fiesta; al otro debe explicarle, para entrar en su corazón: tenía el corazón blindado por sus ideas de la paternidad, de la filiación, del modo de vivir. Yo recuerdo una vez a un sabio sacerdote anciano, un gran confesor, que fue misionero, un hombre que amaba mucho a la Iglesia, y hablando de un sacerdote joven muy seguro de sí mismo, muy creyente…, que él era un valor, que él tenía derechos en la Iglesia, decía: “Pues yo rezo por este, para que el Señor le ponga una piel de plátano y lo haga resbalar, eso le vendrá bien”. Como si dijese, parece una blasfemia: “Le vendrá bien pecar porque así necesitará pedir perdón y encontrará el Padre”.

Tantas cosas nos dice esta parábola del Señor, que es la respuesta a los que lo criticaban porque iba con pecadores. Pero también hoy muchos critican, gente de Iglesia, que se acercan a las personas necesitadas, a las personas humildes, a las personas que trabajan, incluso que trabajan para nosotros. Que el Señor nos dé la gracia de entender cuál es el problema. El problema es vivir en casa pero no sentirse en casa, porque no hay trato de paternidad, de fraternidad, solo está la relación entre compañeros de trabajo.