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Sanear la vida pública

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Un país que no piensa, además de ser un país sometido, camina a la deriva

Las Provincias

Muchas voces, desde ángulos diversos y aun contrapuestos, claman por la necesidad de buscar el objetivo que da título a estas líneas. Llamo aquí vida pública al universo de las relaciones humanas que van desde las sociedades menores al Estado en todas sus dimensiones.

Se puedeAlmudi.org - Pablo Cabellos Llorente pensar en la política, pero también en la judicatura, empresariado, centros educativos, sindicatos, poder financiero, sanidad, medios de comunicación, asociaciones, etc. Y hacerlo considerando el momento actual con sus grandezas y miserias, gozos y esperanzas, problemas y soluciones. Pero sobre todo, y siempre, centrado en la persona, en su capacidad de verdad y de bien, de libertad.

Pienso que todos somos conscientes de que es preciso hacer algo para mejorar nuestra situación, aunque existirán diagnósticos variados de los problemas y también soluciones diversas, porque siendo estas distintas aun con un dictamen único, lo serán mucho más cuando los juicios aparezcan discordantes.

Es obvio que yo no poseo ni lo uno ni lo otro, es más, no me corresponde. No obstante, sin señalar a nadie y sin introducirme en territorios indebidos, tal vez puedan encontrarse algunas pautas para el diálogo que una mayoría desea para caminar hacia algo mejor.

Leyendo un libro de Llano –En busca de la trascendencia–, me he topado con cuatro interrogantes de Kant capaces de hacernos pensar serena y sensatamente en nosotros mismos y en nuestro futuro, cuatro preguntas cruciales enderezadas a la mejora personal y nunca arma arrojadiza contra el adversario. Podría parecer que apenas tienen relación con nuestros problemas: ¿Qué puedo yo saber? Es la primera, y sirve aunque sólo bastara para enseñarnos algo narrado con una anécdota. Bailaban y dijo ella: –hay cuestiones que no podemos dejar de plantearnos, pero que nunca llegaremos a resolver. Él: –¿has leído la Crítica de la razón pura? Ella: –no conozco ese libro. Él: –pues acabas de decir exactamente lo mismo que Kant al comienzo de esa obra. Son las cuestiones que interesan directamente a la persona. Son las verdades que tal vez no llegamos a abarcar, diversas de la certeza matemática o lógica, pero con más calado que éstas.

¿Qué debo yo hacer?: sería la segunda cuestión, inmersa en el campo de la ética. El mismo autor afirma que la actitud moral de cada uno es capital para el planteamiento de cuestiones esenciales. Y esos asuntos están en la base de toda solución que sea digna del hombre. Para pensar y resolver con seriedad, se precisa el esfuerzo por adquirir virtudes y desterrar defectos. De otro modo, es muy posible que los propios vicios corrompan el diagnóstico y la solución. Es harto difícil resolver positivamente desde la soberbia, la pereza, la codicia o la mentira, por citar algunos errores comunes.

¿Qué me cabe esperar?: es la tercera pregunta, que Llano refiere al plano de la religión, puesto que esta siempre tiene que ver con la esperanza de alcanzar la felicidad. Quedándonos en el nivel filosófico, que no es huida de la realidad, sino una búsqueda más profunda, afirma que la felicidad tiene mucho que ver con el sentido de la vida, porque si la vida carece realmente de él, o no me es dado conocerlo, cabe poca esperanza. El sentido está en la verdad, y si la verdad no es amada o se nos antoja inalcanzable, y el uso de la inteligencia se quedará en un puro pragmatismo, no atisbará que la persona está destinada a la verdad. Así, la esperanza será muy pequeña, no abrirá horizontes amplios porque sin esperanza no hay futuro, y fomentará el individualismo.

Para la cuarta, habrá dificultades en la respuesta: ¿Qué es el hombre? Afirma nuestro autor que es de ella de donde toda otra cuestión surge y a donde toda otra cuestión retorna. Cualquier investigación de la realidad ha de tenerla en cuenta.

Cuando Alejandro Llano decidió estudiar filosofía su padre le espetó: –tú eres un lírico. Y no le pagó la carrera. Se puede pensar lo mismo de estas líneas, pero mi opinión es que en las respuestas a estos interrogantes hay más soluciones que en leyes, tratados o planes económicos. Un país que no piensa, además de ser un país sometido, camina a la deriva.

Pablo Cabellos Llorente. Sacerdote

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