La mansedumbre y la ternura del Buen Pastor

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

https://youtu.be/xua7HDDZ4H4

Monición de entrada

Tres semanas después de la Resurrección del Señor, hoy, cuarto domingo de Pascua, la Iglesia celebra el domingo del Buen Pastor, Jesús el Buen Pastor. Esto me hace pensar en tantos pastores que en el mundo dan la vida por sus fieles, también en esta pandemia, muchos, más de 100 sacerdotes han fallecido aquí en Italia. Pienso también en otros pastores que cuidan del bien de la gente, los médicos. Se habla de los médicos, de lo que hacen, pero debemos saber que, solo en Italia, han muerto 154 médicos en acto de servicio. Que el ejemplo de estos pastores sacerdotes y pastores médicos nos ayude a cuidar del santo pueblo fiel de Dios.

Homilía

La Primera Carta del apóstol Pedro (2,20-25) que hemos escuchado, es un pasaje de serenidad. Habla de Jesús. Dice: «Él llevo nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muerto a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas». Jesús es el pastor –así lo ve Pedro– que viene a salvar a las ovejas perdidas: éramos nosotros. Y en el salmo 22, tras esta lectura, hemos repetido: «El Señor es mi pastor: nada me falta»: la presencia del Señor como pastor, como pastor del rebaño. Y Jesús, en el capítulo 10 de Juan (Io,1-10), que hemos leído, se presenta como el pastor. Es más, no solo el pastor, sino la “puerta” por la que se entra en el aprisco. Todos los que han venido y no han entrado por esa puerta eran ladrones o bandidos o querían aprovecharse del rebaño: ¡falsos pastores! Y en la historia de la Iglesia ha habido muchos que han abusado del rebaño. No les interesaban las ovejas sino solo hacer carrera o política o dinero. Pero el rebaño los conoce, los ha conocido siempre, y va buscando a Dios por sus sendas.

Pues cuando hay un buen pastor, es precisamente el rebaño el que va adelante, sale adelante. El pastor bueno escucha al rebaño, lo guía, lo cuida. Y el rebaño sabe distinguir entre los pastores, no se equivoca: el rebaño se fía del buen pastor, se fía de Jesús. Solo el pastor que se parece a Jesús da confianza al rebaño, porque Él es la puerta. El estilo de Jesús debe ser el estilo del pastor, no hay otro. Pero también Jesús buen pastor, como dice Pedro en su primera carta (2,20-25), «padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas», era manso. Una de la señales del buen pastor es la mansedumbre. El buen pastor es manso. Un pastor que no es manso no es buen pastor. Tiene algo escondido, porque la mansedumbre se muestra como es, sin escudarse. Es más, el pastor es tierno, tiene esa ternura de la cercanía, conoce a las ovejas una a una por su nombre y cuida de cada una como si fuese la única, hasta el punto de que cuando vuelve a casa tras una jornada de trabajo, cansado, se da cuenta de que le falta una, y sale a trabajar otra vez para buscarla…, y la carga consigo, la lleva sobre los hombros. Ese es el buen pastor, ese es Jesús, ese es quien nos acompaña en el camino de la vida, a todos.

Esta idea del pastor y esta idea del rebaño y de las ovejas, es una idea pascual. La Iglesia, en la primera semana de Pascua canta aquel bonito himno para los nuevos bautizados: “Estos son los nuevos corderos”, el himno que hemos oído al inicio de la Misa. Es una idea de comunidad, de ternura, de bondad, de mansedumbre. Es la Iglesia que quiere a Jesús y Él protege esta Iglesia.

Este domingo es un hermoso domingo, un domingo de paz, un domingo de ternura, de mansedumbre, porque nuestro pastor cuida de nosotros. «El Señor es mi pastor: nada me falta».

Comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Como no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me separe de ti.