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Solidaridad en la Gran Manzana

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“Cuidar de los sin-techo me cambió la vida”

Tomás Aróstegui, antiguo alumno de Gaztelueta que terminó el colegio hace cinco años, ha estado tres meses en Nueva York ayudando a las Misioneras de la Caridad. El tiempo que estuvo allí le marcó profundamente, y ya está haciendo planes para volver.

Si le hubieran dicho a Tomás todo lo que le iba a pasar durante su viaje a Estados Unidos, jamás se lo habría creído. Se fue para trabajar en una ONG cuyo objetivo es ayudar a las mujeres embarazadas para que no tengan que abortar. Además de poder echar una mano, la Almudi.org - Tomás Arósteguiexperiencia le permitiría mejorar su inglés.

Al terminar su trabajo allí, decidió buscar alguna otra cosa para quedarse, pues el visado le permitía estar hasta tres meses. Es por eso que se ofreció a las Misioneras de la Caridad, por si necesitaban a alguien que las ayudase. La monja que le abrió la puerta del convento no lo dudó ni un instante: “Eres un regalo de Dios”, le dijo, y ese mismo día se puso manos a la obra.

En el corazón del Bronx

En el barrio del Bronx, uno de los que tiene mayor índice de criminalidad en Nueva York, las Misioneras de la Caridad disponen de unas instalaciones donde dan cobijo y comida a la gente que lo necesite. Fue allí donde Tomás estuvo echando una mano. “Todas las tardes, mi primera tarea era chequear a las personas que venían en busca de comida y asilo. Había que asegurarse de que no llevaran nada que pudiera ser peligroso o perjudicial”.

Tomás acompañaba a estas personas a la hora de cenar, y compartía habitación con los que allí estaban. “Muchas noches me quedaba hablando con ellos. Se veía que hacía mucho que nadie les escuchaba, y solían venir a pedirme consejo de muchas cosas. Y yo que todavía soy un chaval hacía lo que podía”.

La gente que acudía a la residencia era de lo más variopinta. Había muy pocos mendigos, algunos ex-drogadictos, ex-presidiarios... “Lo más sorprendente era la cantidad de personas que había que no eran pobres: tenían trabajo pero no tenían una casa. Incluso vino un hombre que trabajaba en las Naciones Unidas”.

Quizá una de las cosas que más llamó la atención de Tomás fue lo agradecidos que eran todos los que allí estaban, y la generosidad que demostraban a pesar de ser de lo más pobres. “Era increíble ver a vagabundos echar dinero en el cepillo de la Misa, a pesar de que ellos no tenían ni para comer. Y siempre se ayudaban unos a otros”.

Una revolución interior

El tiempo que Tomás estuvo allí le removió mucho interiormente: “Me cambió la vida. Primero, porque el estar pendiente de otros que han sufrido tanto te hace ver las cosas de otra manera. Y segundo, porque el ejemplo de las Misioneras de la Caridad fue increíble. No dejaban de trabajar ni un minuto, haciendo las labores más desagradables que pueda haber, y a pesar de todo nunca perdían la sonrisa de la cara”.

No fue él el único que experimentó un cambio durante ese tiempo. Hubo muchos milagros en esa casa, pero hay uno que Tomás recuerda especialmente: “Un sicario que era de Puerto Rico. Después de dos semanas allí decidió dejar atrás su mala vida, y volver a su país para evangelizar”.

Es por todo lo que vivió por lo que Tomás no duda en recomendar a otros que imiten su experiencia: “Animo a todo el mundo a que haga lo mismo durante un tiempo. Allí necesitan mucha ayuda, y una persona más siempre será bien recibida. Y está claro que allí recibes más de lo que das”.

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