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Universidad e Inmaculada. José Pérez Adán

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El 8 de diciembre de 1854, Pío IX definía solemnemente que la doctrina que sostiene haber sido la Beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, preservada inmune de toda mancha de pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en consideración a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios, y por lo mismo debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Más información acerca de la Inmaculada Concepción D...

El 8 de diciembre de 1854, Pío IX definía solemnemente que la doctrina que sostiene haber sido la Beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, preservada inmune de toda mancha de pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en consideración a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios, y por lo mismo debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.

DEFENSA DE LA INMACULADA EN LA UNIVERSIDAD DESDE SU INICIO

Desde siglos atrás, muy ilustres doctores -Duns Scoto y santo Tomás entre ellos- se habían alineado a favor de este singularísimo privilegio de María, a la par que el sensus fidei del pueblo cristiano crecía en la veneración de la Inmaculada. En este proceso, la aportación del mundo universitario fue particularmente notable. Universidades como las de París, Maguncia y Colonia y, en España, en pos de la de Valencia (1530), otras muchas como las de Granada y Alcalá (1617) y la de Salamanca (1618), proclamaron a María Inmaculada como Patrona; y sus doctores, al recibir el grado, hacían voto y juramento de enseñar y defender la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. Voto y juramento que, en algunas universidades, llegó a adquirir el carácter de voto de sangre, en el sentido de ofrecer los doctores la propia vida, si fuera preciso, en defensa de aquel Misterio.

El rey Carlos III, que en 1780 obtendría de la Santa Sede para España el patronazgo de la Inmaculada, extendió por ley (1779) aquel juramento a todas las Universidades del Reino.

MARÍA MISMA LO PROCLAMA

Miradas así las cosas, quizás la perplejidad del buen cura párroco de Lourdes no hubiera sido tan grande cuando Bernardette, cuatro años después de la definición dogmática, le explicaba con qué palabras, pronunciadas en su patois natal, se le había identificado la hermosa Señora: Yo soy la Inmaculada Concepción. Ya no era sólo el hecho concreto de la concepción, sino la personalidad siempre santa y purísima de María, lo que en estas palabras se revelaba.

Y es esa misma belleza interior de María, proyectada al exterior y fielmente mantenida a lo largo de toda su vida, la que es capaz de atraer la admiración y el amor de un alma joven, como lo demuestra entre nosotros, año tras año, el poder de convocatoria de las Vigilias y Novenas de la Inmaculada en las que se congregan los estudiantes para contemplar, invocar y cantar a María.

FUE EL TERCER DOGMA MARIANO

Hasta el momentro, cuatro han sido los dogmas definidos por la Iglesia sobre la Virgen María: El de su Maternidad Divina: «María es la Madre de Dios». Aprobado en el Concilio de Éfeso, año 431, bajo el Papa Celestino I. El de su Virginidad Perpetua: «María fue Virgen en el parto, antes del parto y después del parto». Segundo Concilio de Constantinopla, siglo VI, y segundo concilio de Letrán, siglo XII. El de su Inmaculada Concepción, «María, nacida sin pecado original». Definido por Pío Nono, como ya hemos dicho, en 1854, en su encíclica «Inneffabilis Deus». Y el de su Asunción a los cielos. «María, asunta a los cielos en cuerpo y alma» como lo define Pío XII al declarar el dogma de la Asunción de Nuestra Señora el primero de diciembre de 1950, en su documento «Munificentissimus Deus».

La proclamación de cada uno de estos dogmas ha coincidido con momentos de especial dificultad para la Iglesia y el pueblo cristiano.

HACIA EL QUINTO DOGMA

Hoy, a los 150 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, y ante la situación de descreimiento generalizado, en un momento de crisis mundial, los corazones de los creyentes tornan a mirar a María. Hay muchas voces que en este momento de prueba para el mundo y para la Iglesia piden al Papa con humilde insistencia la proclamación de un quinto dogma mariano: «María, corredentora, mediadora de todas las gracias y abogada del pueblo de Dios».

Esta súplica había sido ya presentada a Pío XII en el Primer Congreso Mariano Internacional, que tuvo lugar en Roma en el Año Santo 1950. Posteriormente, el 2 de mayo de 1984, el cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afirmaba: «Ya se encuentra adecuadamente propuesta en los diversos documentos del Magisterio de la Iglesia, la doctrina sobre la mediación universal de María Santísima». Su Santidad Juan Pablo II, en una audiencia general concedida el 8 de septiembre, festividad del nacimiento de la Virgen María, afirmaba que «la Santísima Virgen participó en los sufrimientos de su divino Hijo para ser la corredentora de toda la Humanidad». Hasta Teresa de Calcuta suplicó al Santo Padre la aprobación de este quinto dogma en una carta personal, fechada el 14 de agosto de 1993.

MARÍA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS

La definición papal de María como corredentora, mediadora y abogada traerá grandes gracias a la Iglesia y al mundo.

Los intelectuales cristianos, herederos de la tradición concepcionista con que nació la universidad, y a la vista de la situación de postración moral del mundo, sentimos hoy la necesidad de poner los ojos de nuevo en María y a los 150 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada pedimos con humildad y respeto al Santo Padre que revestido de toda la autoridad como Vicario de Cristo proclame a María en solemne definición, corredentora y mediadora de todas las gracias.

José Pérez Adán

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