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Un hombre libre

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En un mundo en el que la mentira es poderosa, la verdad se paga con el sufrimiento

Las Provincias

Hay personas que conciben la libertad como carencia de toda atadura, algo imposible porque todos estamos limitados por leyes, costumbres, familia, vecinos, etc. Ni siquiera un ácrata puede ser completamente ajeno a algún tipo de imposición. Sin embargo, es cierto que algunos se piensan más libres cuantos menos compromisos hayan de asumir.

A este respecto, siempre recuerdo al personaje de una novela de Michener: anduvo por donde quiso, vivió con diversas mujeres, tuvo numerosos hijos, pero siempre se alejó ante el menor síntoma de pérdida de independencia. Almudi.org - Pablo Cabellos LlorenteDescribiéndolo, el autor pone en boca de otro personaje estas palabras: "Siempre fue un hombre que escapaba de algo, valiente en el combate físico, cobarde en valores morales. Lo había llamado libertad, pero era deserción".

Todos los filósofos –y todo hombre, de algún modo– se han planteado el tema del fin de la libertad. Es conocida la frase de Lenin: "Libertad, ¿para qué?". Ese "para qué" acabamos preguntándonoslo todos. Algunos, como decía al principio, no ven más fin que el de hacer lo que les venga en gana. Es la libertad vacía. Para los estoicos, por ejemplo, su fin es el dominio de las pasiones, ideal que recoge el cristianismo, pero no para el aislamiento personal, sino para servir a los demás. Ni el egoísmo es un ideal de la libertad, ni tampoco esa pretendida independencia, que conduce a vivir sin estrenarla; pero se hace grande, precisamente, con los compromisos fuertes.

Así le sucedió a san Pablo. Benedicto XVI ha declarado un "año paulino" para poner en presente –al celebrar los dos mil años de su nacimiento– los muchos valores del Apóstol de las gentes, entre otros, su espíritu libre. Decía el Papa que él vive hasta el fondo la experiencia de ser amado por Dios, y este amor se convierte en ley de su vida, en razón de su libertad. Pablo se compromete con Cristo, y habla y actúa movido por la responsabilidad gustosa del amor. Todo lo contrario al personaje de Centennial, título de la novela citada. Para Sartre, el fin de la libertad es el compromiso, pero le es indiferente de qué tipo sea. A san Pablo sí le importa la clase de compromiso –yo sé de quién me he fiado, afirma– y no considera su libre albedrío como pretexto para el arbitrio o el egoísmo.

Un enamorado de la libertad, el fundador del Opus Dei, escribió en Surco: "¡Comprometido! ¡Cómo me gusta esta palabra! – Los hijos de Dios nos obligamos –libremente– a vivir dedicados al Señor, con el empeño de que Él domine, de modo soberano y completo en nuestras vidas". Quizá san Pablo es el más precioso prototipo de esta libertad comprometida por el amor. Dirá, por ejemplo, a los tesalonicenses que les predicó el Evangelio entre frecuentes luchas; sin complejos, afirmará que él no predica signos o sabiduría, sino a Cristo crucificado, aunque este proceder sea locura o escándalo para gentiles y judíos; se enfrenta al Sanedrín con la valentía del amor, del mismo modo que se dirige con toda claridad al rey Agripa mientras es prisionero en Cesarea; predica con audacia en Éfeso; alega su ciudadanía romana a los que pretenden azotarlo; amonesta, y luego perdona, al incestuoso de Corinto; no se deja llevar por lo que llamamos políticamente correcto, cuando escribe que ningún fornicario o impúdico o avaro puede heredar el Reino de Cristo, o al dirigirse con energía a los gálatas que se han dejado seducir por los que cambian el Evangelio.

Dos resúmenes de esa libertad del enamorado que él mismo hace: el primero encierra su afán: "Mi vivir es Cristo y morir ganancia". El segundo es el recuerdo de sus riesgos de muerte, los azotes recibidos, sus naufragios, los peligros de ríos, mares y gentes diversas, sus vigilias y ayunos, el hambre y la sed... Pero, sobre todo, sus desvelos por todas las iglesias, su hacerse todo para todos gastándose y desgastándose, aquellos dolores de parto que dice sufrir hasta ver a Cristo formado en los fieles. En un mundo en el que la mentira es poderosa –ha dicho Benedicto XVI–, la verdad se paga con el sufrimiento. El que quiera evitar el sufrimiento no puede servir a la verdad. Pablo es un hombre libre, porque sale de sí mismo para servir por amor, aunque ese servicio le cueste la sangre, la vida.

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