Almudi.org
  • Inicio
  • Libros
  • Películas
    • Estrenos de CINE
    • Estrenos de DVD - Streaming
    • Series de TV
  • Recursos
    • Oración y predicación
    • La voz del Papa
    • Infantil
    • Documentos y libros
    • Opus Dei
    • Virtudes
    • Kid's Corner
  • Liturgia
    • Misal Romano
    • Liturgia Horarum
    • Otros Misales Romanos
    • Liturgia de las Horas
    • Calendario Liturgico
    • Homilías de Santa Marta
  • Noticias
  • Almudi
    • Quiénes somos
    • Enlaces
    • Voluntariado
    • Diálogos de Teología
    • Biblioteca Almudí
  • Contacto
    • Consultas
    • Colabora
    • Suscripciones
    • Contactar
  • Buscador
  • Noticias antiguas
  • Justicieros

Noticias antiguas

Justicieros

  • Imprimir
  • PDF
"No soy católico, pero ni a mí se me escapa la inmensa talla moral del actual pontífice"

ABC

A riesgo de resultar un pelmazo, vuelvo sobre el tema de mis columnas anteriores, porque la marabunta sigue rugiendo y muchos periodistas y blogueros por libre pretenden ahora que el Papa presente su dimisión.

Lo de una hipotética dimisión papal tiene más morbo para este tipo de personal, dicho sea de Almudi.org - Jom Juaristipaso, que los propios actos de pedofilia o efebofilia cometidos por curas, que se van revelando como puro pretexto para acorralar a Benedicto XVI.

Y es que sólo el Papa y la Iglesia se han tomado en serio este asunto. Explotando el escándalo, la prensa amarilla sólo busca vender, y la progre, sacar a los católicos del espacio público, o al menos, si la campaña no diera para tanto, dejar la reputación del clero por los suelos.

Que el Papa dimita, lo van a tener, me temo, muy, pero que muy crudo. El único precedente de dimisiones pontificias, el gesto de aparente humildad de aquel Celestino V que, en 1294, hizo per viltate il gran rifiuto, como escribió Dante en el canto tercero del Inferno (verso 60), no goza de estima en la tradición cristiana.

El poeta florentino metió a tal papa dimisionario en el infierno por su cobardía, y Unamuno no lo trató mucho mejor, añadiendo a la imputación de cobarde la de soberbio. El único poeta que lo elogió fue Cavafis, un cantor, por cierto, de la efebofilia desmadrada.

Hay que recordar asimismo el chasco que se llevaron algunos a causa de aquel nunc dimittis con el que oraba en sus últimos años Juan Pablo II, grotescamente interpretado como declarada intención de dimitir, cuando no era más que la equivalencia evangélica, en palabras del anciano sacerdote Simeón, del «dejadme ir a la casa del Padre» que repitió el papa polaco en su larga agonía.

Tampoco parece que los aficionados al espectáculo se vayan a divertir con su sucesor. Por si no lo he dicho ya suficientes veces, no soy católico, pero ni a mí se me escapa la inmensa talla moral del actual pontífice en comparación con sus actuales y pululantes detractores, verdadera masa de acoso.

No es necesario ser católico para ver con claridad hacia dónde conduce esta batida mediática contra la Iglesia, y, aunque admito que la condición de judío ayuda lo suyo a intuirlo, creo que basta con entender que el justicierismo supone siempre una corrupción del recto sentido de la justicia. Éste se ha eclipsado desde que Benedicto XVI hizo pública su carta a los católicos irlandeses.

Desde ese momento, el blanco de los ataques ya no lo constituyen los curas pederastas y los obispos encubridores, sino el Papa, contra el que se ha movilizado la progresía justiciera, tomando la carta en cuestión como un síntoma de debilidad, cuando ha sido, a todas luces, una demostración de fuerza moral que deja en evidencia la incapacidad flagrante del progresismo para llevar a cabo una crítica análoga de sus propias iniquidades.

Como en este caso no parece que vaya a funcionar el principio de que, herido el pastor, se dispersarán las ovejas, es previsible que la campaña arrecie durante algún tiempo y que la escena se llene —ya está pasando— de espontáneos que nos cuenten lo que sufrieron con el cura pedófilo que les correspondió.

Es el correlato obligado del justicierismo: la socialización de la condición de víctima, la cultura de la queja. Pero a esto ya nos tienen acostumbrados. ¿Qué progre no tiene un abuelo fusilado por Franco, enterrado en barranco ignoto o en cuneta polvorienta? Lo malo es que, como pasa siempre, la moneda falsa expulsa la buena del mercado y el quejica justiciero acabará por apantallar el dolor de las verdaderas víctimas.

Colabora con Almudi

Quiero ayudar
ARTÍCULOS
  • EL VALOR DE LA AMISTAD EN LA VIDA DEL HOMBRE La libertad de ser uno mismo con el otro
    Melisa Brioso, Blanca Llamas, Teresa Ozcáriz, Arantxa Pérez-Miranda Alejandra Serrano
  • La guerra de Rusia contra Ucrania: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
    Javier Morales Hernández
  • El deseo en la cultura de la seducción
    Manuel Cruz Ortiz de Landázuri
  • Tolkien, maestro de la esperanza
    Benigno Blanco Rodríguez
  • La educación democrática en el contexto de la deliberación y el agonismo político
    Sergio Luis Caro Arroyo
  • La Virgen María y el culto mariano en el arte y la literatura de la España de la edad de plata
    Javier García-Luengo Manchado
  • La Asunción de María
    José Ignacio Munilla
  • La familia de Dios padre: la fraternidad de los hijos de Dios
    Jean-Louis Brugues
  • La educación emocional, el auto-concepto, la autoestima y su importancia en la infancia
    Ana Roa García
  • El problema de la prohibición en la ética
    Roberto Gutiérrez Laboy
  • Legalidad y legitimidad
    Luis Legaz Lacambra
  • Eficacia de la Sagrada Escritura en la configuración de la vida cristiana
    Bernardo Estrada
  • Aprender a amar: amor y libertad
    Teresa Cid
  • Cristo hombre perfecto. Naturaleza y gracia en la Persona Divina de Cristo
    Ignacio Andereggen
  • Revolución de la ternura: un nuevo paradigma eclesial en el pontificado de Francisco
    Amparo Alvarado Palacios
MÁS ARTÍCULOS

Copyright © Almudí 2014
Asociación Almudí, Pza. Mariano Benlliure 5, entresuelo, 46002, Valencia. España

  • Aviso legal
  • Política de privacidad