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Obispos de todo el continente conversan con destacados expertos para aplicar las nuevas tecnologías al servicio de la evangelización

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Almudi.org. Nuevas tecnologías al servicio de la evangelización Obispos de todo el continente conversan con destacados expertos para aplicar las nuevas tecnologías al servicio de la evangelización (mayo 2001). Respuesta de sor Judith Zoebelein a la ponencia de Eduardo Regal: Las nuevas tecnologías y su efecto práctico en la identidad personal, la comunidad, y en la vida social y religiosa, Eminencias, Excelencias y Colegas, Mucho se ha dicho a favor de la... Almudi.org. Nuevas tecnologías al servicio de la evangelización

Obispos de todo el continente conversan con destacados expertos para aplicar las nuevas tecnologías al servicio de la evangelización (mayo 2001).

Respuesta de sor Judith Zoebelein a la ponencia de Eduardo Regal: Las nuevas tecnologías y su efecto práctico en la identidad personal, la comunidad, y en la vida social y religiosa,

Eminencias, Excelencias y Colegas,

Mucho se ha dicho a favor de las tecnologías, y especialmente las telecomunicaciones. Muchos se han referido a los peligros y al lado oscuro de cada uno de los aspectos en este campo. Yo quisiera centrarme más en cómo nosotros podemos trabajar como Iglesia tanto con lo positivo como con el lado oscuro, reconociendo que la Iglesia debe estar en Internet, y que la Iglesia debe ingresar al mundo de las comunicaciones satelitales -- y que no hay escape ante el asombroso patrón de desarrollo que estas tecnología imponen sobre nosotros.

Internet no va a desaparecer, y nosotros los católicos no vamos a dejar de usarla. Partiendo de esto, ¿a dónde va la Iglesia a partir de ahora en su proceso de evaluar y corregir el impacto que esta tecnología tiene en la vida diaria de su pueblo? Puesto más teológicamente, ¿qué quiere decir Jesús cuando dice: "Donde dos o más estén reunidos en mi nombre". . . incluso en Internet?

Si me permiten, voy a plantear algo desde una perspectiva menos teórica y más práctica porque como Franciscana, ésos son los aportes que naturalmente me nacen. Al haber vivido a través de algunas de las fases del desarrollo tecnológico como una religiosa-técnica involucrada en las batallas diarias, algunos principios se han clarificado respecto de la Iglesia y de su papel en el vasto problema de vivir con la tecnología de forma sagrada.

El singular tema que se repite una y otra vez en mi vida profesional, es que la tecnología es peligrosa cuando pierde su "dimensión sacramental". Por esto me refiero a que la tecnología pierde su papel en la "Buena Creación", y en el mejor de los casos arrastra al hombre hacia la búsqueda de fines autocompensatorios . . . y en el peor de los casos, destruye al hombre en su relación con Dios. San Francisco siempre vio cada porción de materia creada como algo que estaba "ansiando, esperando hacerse conocida", cargada con el misterio de Dios pero esperando que el hombre la libere y la eleve. La tecnología también se ubica en ese estado neutral de "esperando hacerse conocida". Es la Iglesia la que debe confirmar esta dimensión sacramental de la tecnología y llevar su uso a un patrón de trascendencia.

Cuando comencé a trabajar con computadoras en 1981, estaba en Jerusalén. Obtuvimos nuestra primera computadora, y por casualidad descubrí cuán útil era como herramienta para enseñar procesos lineales; esto es: ¡el paso uno viene antes que el paso cuatro! Nuestro equipo local era excelente en la administración de los diferentes proyectos relacionados a la agricultura, la salud, etc., pero al momento de informar sobre su trabajo, proyectar la siguiente fase y pedir financiación, era más de lo que se podía manejar. La computadora, por su misma naturaleza de proceso, los obligó a caminar estrictamente por la vía de progresión de pasos con el fin de hacerla funcionar. Este simple aspecto de la tecnología enseñó al equipo la necesidad "partir" el trabajo que intuitivamente hacían y de mirarlo en término de pasos por los que tenían que atravesar para iniciar, administrar y cumplir los objetivos de cada proyecto. Y la computadora era más estricta y menos dispuesta a perdonar al enseñar esto que lo que cualquiera de nosotros hubiese sido.

De la misma manera, en la formación religiosa de alguna de nuestras hermanas, la computadora personal comenzó a jugar el papel de una profesora de procesos objetiva e inflexible. En aquel maravilloso año de "aprende todo el noviciado canónico", muchas crisis surgían, por ejemplo, los vehículos se malograban , la hermana X encontraba a las cabras sueltas por el camino, etc.; la pregunta es, "bueno, ¿seguiste las instrucciones?" Toda novicia en esos primeros meses responde con un incuestionable "¡Sí!", mientras el resto de la comunidad, con perseverante paciencia, sabe que se le debe haber escapado algún paso en algún momento o las cabras no estarían por el camino.

Sólo cuando nuestra Madre General descubrió que novicia tras novicia averiaba nuestra computadora personal cada vez que una de ellas trataba de usarla, fue que ella comprendió el misterio de cómo enseñar "honestidad ante el proceso". Cada una de nosotros novicias, a lo largo de los años tuvimos que admitir, basadas en la evidencia aplastante proporcionada por la computadora, que nos habíamos olvidado de por lo menos un paso en nuestra prisa por terminar el trabajo, que a la mirada de nuestra mente podía parecer como ya concluido. La computadora se había malogrado, y no podía responsabilizarse a otro que no fuera quien la había estado usando. Ninguna maestra de novicias hubiera podido ser más aguda y directa en su crítica a la formación de una hermana.

La tecnología en este caso nos ayudó a construir la "Buena Creación" y se integró en la relación dinámica entre materia creada, el Hombre y Dios. Esto es lo que me gustaría proponer como un aspecto de la "dimensión sacramental" que implico al hablar -- que el hombre, y su herramienta la tecnología, pueden trabajar juntos para servir a Dios de manera mutuamente afirmante.

Desde 1981 hasta que me involucré en el sitio Internet del Vaticano. Seguí trabajando con computadoras personales. Habiendo sido criada en los sesentas y setentas, soy de la "generación PC". Mi generación fue la que comenzó a usar las computadoras personales y la convertimos en "nuestras herramientas". Yo amaba mi trabajo porque me dio la oportunidad de jugar con la tecnología en el borde mismo de todas las nuevas "cosas" que venían siendo desarrolladas tanto en el contexto secular como eclesial. Ser una religiosa, entrenada y trabajando como profesional en el mundo de las computadoras, me proporcionó un ejercicio espiritual diario: la tensión creativa de ser llevada más y más lejos hacia la explanada horizontal del desarrollo tecnológico que parecía no tener fin, y siendo responsable por su integración en una trascendente y vertical "dimensión de Dios".

En un sentido era fácil, ya que simplemente usar un hábito en un ambiente de procesamiento de información crea una revuelta. Un analista de computadoras en una gran compañía de seguros en Hartford le dijo a la mujer que me empleaba que no quería una monja en la sala de cómputo porque ya no podría maldecir mientras trabajaba. El mensaje de fondo que mi futuro colega no podía expresar era que mi presencia con un hábito le decía que Dios existe y que no puedes ignorarlo, ni siquiera en la aséptica y acondicionada sala de cómputo. Nosotros en el "mundo desarrollado" mantenemos nuestro asistir a la Iglesia y nuestra vida profesional muy separadas. La Iglesia puede insistir, plantear y honestamente proclamar que Dios debe ser descubierto aún en la tecnología. Pero es a través de esa cruz de "tensión creativa" que la Iglesia está llamada a sufrir-- usando la tecnología al máximo, a la vez que busca ponerla en el altar para su transformación.

Llamemos a ésta la "fase uno" de mi vida profesional - un momento de profundo crecimiento personal, espiritual a través de mi trabajo profesional, mientras me volvía más y más técnicamente apta e involucrada. La fase dos fue ciertamente trasladarme a la Oficina de Internet del Vaticano. Ante todo, en los días de la apertura de la oficina en 1996. Miré a mi alrededor a mis colegas y ¡descubrí que todos estaban por debajo de los 30! Yo, por otro lado, ya no estoy siquiera cerca. Y ellos podían hablar de "bandwidth" y "firewalls", "pipes" y "backbones" conmigo de la forma que yo acostumbraba hablar de las computadoras para confundir a mi jefe. Estos jóvenes están genéticamente predispuestos para estar más adelantados en estas tecnologías y no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Es a su generación que Internet está en realidad dirigida, y es su herramienta. Ha sido en esta experiencia, donde yo he dado un paso atrás en el "hacer" de esta tecnología, donde he entrado en lo que es para mí el segundo aspecto más importante del papel de la Iglesia: facilitar un "contexto sacramental" en el trabajo con la tecnología.

Una de mis primeras aventuras en los nuevos aspectos de la tecnología de Internet se produjo cuando alguien de nuestro equipo me mostró cómo funcionaba la tecnología telefónica -- es decir, la posibilidad de usar Internet como un teléfono. Abrimos el programa "Cool Talk" de Netscape y comenzamos a buscar el mundo. Mi colega me preguntó en qué parte del mundo me gustaría hablar con alguien. Fuera de mi comunidad, mi familia o amigos, no podía pensar en alguna razón para hablar con alguien más. Y dado que no decidí en los cinco segundos establecidos, el escogió Hong Kong por mí.

Luego se me solicitó escoger para hablar con un chino o un extranjero en Hong Kong. Aún experimentando el shock del futuro, tampoco escogí, así que escogió un chino. Se conectó, cumplió el protocolo y esta voz extranjera llegó flotando a través de los dos parlantes a los lados de su computadora. El joven chino y nuestro joven trabajador conversaron sobre algo que ni siquiera recuerdo a lo largo de 5 minutos. Luego ambos se desconectaron. Nuestro trabajador se volvió a mí y dijo: ¿¡No fue grandioso!?

Ciertamente la tecnología fue increíble, pero lo único que pude pensar fue qué es lo que ambos jóvenes hicieron con el "contacto humano" en aquella conversación, ya que probablemente nunca se volverían a hablar. ¿Qué efecto tiene esto sobre la noción de relación interpersonal, y qué es lo que alimentó en ambos jóvenes? La profunda experiencia de alienación y sinsentido del contacto humano estaba yuxtapuesto sobre la "alta" experiencia en usar la tecnología. Los dos jóvenes se convirtieron, sin saberlo, objetos el uno del otro usados en el juego de la tecnología.

El Santo Padre dice claramente una y otra vez que el hombre debe ser sujeto de su trabajo y de sus relaciones, no un objeto que pueda usar por otro. Vi que el arrastre y la fascinación de la tecnología y que mi don como religiosa a este joven era el de crear un ambiente en la oficina donde la tecnología sirviera como una función, dirigida hacia la misión de la Iglesia, y cuyo uso nos transportara a los humanos a "terreno sagrado" y a un más profundo asombro de la presencia de Dios en nuestro mundo.

No es que este joven fuera resistente a la dimensión de Dios en Internet, ya que tiene una fe profunda y conoce muy bien las enseñanzas de la Iglesia. Era más bien que él no podía ver a dónde el uso aleatorio y anónimo de la tecnología lo estaba llevando potencialmente. El estar en la avanzada de la tecnología requiere una cierta ceguera a sus peligros. Nuestra Oficina de Internet necesita que ese joven entienda todos los aspectos técnicos de Internet al máximo -- o el sitio Internet del Vaticano estaría en peligro en muchos sentidos. Pero como religiosa, necesito permanentemente traer la cuestión de por qué realizamos cualquier procedimiento técnico o nueva meta que contemplamos, de tal manera que mantenga su dimensión sacramental y su apertura al Espíritu.

Internet debe servir a Dios a través del hombre. Entonces Dios nos llevará más allá de nuestras propias limitaciones como criatura para usar la tecnología para la evangelización. Incluso en este pequeño microcosmos del sitio Internet del Vaticano, hemos visto el milagro inicial de la evangelización, en la medida en que el mundo secular demuestra un alto interés en qué hay en el sitio y hacia dónde está marchando. Y apenas hemos comenzado a aprovechar este recurso.

En una situación similar, a uno de nuestros trabajadores le gustaba "chatear", es decir, conectarse en algún grupo particular de noticias o intereses, encontrar la opinión de alguien sobre algo que él creía que podía responder, y derramar sus ideas y sentimientos. Yo me daba cuenta siempre de cuándo estaba "chateando" porque se volvía silencioso, y una sonrisa graciosa aparecía en su rostro. Estoy segura de que para él estos "momentos de chat" eran como "pausas" similares a cuando sales a tomar un café; él en cambio se conectaba y "chateaba".

Mientras observaba más y más el fenómeno en él y otras personas, vi que las personas que estaban "chateando" no sabían nada la una de la otra, excepto lo relacionado al tema del que estaban hablando. Frecuentemente ni siquiera sabían los nombres de uno y otro. No había dimensión corpórea, ningún sentido de cómo se vería, de dónde venía, cómo sería realmente, etc. Me parece una increíble pobreza el ver a un joven en "chat" con personas que probablemente nunca vería o conocería, a pesar de derramar su intensidad emocional a este anónimo extraño.

¿Cómo puede este "grupo de chateadores" convertirse alguna vez en una "comunión de personas" tal como el Santo Padre tan claramente nos exige en muchos de sus documentos? Los instintos de entrar en contacto y compartir son buenos, y los deseos de ir más allá de las limitaciones de la cultura y el espacio es algo que la Iglesia puede aplaudir. Pero alguien debe darle una dimensión sacramental a estos "chatters". ¿Dónde van ellos con toda esta intensa comunicación que es etérea , impersonal y sin cuerpo? ¿Cómo entra Dios en estas conversaciones y trae una mayor plenitud personal cuando el mismo individuo niega su nombre y va de relación electrónica en relación electrónica sin nunca encontrarse con la otra persona en un sentido más profundo? ¿Cómo la Iglesia crea y respalda un "espacio electrónico" que puede abrir a un encuentro con Cristo "on-line"? Si nosotros en la Iglesia no nos hacemos estas preguntas, y no podemos proporcionar respuestas reales y vividas, nadie más en el mundo podrá.

La Iglesia hace la pregunta a los técnicos: "¿por qué estás haciendo esto?" Porque asume una realidad mayor que el individuo. La Iglesia puede decir de la tecnología, "ésta debe tener una dimensión espiritual" porque cada día lucha por entregarse como es a Cristo. La Iglesia le recuerda al mundo el papel de la tecnología en la "Buena Creación", encaminando cada acto humano de acuerdo con los criterios de su fin último ante Dios y de su uso al servicio de nuestro prójimo.

Definir y aplicar los criterios que sacan fuera la sacramentalidad de cada avance tecnológico es claramente la responsabilidad de la Iglesia. La tecnología puede ser utilizada en un sentido contraceptivo, volviéndose auto-referente y cerrada a Dios, lo que impide que Dios cree nueva vida a través de ella. No es tanto error de la tecnología como más bien del hombre imponer e impactar en las mismas leyes naturales que gobiernan el uso de la tecnología. Sí, algo como Internet tiene un efecto en nuestras vidas y particularmente en la vida de aquellos que nos seguirán. Hemos visto todos los aspectos negativos y positivos inherentes a Internet. Parece que la Iglesia tiene el poder de abrazar esta tecnología, dominar su uso, y proclamar su lugar ante Dios y su Buena Creación y ser usada como una herramienta para la Nueva Evangelización.

No somos nosotros los más viejos en la Iglesia quienes debemos preocuparnos sobre el hecho de ir demasiado lejos con Internet. Son más bien los más jóvenes, la generación "genéticamente predispuestos" quienes en su mismo vivir están llevando adelante Internet. Quienes somos espiritualmente más maduros debemos confrontar la tecnología con ellos, enseñándoles que ésta no sólo debe funcionar bien, sino que debe llevar adelante a la persona, y permitir la presencia y mociones del Espíritu. En vez de rechazar la tecnología por sus posibles errores en el mal uso, y de esta manera implícitamente rechazar a aquellos que son de su misma base genética/cultural, nosotros la Iglesia -- sacerdotes, religiosos y laicos, cada uno desde la especial visión que nuestra vocación nos ofrece-- debe buscar la manera de elevar la tecnología a su verdadero llamado y lugar, que es junto al hombre y ante Dios. Éstas son las preguntas que espero podamos preguntarnos unos a otros, y con las que partiremos, después de este tiempo juntos en Denver.

Gracias.

(Paraula)

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