Homilía del Papa en Santa Marta
https://youtu.be/6tiJbjdfyjs
Monición de entrada
Hoy, que es la fiesta de San José obrero y también el Día del Trabajo, recemos por todos los trabajadores. Por todos. Para que a ninguna persona le falte el trabajo y todos sean justamente pagados y puedan gozar de la dignidad del trabajo y de la belleza del descanso.
Homilía
Dios creó. Dios Creador. Creó el mundo, creó al hombre y le dio una misión: administrar, trabajar, sacar adelante la creación. Y la palabra “trabajo” es la que usa la Biblia para describir esa actividad de Dios: “Llevó a cumplimiento el trabajo que había hecho y cesó el séptimo día de todo su trabajo”, y entregó esa actividad al hombre: “Tú debes hacer esto, custodiar esto y eso otro, debes trabajar para crear conmigo –es como si dijese así– este mundo, para que salga adelante”. Hasta tal punto que el trabajo no es sino la continuación del trabajo de Dios: el trabajo humano es la vocación del hombre recibida de Dios al final de la creación del universo.
Y el trabajo es lo que hace al hombre semejante a Dios, porque con el trabajo el hombre es creador, capaz de crear, de crear tantas cosas, incluso crear una familia para seguir adelante. El hombre es un creador y crea con el trabajo. Esa es la vocación. Y dice la Biblia que “Dios vio cuanto había hecho y que era muy bueno”. O sea, el trabajo lleva dentro una bondad y crea la armonía de las cosas –belleza, bondad– e implica a todo el hombre: su pensamiento, su obrar, todo. El hombre está implicado en trabajar. Es la primera vocación del hombre: trabajar. Y eso da dignidad al hombre.
Una vez, a un hombre que no tenía trabajo e iba a Caritas para buscar algo para su familia, un empleado de Caritas le dijo: “Al menos usted puede llevar pan a casa” – “Pero a mí no me basta eso, no es suficiente”, fue la respuesta: “Yo quiero ganar el pan para llevarlo a casa”. Le faltaba la dignidad, la dignidad de “hacer” él el pan, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo, que es tan pisoteada, lamentablemente. En la historia hemos leído las brutalidades que hacían con los esclavos: los llevaban de África a América –yo pienso en la historia que afecta a mi tierra–, y decimos “cuánta barbarie”. Pero también hoy hay muchos esclavos, tantos hombres y mujeres que no son libres para trabajar: son obligados a trabajar para sobrevivir, nada más. Son esclavos: son trabajos forzados, injustos, mal pagados y que llevan al hombre a vivir con la dignidad pisoteada. Son muchos en el mundo. Tantos. En los periódicos de hace unos meses leímos, en ese país de Asia, que un señor había matado a palos a un empleado suyo, que ganaba menos de medio dólar al día, porque había hecho mal una cosa. La esclavitud de hoy es la “indignidad” nuestra, porque quita la dignidad al hombre, a la mujer, a todos. “No, yo trabajo, yo tengo mi dignidad”: sí, pero tus hermanos no. “Sí, Padre, es verdad, pero eso, como está tan lejos, cuesta entenderlo. Pero entre nosotros…”: ¡también aquí, entre nosotros! Aquí, entre nosotros. Piensa en los trabajadores, en los jornaleros, que les haces trabajar por una paga mínima, y no ocho, sino doce, catorce horas al día: eso pasa hoy aquí. En todo el mundo, y también aquí. Piensa en la empleada doméstica que no cobra lo justo, que no tiene seguridad social, que no tiene capacidad de jubilación: eso no pasa solo en Asia. ¡Aquí!
Toda injusticia que se hace con una persona que trabaja, es pisotear la dignidad humana, incluso la dignidad del que hace la injusticia: cae tan bajo que acaba en esa tensión de dictador-esclavo. En cambio, la vocación que nos da Dios es tan hermosa: crear, recrear, trabajar. Pero eso se puede hacer cuando las condiciones son justas y se respeta la dignidad de la persona.
Hoy nos unimos a tantos hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que conmemoran la Jornada del Trabajador, el Día del Trabajo, por los que luchan para tener una justicia en el trabajo, por los –buenos empresarios– que llevan adelante el trabajo con justicia, aunque ellos salgan perdiendo. Hace dos meses hablé por teléfono con un empresario de aquí, de Italia, que me pedía que rezase por él porque no quería despedir a nadie y me dijo: “Porque despedir a uno de ellos es despedirme yo”. Es la conciencia de tantos buenos empresarios que protegen a sus trabajadores como su fuesen hijos. Recemos también por ellos. Y pidamos a San José –con esta imagen tan bonita con los instrumentos de trabajo en la mano– que nos ayude a luchar por la dignidad del trabajo, que haya trabajo para todos y que sea trabajo digno. No trabajo de esclavo. Que esta sea hoy la petición.
Comunión espiritual
A tus pies, Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abaja en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi corazón. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, Jesús mío, que yo voy a ti. Que tu amor inflame todo mi ser, en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.