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Poetas, cocineras y religión

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La religión no se puede encerrar en la esfera “individual” de los sentimientos porque la fe afecta a la persona entera, como espíritu y cuerpo, como individuo y como miembro de la sociedad situado en el mundo Almudí.org - Ramiro PelliteroSaint-Éxupéry llamaba realidad no a lo que se pesa sobre una balanza, sino a lo que “pesa” sobre las personas: un rostro triste, una canción, el entusiasmo por una empresa común, la compasión, el gusto de vivir, el enfado y la añoranza o la solidaridad en el trabajo. Ponía el ejemplo de la vendimia: las uvas se las llevan para venderlas, pero el vendimiador ha recibido ya lo esencial. Como también contaba la mini-historia del que debía ser condecorado por el rey, y participó de la fiesta, y gozó de su esplendor, y recibió las felicitaciones de sus amigos, y saboreó un poco el orgullo del triunfo…, pero el rey se murió antes de condecorarle. ¿Me dirás –se preguntaba– que no recibió nada?

La realidad para la balanza es el peso de fundición. Para las personas, la realidad es diferente. El “Principito” decía que lo esencial es invisible a los ojos. Y su creador pensaba que es más útil, que sirve más en profundidad, el trabajo de los artistas que el de los hombres de finanzas. Por eso, ejemplificaba, si viene a un palacio el que sólo conoce las cocinas, puede pensar que lo esencial de la vida es el alimento, pero se equivoca, como se equivocaría el ayudante de un capitán que sólo considerase en una persona su aptitud para manejar las armas.

¿No sería mejor que las bailarinas del palacio se fueran a la cocina para poder servir más número de comidas? ¿Y para qué cincelar jarros de oro, si se podría enviar a los cinceladores a la cantera, para hacer más jarros de estaño y así poder beber más? ¿Y para qué tallar diamantes, y para qué escribir poemas, y para qué observar las estrellas, cuando se podría enviar a todas esas personas para que cosecharan más trigo y así tener más pan?

Pero entonces, concluye el ensayista, en tu ciudad faltaría “algo que es para el espíritu, y no para los ojos ni para los sentidos”. Como gobernante, te verías obligado a inventar falsos alimentos, fabricar poemas artificiales, inventar danzas para autómatas y falsificar diamantes con vidrio barato. Y de esa manera podrías dar algo así como “ilusión” de vivir a tus ciudadanos. Pero les habrías privado de lo esencial: la “conquista” de la danza, del diamante y del poema, cuyo sentido es invisible, aunque supone esfuerzo, ascensión, trabajo (que son bien visibles). Lo mismo que si juegas a los bolos y piensas que la alegría está en hacer caer los bolos enemigos, sacarías mucho más placer alineándolos por centenares y construyéndote una máquina para derribarlos…

Hasta aquí Saint-Éxupéry. Lo cierto es que tanto el hombre de finanzas y la cocinera, como el cosechador de trigo y el instructor militar y el gobernante, todos pueden ser “artistas” del espíritu precisamente en lo que hacen. Lo que no es lógico ni científico es pensar que sólo es “real” lo que se pesa y se mide.

Se ha escrito que un Estado laico no puede admitir la enseñanza de la religión porque “no es una asignatura relacionada con el conocimiento sino con la devoción”. Sin embargo, y para empezar, el ochenta por ciento de los padres en este país piensan de otro modo, cuando piden religión también en la escuela pública.

Claramente, el Estado no tiene que privilegiar a una u otra religión porque la reconozca como la única religión válida. El Estado debe defender y promover la libertad religiosa como uno de los derechos fundamentales de la persona. Que la religión no se debe enseñar con “dinero público” es un sofisma, porque ese dinero proviene en gran parte de los ciudadanos. Más bien es lógico que el Estado se ponga de acuerdo con las distintas confesiones religiosas para garantizar el respeto y la promoción de la libertad religiosa, en el marco de un Estado moderno de derecho.

La religión no se puede encerrar en la esfera “individual” de los sentimientos porque la fe afecta a la persona entera, como espíritu y cuerpo, como individuo y como miembro de la sociedad situado en el mundo. Negar la repercusión de la religión en la historia y en la cultura no es laicidad sino laicismo. Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Tomás Moro y Teresa de Calcuta no fueron visionarios. Tampoco lo es Benedicto XVI, cuando señala que el odio y la violencia no se deben a la religión, sino a la deformación de la religión. “El Estado –dice en su Encíclica– no puede imponer la religión, pero tiene que garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas religiones”.

Violencia a la realidad sería, por tanto, no comprender la religión e incluso combatirla, imponiendo la propia visión de las cosas, en último término una nueva y falsa “religión”.

Las ciencias empíricas apuntan al conocimiento del plano empírico de la realidad. Las ciencias humanas y sociales amplían esa perspectiva. La filosofía, la historia, la literatura, etc., profundizan en las dimensiones personales de la realidad. El saber puede, para bien o para mal, “desencantar” la vida; pero no agota el misterio. “Dios es siempre mayor” para quien está abierto a la totalidad.

Por eso tampoco es de recibo argumentar con una supuesta incompatibilidad entre la religión y la ciencia. Es, además, poco científico.

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