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Recuerdos en un aniversario: en la Canonización del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer (6.X.2002)

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Almudi.org. Recuerdos del aniversario de la canonización del Fundador del Opus Dei Junio del 85 y décimo aniversario del tránsito –hoy podemos hablar así- de D. José María Escrivá de Balaguer a la Casa del Padre. La prensa anota la efemérides y, en concreto, ABC inserta una de sus cartas, la que lleva fecha del 12 de marzo del 37. Andrés Vázquez de Prada la orla con breve comentario. Letra menuda, muy menuda, muy inteligente, y párrafos distantes, pero enlazados so... Almudi.org. Recuerdos del aniversario de la canonización del Fundador del Opus Dei

Junio del 85 y décimo aniversario del tránsito –hoy podemos hablar así- de D. José María Escrivá de Balaguer a la Casa del Padre. La prensa anota la efemérides y, en concreto, ABC inserta una de sus cartas, la que lleva fecha del 12 de marzo del 37. Andrés Vázquez de Prada la orla con breve comentario.

Letra menuda, muy menuda, muy inteligente, y párrafos distantes, pero enlazados sobre la misma línea, como quien prevé falta de papel –estamos en plena guerra civil española- y toma por ello precaución para que le entre, en él, cuanto quiere y espera escribir. Incluso la fecha está desplazada al final de la misiva, no sea que, en su lugar habitual, le prive de algunas líneas que hay que aprovechar. Por lo demás, la masa gráfica llena ambas caras del “recado de escribir” y se ladea un tanto a la izquierda, en añoranza de un “hogar” que le debe estar lejano, quizás impedido.

 

Frente a mí, o yo frente a él, el grafólogo galo Mr. Raymond TRILLAT. Tiene un renombre de gran eco allá en su Francia, de la que viene, dos veces por año, al sol de Valencia, al Mediterráneo. En su París natal, es el de consulta obligada para los grandes personajes del momento: Charles de Gaulle, Giscard d’Estaing, Mitterrand, Picasso... Algunos le hacen llegar sus escritos por tercerías. Sus estudios de S. José de Calasanz, de Charles Foucauld, de Teresa de Lisieux... han hecho época. Ha habido un boum en la televisión unido a su persona: tras las preguntas inquisitivas de quienes han pretendido desnudar, en público, al “brujo”, alguien le larga una carta para que muestre, sin trampas, sus intuiciones, si es que las tiene. “Oh là là -ha saltado el muy francés, aunque viejo ya, en reacción rápida y espontánea- cette femme ne pense que à la morte et à l’amour”. Un silencio de plomo se cierne sobre el plató. Los rostros se tornan blanco harina y estupor. “Adivinó que es mujer -se hablan con los ojos- y... ¡qué mujer...!”... Porque el escrito es de ¡¡¡Marilyn Monroe!!!, la estrella  fría, a la que ningún humano dio calor de amor, tantas veces mendigado, y que, desmayada, cayó en brazos de la muerte, que la apagó. Amor y muerte, los dos puñales que torturaron su vida entera.

 

Raymond tiene la fama bien ganada.

 

Y nosotros lo sabemos, aquí, en Valencia, también por experiencias próximas. Cuando se presenta la ocasión le asaeteamos a consultas. Y, ahora que lo tengo frente a mí, le alcanzo la prensa del día con la carta de marras. Fija su ojos en ella como de costumbre, a saber, como quien ilumina una oscuridad, un enigma a llenar de luz Y surge, de seguido, este diagnóstico:

 

.C’est un homme d’art.

.Es un hombre muy dotado.

.Il a un sens très curieux des cifres.

.Tiene un extraño sentido de las cifras.

.Il couche sous une tente dans une ombre isolé; c’est un  sauvage.

.Mora solo, en una tienda montada bajo sombra que lo aísla; es 

 un salvaje.

.Il aime la nature sauvage.

.Le gusta la naturaleza salvaje.

.Il a un sens du cifre qui domine toute sa vie.

.Tiene un sentido de la cifra que domina toda su vida.

 

 “¿Es, entonces -le atajo, entre molesto y asustado-, un calculador?  Él me interrumpe:

.C’est pas un calculateur, c’est un homme qui poetise les choses qui sont...

.No es un calculador, es un hombre que poetiza las cosas que 

 son...

 

Se me escapan las últimas palabras de la frase, pues su francés parisino es brumoso, cerrado, oscuro; será por los vapores del Sena en la capital de la luz(!). Confieso, además, estar no sólo despagado, sino hasta un tanto escandalizado, sobre todo por lo de “salvaje”. Y, como quien pretende pararle los pies, le corto de nuevo, aventurándome a adelantarle el nombre que desconoce: Es el Fundador del Opus Dei...

 

.Ah, c’est mervelleux. Mais ça c’est fantastique ceci-là, parce que la cifre est exceptionnelle.

.Ah, es maravilloso. Pero esto es fantástico, a ésta me refiero (señala un   

 número del conjunto), porque es ya de suyo cifra excepcional.

.Il croie à le destine des êtres et des choses.

.El cree en el destino de los hombres y de las cosas.

 

Hasta aquí lo anecdótico de aquel vis à vis. Reconozco que no le di mayor importancia, que esperaba otras laudes, que lo olvidé pronto, no sin antes tomar nota de ello, del cassette que siempre ponía a funcionar al contactar con sabio anciano. Pero ahí quedó enterrada en mi mente, casi de una manera plástica, la imagen de D. José María levantando, montañero solitario, su tienda de campaña en la  alta escampada del  monte. Y así un tiempo y dos tiempos...  Hasta que el subconsciente le devuelve a uno el meollo de la verdad que sus juegos esconden. A cada uno según su desparpajo y necesidades. Y fue entonces cuando caí en la cuenta de la grandeza humana del Fundador del Opus Dei, y también, por carambola, de la del grafólogo parisino, que lo había estudiado, sólo de paso y sin notificación previa, ante mi pasmo.

He dicho grandeza humana, porque el Cielo fabrica a los hombres a los que va a confiar empresas gigantes en y para la historia de la sociedad, al menos de la cristiana. La Gracia respeta la naturaleza, pero en ciertos niveles no puede o no suele servirse de cualquier hechura de la misma para hazañas que la superen. Lo de “humilitatem ancillae suae” del Magnificat, no siempre sabemos interpretarlo en su misterioso y diáfano, a la vez, alcance. Aquella poca cosa de una esclava la había pulido Señor, desde su Concepción, de todo egoísmo y exigencia reivindicativa; era ya como un cuenco vacío de sí, en espera humilde y abierta a ser invadida, plenificada del amor inmenso de un Dios que ama cual esposo y como padre.

Y de las imágenes del inconsciente al razonamiento discursivo estallante de luz: ¡Ah, los Profetas, los gigantes Profetas, los salvajes Profetas!, que desde la cima de su soledad interior, descienden de las alturas, desde las que se divisan los contornos todos del valle a vocear a las gentes que lo patean en pesadumbre, cabizbajos, que sí, que hay un destino sublime para cada uno de sus habitantes, y que, ese destino, el Cielo lo ha puesto ya en sus manos trabajadoras y hábiles.

¡C’est un sauvage! ¡Qué transparente claridad cobran ahora las palabras del  anciano parisino, que, por cierto, murió por aquellas fechas entre nosotros, para descansar junto a su Mediterráneo! Seguro que el santo gigante que veneramos hoy le habrá echado una mano por lo acertado de su pintura. ¡C’est un sauvage! Qué menos para un personaje que, aún en vida, arrastró tras de sí, hacia Cristo, a miles, a muchos miles de hermanos por el camino de la autoexigencia, del esfuerzo y superación mantenidos, de la fidelidad al propio estado y trabajo, por el camino de la esperanza, de una gran esperanza. ¡C’est un sauvage! Qué menos para el poeta de la cifra, garabato misterioso, tan significativo de la condición humana, que busca encerrar, en ella, toda la impresionante complejidad del Cosmos, de este Cosmos que habitamos porque en él el Creador nos quiso. Cuántos gestos de su vida mal entendidos y peor interpretados por quererle achicar a nuestra diminuta e interesada estatura. Sólo la fe mueve montañas, pero una fe de montaña, como la suya.

El hombre tiene que hacer la historia con el cuerpo que el inventor de la misma le moldeó. Y para hacerla bien, hay que salir de sí, de la pequeña comodidad y pereza interesada, sin salir del entorno que estamos construyendo. Esa fue la visión de este gigante -salvaje-, tan simple y tan certera. El entrevió, el envés, la trampa del refrán que dice: “El hombre propone y Dios dispone”, y lo tradujo certero y con impronta última: “Dios dispone que el hombre sea feliz y el hombre se propone no serlo”. Dios dotó a su creatura de una escala maravillosa para subir lleno de sudor y gozo al Cielo, y el hombre, en vez de subir por ella, baja, apesadumbrado de no haber respondido a su propio impulso de superación interna. Jesús ordenó “Id al mundo entero” y el cristiano abandona las altas esferas del entramado social, donde se cuece y prolonga inmisericorde, en tormentas de enfrentamientos, a ratos diabólicas, una historia largamente negra para la pobre humanidad pobre.

Y uno piensa cuánto tuvo que sufrir este hombre de una pieza, de un bloque entero entre tantos humanos acomodados, rotos en trozos, cual piezas de rompecabezas que se  amoldan, sin ética alguna, a lo que en cada momento toca, suena y sale. Quizás esta experiencia dolorosa le volvió a conectar con el paciente Calasanz, aragonés duro como él, al que ya había conocido de niño en la escuela. Porque corría el año 50 y D. José María visitaba el sepulcro del santo en San Pantaleón de Roma. Y aquel gigante al despedirse del P.General y su Curia dobló las rodillas en tierra con la humildad en la que sólo viven los de su talla grande y pidió al P. Tomek –tal era el nombre del General escolapio entonces- “Padre, bendiga a este retoño de la Escuela Pía”. De la Escuela Pía que él había frecuentado en los años niños de su  natal Barbastro.

¡San Josemaría...! -cuesta llamarle santo porque hemos edulcorado esta palabra y él no conoció amilanamientos; pero ahora sabemos ya, con certeza, que lo fue y que lo es- acuérdate de nosotros ante María, la mater pulchrae dilectionis, como tú la invocabas, que antes de tener a Jesús se comportó como mujer santa para merecerlo.

 

Ángel MARTÍNEZ MARTÍN,  Sch. P.

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