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Servir sin complejos

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Servir, en la condición humana, no es una opción. Lo que puede ser opcional es a quién se sirve

Cope.es

Una antigua canción de Bob Dylan se titula “Tienes que servir a alguien” (Gotta Serve Somebody, 1979). Su mensaje es inequívoco: seas quien seas —una persona importante o alguien que pasa inadvertido, alguien que trabaja por libre o un funcionario, una persona joven o mAlmudi.org - Ramiro Pelliteroayor, sana o enferma, pobre o rica, etc.—, estás sirviendo o vas a tener que servir a alguien, y si te niegas, te servirás a ti mismo. Es cierto. Servir, en la condición humana, no es una opción. Lo que puede ser opcional es a quién se sirve.

No siempre se puede elegir lo que uno hace, pero quien tiene la libertad interior para elegir a quién sirve, puede hacer cualquier tarea sin sentirse rebajado. Sólo al que es interiormente libre no le importa ser esclavo, más aún, lo será gustosamente si sabe que vale la pena. No tendrá, desde luego, ningún complejo de inferioridad.

Tampoco tendrá el complejo de “ser necesitado”, que podría llevar a una especie de pseudomesianismo enfermizo. Es lo que señala Benedicto XVI en su encíclica sobre el amor, al decir que el cristiano sólo es “un instrumento en las manos del Señor”. Saber eso “le liberará de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor”.

Complejos hay muchos; pero el Evangelio, cuando se intenta vivir con coherencia, ayuda a servir sin complejos. Un cristiano no podría ser, por ejemplo, un nostálgico de tiempos pasados, ni un pesimista por sistema. Tampoco un indeciso ni un ingenuo. Ni dejarse llevar por el desconcierto o refugiarse en el anonimato. Cristo sirvió con toda su vida hasta la cruz y la resurrección, en cumplimiento de la voluntad del Padre. De esa manera ejercitó su realeza. Porque en efecto, es rey aquél que aprende a dominarse, a ser señor de sí mismo, para luego servir. Sólo así podrá, como San Pablo, “hacerse todo para todos”.

Explicando el sentido del Concilio Vaticano II, señalaba Joseph Ratzinger en 1967 que el servicio de los cristianos consiste en “asegurar al hombre su libertad frente a la esclavitud de lo meramente útil”, y de ese modo “ayudar a que el mundo cerrado se abra a la apertura de Dios, la única apertura verdadera, sin la cual todo el mundo permanecería desesperadamente hermético”.

Y esto el cristiano sólo puede hacerlo, en primer lugar, viviendo de la oración; segundo, implicándose en los anhelos y los problemas de los hombres; tercero, mediante el diálogo que explica el sentido cristiano del amor y de la cruz (así actuó Cristo y ahora se trata de continuar esa tarea unidos a Él). Avisaba de que el servicio de la vida cristiana no se dirige a una “eclesiastización” del mundo, es decir, que el mundo y todos sus ámbitos sean asumidos por la Iglesia como institución. Pero comporta una “desmundanización” y un anticonformismo.

Cabría añadir que servir pide competencia y disposición pronta y constante, y para ello es imprescindible dejarse ayudar, formarse sin cesar en todos los ámbitos (humano y profesional, intelectual y teológico, espiritual y evangelizador).

En nuestros días, sin nostalgias de tiempos pasados —ha escrito Pedro Rodríguez—, los cristianos no pueden renunciar a una interna cristianización de las estructuras sociales: esto equivaldría a renunciar a la dimensión pública y social del Evangelio, consecuencia insoslayable de la Encarnación.

Ramiro Pellitero, profesor de Teología pastoral, Universidad de Navarra

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