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Legalización de experiencias con embriones

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Almudi.org. Legalización de experiencias con embriones Según noticias de prensa, el Gobierno español se dispone a legalizar las experiencias científicas con embriones congelados. También, según noticias de Agencia, en diversos laboratorios de España se almacenan más de 30.000 “embriones sobrantes”, como consecuencia de las fecundaciones in vitro que se llevan a cabo y que, por exigencias de garantía y de mayor seguridad, se fecundan más óvulos de los previstos para obt... Almudi.org. Legalización de experiencias con embriones

Según noticias de prensa, el Gobierno español se dispone a legalizar las experiencias científicas con embriones congelados. También, según noticias de Agencia, en diversos laboratorios de España se almacenan más de 30.000 “embriones sobrantes”, como consecuencia de las fecundaciones in vitro que se llevan a cabo y que, por exigencias de garantía y de mayor seguridad, se fecundan más óvulos de los previstos para obtener el hijo deseado.

Las legislaciones que permiten la experimentación con embriones congelados son más bien escasas. En general, tanto los políticos como los hombres de ciencia se resisten a legalizar tal investigación porque saben que se juega con la vida humana en su primer estadio. Y, a pesar de que se pone de relieve la utilidad de tales experimentos para fines terapéuticos, sin embargo no hay unanimidad entre los hombres de ciencia acerca de su utilidad. Se escribe y se argumenta  que aún no cabe garantizar con certeza el uso de tales embriones para curar o aliviar ciertas enfermedades. Además se ofertan otras iniciativas, cuales son, por ejemplo, experimentar con células adultas que, en opinión de no pocos científicos, ofrecen las mismas garantías y utilidades que se siguen con las células embrionarias. A este respecto, la comunidad científica está dividida, tal como muestran los trabajos publicados en revistas de reconocido prestigio intelectual.

En contra de la legalización que permita la experimentación científica con embriones humanos, destaca un discurso del Presidente del Gobierno Alemán, Johannes Rau,  en fechas aun recientes (Berlín, 18-V-2001). Este Discurso produjo una fuerte reacción en la opinión pública alemana, sobre todo entre los políticos y en la Universidad. En él, a la letra y sobre todo en la entonación del discurso, Rau emplazó no sólo al Gobierno y al Canciller Schröder, sino a la entera nación alemana acerca de la importancia decisiva que representa la ética para la historia presente de la nación, y sobre todo les advirtió sobre el riesgo que supondría para el futuro del pueblo alemán investigar con embriones humanos. Para su conocimiento, me propongo transcribir algunos párrafos más significativos, si bien todo él no tiene desperdicio.

El Presidente alemán empieza su discurso subrayando los avances inmensos de la ciencia en relación con la vida humana. Pero, de inmediato, cuestiona el sentido del término “progreso”, tan invocado por la opinión pública, y se pregunta: “¿Qué significa tal progreso que condiciona al género humano?”. Sale al paso de la objeción de que estos temas sean exclusivos de los códigos religiosos (Rau es practicante evangélico; es hijo de un pastor protestante). Y responde: “Es obvio que no hace falta ser cristiano practicante para saber y percibir que determinadas posibilidades y proyectos de la tecnología y la ingeniería genética contravienen valores fundamentales de la vida humana. Unos valores que –no sólo aquí en Europa- se han ido desarrollando a lo largo de una historia milenaria. Y estos valores también constituyen la base de esa sobria frase del comienzo de nuestra Ley Fundamental, que se antepone a todo lo demás: La dignidad humana es inviolable”.

Seguidamente, Rau formula dos objeciones a las que los políticos son tan sensibles, pues en ello se juegan su popularidad ante un sector del electorado: el valor social del progreso científico y la influencia en la economía del desarrollo biotécnico: “Por supuesto que los argumentos económicos ocupan un lugar legítimo en el debate sobre la utilización del progreso médico (...). Ahora bien, los argumentos económicos no cuentan cuando se ve afectada la dignidad humana (...). En nuestro país no está permitido experimentar con embriones. Así lo decidieron los diputados del Parlamento Federal Alemán en 1990 a partir de las más diversas convicciones. Establecieron que, a efectos de protección legal de la dignidad de la vida humana, ésta comienza con la fecundación del óvulo. Quien no comparta esta aprobación sobre el momento en que comienza la vida humana, debe responder a la pregunta: ¿a partir de qué otro momento debería protegerse absolutamente la vida humana? ¿Y por qué precisamente a partir de ese otro momento posterior? ¿No sería arbitrario otra delimitación, no quedaría expuesta a ulteriores rectificaciones? ¿No existiría el riesgo de que otros intereses terminaran prevaleciendo sobre la procreación de la vida? (...).  Significaría que la adaptación ética se iría adaptando permanentemente a las posibilidades tecnológicas. Por elevados que sean, los objetivos de la investigación médica no pueden determinar el momento a partir del cual debe protegerse la vida humana”.

Todo el discurso está bien trenzado y argumentado hasta el punto de que es difícil seleccionar los párrafos. No obstante recojo este otro de especial significación para la opinión pública española y que parece decisivo para los políticos. Rau argumenta en estos términos: “Como lo que tratamos son cuestiones existenciales debe ser especialmente válida la siguiente norma: si tenemos dudas fundadas acerca de si es lícito o no hacer algo técnicamente factible, debe quedar prohibido en tanto no se hayan disipado todas las dudas fundadas”. Y añade: “Conozco bien la frase: ¨Los demás también lo hacen¨ (....). Este argumento supone una capitulación ética. Eso sí, parece especialmente plausible cuando se le da una connotación económica: si no hacemos tal o cual cosa lo harán otros y se colocarán a la vanguardia del progreso, gozarán de ventajas comparativas, nos expulsarán del mercado. Según este argumento también tendríamos, por ejemplo, que lanzarnos a exportar armas sin restricción alguna (...). Repito, los intereses económicos son legítimos e importantes. Pero no se pueden contraponer con la dignidad humana y la protección de la vida. Quien renuncia a proteger la vida desde su inicio no tardará en poder hacer valer lo mismo en su final. Entonces quizás se pregunte: ¿podemos permitirnos el elevado gasto asistencial al final de la vida? ¿No será más razonable desde el punto de vista económico que los ancianos y los enfermos dieran a tiempo su consentimiento para aplicarles la eutanasia activa?”.

Finalmente, el Presidente alemán concluye así este largo e importante discurso: “Las cuestiones relacionadas con la vida y la muerte nos afectan a todos. Por eso no pueden dejarse únicamente en manos de los expertos. No podemos delegar nuestras respuestas ni en la ciencia ni en las comisiones ni en los consejos. Claro que pueden ayudarnos, pero las respuestas tenemos que darlas nosotros. Tenemos que debatir estas cuestiones y decidir juntos (...).  Pretender ceder a la ciencia las decisiones sobre lo que debe hacerse es confundir los cometidos de la ciencia y de la política en un Estado democrático de Derecho”.

El discurso del Presidente Rau está escrito en un género literario brillante, aduce testimonios de científicos, de filósofos e incluso de poetas. Está publicado en alemán en “Berliner Rede in der Staatsbibliotek zu Berlín”. 18. Mai 2001, 28 pp., pero está traducido también en castellano en “Nueva Revista” 76 (2001) 43-64. La postura firme y razonada de Rau evitó que el Canciller Schröder -tan proclive a estas soluciones políticas al margen de toda valoración ética- y su Gobierno aprobasen la ley propuesta al Parlamento sobre la experimentación con embriones humanos. Esta práctica, como recuerda Rau, está prohibida en Alemania.

En relación a la Comisión Nacional de Reproducción Asistida que informa y aconseja al Gobierno español acerca de la conveniencia de que se inicie la investigación en embriones con fines terapéuticos, según diversos estudios publicados, carece de la suficiente autoridad científica, dado que  no está compuesta por expertos en esta materia concreta. No hay embriólogos ni biólogos celulares, ni especialistas clínicos relacionados con la ingeniería tisular. Sólo hay dos bioquímicos y en conjunto quizás sea una buena Comisión para temas de avances técnicos,  pero no son especialistas en esta materia. Y, en cuanto al perfil ético, algunos representan tendencias bastante dudosas. Por ello, una decisión jurídica sería sumamente arriesgada.

En este tema hay un problema de fondo que debe ser denunciado: la discusión acerca de si el embrión es o no persona. Pero ahí se da una evidente falacia, pues ésta no es una cuestión científica, sino filosófica. Por ello no puede tratarlo la Ciencia, sino la Filosofía. La Ciencia sólo garantiza que se trata de vida humana; más aún, puede certificar que el embrión es una unidad individualizada de vida humana, incluso podría afirmar que se trata de “un individuo de la especie hombre”, distinto del padre y de la madre. Pero calificarlo como “persona” es introducir un concepto filosófico o, si se quiere, teológico. Son la Filosofía y la Teología las ciencias que pueden dar un paso más allá para calificarlo o no de ”persona”. Ahora bien, para un filósofo es evidente que todo individuo de la especie humana es persona, al menos no conocemos “individuo humano” que no sea “persona”.  Y es evidente que el embrión no es “algo”, sino “alguien”, o sea un ser personal. Pero el tema supera el límite que aquí le propongo.

Aurelio Fernández

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