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¿La culpa es de la codicia?

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Esta es una crisis ética: todas lo son o, al menos, casi todas

Gaceta de los Negocios

La causa de la crisis, dicen muchos observadores, es la codicia de los banqueros. Parece claro, ¿no? Basta con ver sus prisas por aumentar la rentabilidad, los sueldos que cobraban y los resultados de su gestión… Bueno, decir que alguien es codicioso es siempre cierto, al menos aplicado a mucha gente, también banqueros, al menos, en algún momento de su vida. Aunque, en el caso de la crisis, hay que añadir algunos elementos más a esa explicación.

¿Qué ha pasAlmudi.org - Antonio Argandoñaado en la crisis financiera? Partamos del principio de que todos somos codiciosos, egoístas, individualistas… (y altruistas y generosos,…), y que, ante oportunidades de beneficio, nos comportamos a veces (algunos, con mucha frecuencia) de manera inmoral (fraude, robo, pirámides financieras…). Para evitar esto está la ética. Pero, lamentablemente, no siempre hacemos caso a la ética. En esos casos se necesita la ley, los jueces y las cárceles.

Hasta aquí, esto es una descripción de nuestra conducta diaria como conductores, usuarios de servicios públicos, gerentes de fondos o estudiantes de secundaria. A veces aparecen oportunidades extraordinarias de beneficio. Hemos conocido algunas en los últimos años: la burbuja inmobiliaria, las innovaciones financieras, una política monetaria laxa,… Entonces se crean incentivos perversos para burlar los mecanismos de control: fallan esos mecanismos. La crisis ha sido fruto de la coincidencia de algunas de esas oportunidades junto con muchos fallos en los mecanismos de control (agencias de rating, supervisores, reguladores…).

Lo demás viene después: cuando estalla la tormenta todo el mundo corre a salvarse, se pisotean unos a otros, todos piden ayuda para ellos y no para los demás… Los gobiernos están desorientados, dicen que no es culpa suya, buscan cabezas de turco a las que echar la culpa, se lanzan a operaciones de salvamento de dudosa eficacia… En fin, algo bien conocido.

Mi conclusión, pues, es que esta es una crisis ética: todas lo son o, al menos, casi todas. Acuérdense del chiste: cuando llegues a casa, riñe a tu hijo; tú no sabes por qué, pero él sí. Bueno, ahora nadie riñe ya a sus hijos y así nos va. Pero seguro que han hecho algo malo. Del mismo modo, esta crisis tiene unos problemas éticos de fondo, pero ha sido también, sobre todo, un formidable fallo de regulación, supervisión y control.

Y, en el plano ético, ha habido mucho más que codicia. Hemos creado incentivos perversos, que han empujado a personas honradas a comportarse de manera inapropiada. Hemos sido imprudentes. Hemos gestionado mal el riesgo, desde los bancos que prestaron demasiado a los inmobiliarios hasta los compradores de casas que no se pararon a pensar si podrían hacerse cargo de todos y cada uno de los pagos de su hipoteca. Hemos tenido conductas de rebaño, y cortoplacismo, y mal gobierno por parte de consejos de administración, directivos y reguladores.

Y falta de competencia profesional: esos analistas jóvenes que aplicaban modelos matemáticos sin saber qué hacían, y sus jefes, que tampoco sabían lo que estaban haciendo. Y orgullo, prepotencia, arrogancia, que es conciencia de la propia superioridad (¿de qué?), y de un cierto sentido de inmunidad. ¡Ah!, y nadie ha estado al cargo de eso que llamamos el bien común, aunque sea en su versión elemental: la de pararse a pensar, ante una decisión, qué efectos tendrá sobre los demás. Ha sido un formidable fallo ético colectivo.

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