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Lo que interesa al no creyente acerca del pecado

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“No deja de ser curioso que quienes se proclaman radicalmente agnósticos, no creyentes, ateos, tengan una fijación con el pecado”

No deja de ser curioso que quienes se proclaman radicalmente agnósticos, no creyentes, ateos, tengan una fijación con el pecado. Lo hemos vuelto a ver con motivo de una mala interpretación de lo que había dicho el Vaticano (por otra parte cosa frecuente).

Afloró en los medios de comunicación que la Iglesia había añadido nuevos pecados capitales. Ha sido más bien una desinformación, como en su momento ya explicó ForumLibertasAlmudi.org - Soledad.

Pero no contentos con desinformar muchos no han podido resistir la tentación de comentar lo que no existía. Un caso paradigmático es el del cuentista –en el sentido de escribidor de cuentos- Quim Monzó, que conseguía demostrar cómo es posible alterar la realidad a base de no preocuparse por la veracidad de los hechos que se comenta.

Pero es que además, para el no creyente, la noción de pecado en su sentido religioso le tendría que resulta indiferente. Porque pecar no es otra cosa que actuar de manera que nos aleje del sentido de Dios. Esto es el pecado y en esto radica su gradación. Quien no cree en Dios no tiene por qué inquirir sobre qué significa el alejamiento, esto dicho en el plano estricto de la fe.

Pero esto no liquida el tema del pecado, dado que existe una dimensión que afecta tanto al que cree en Dios como al que no. El alejamiento de Él significa también ruptura con la ley natural y esto sí tiene traducción en el orden práctico.

Las personas, las sociedades están regidas por una ley natural que todos podemos compartir desde la razón. El respeto a la vida, cada vez más dañado, es una de las manifestaciones más evidentes de esta ley común, pero ni mucho menos la única. El pecado individual y estructural se traduciría desde este punto de vista en rupturas, disfunciones sociales.

En el fondo la teología de la liberación que tanto gusta a algunos progres es una determinada interpretación de esta lógica interna de la dimensión evangélica.

Lo que sucede es que en una contradicción flagrante estas mismas personas no son capaces de aplicar idéntico criterio, el de la ruptura de una ley nacida de la voluntad de Dios, en nuestras sociedades.

Al no creyente no debería interesarle tanto lo que un católico considera o no pecado, como si es cierto o no que esta ruptura con Dios genera daños objetivables en las personas y en la sociedad. Esto sí tiene interés de ser medido, valorado, debatido por todos, porque a todos nos interesa y porque los datos, dentro de su mayor o menor fragilidad, nos permiten unificar lenguaje, planteamientos y conclusiones.

Hasta ahora sucede lo contrario. Se interesan por el pecado en su dimensión religiosa y se niegan radicalmente a examinar si ese mismo pecado tiene consecuencias sobre las vidas de personas y las comunidades.

Para un creyente el aborto tiene un determinado sentido, rompe con Dios de una manera radical, pero además este mismo hecho tiene graves consecuencias personales sobre la mujer, sociales y económicas que se pueden medir y contar. Es sobre todo esto lo que debemos debatir todos, es sobre esto donde se debe producir un diálogo entre creyentes y no creyentes porque este es el espacio donde unos y otros confluimos.

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