Levante - Emv
En este país en el que el número de hijos por familia se ha ido limitando en las últimas décadas, existe una leyenda urbana que corre de boca en boca según la cual es muy caro tener un hijo y supone un compromiso económico poder asegurarle su futuro en un mundo altamente tecnologizado que exige cada vez un mayor nivel de formación.
Sin negar por completo la idea del coste económico de vivir en la España de hoy, si tenemos en cuenta el excelente sistema público de enseñanza de que disponemos y si las políticas sociales del gobierno de la nación y de los gobiernos regionales no siguen recortándose para las clases medias y bajas, estoy completamente convencido de que el mayor coste de la paternidad no lo es en términos económicos, sino en tiempo.
La paternidad, si se vive con ilusión y con responsabilidad, es el mejor sumidero de tiempo que uno pueda imaginar. A la absoluta dependencia de los bebés les sigue la imperiosa necesidad que tienen los niños de una mano que les guíe en su descubrimiento del mundo. De nada sirve que los niños estén escolarizados. La escuela, obviamente, es el complemento imprescindible para la socialización de los menores y para su iniciación al conocimiento práctico, pero ellos siempre necesitarán de la presencia de los padres y ya son largas las jornadas escolares como para que les escatimemos el tiempo para jugar juntos o para escucharles.
En la adolescencia y la juventud algún padre, celoso de su propio tiempo, pensará que el consumo de horas que demandan sus hijos es menor y de nuevo se equivocará. A pesar de que sean años de autoafirmación y de ansia de libertad, nuestros hijos necesitan saber que estamos ahí, ser conscientes de nuestra presencia que, aunque a veces menosprecien ante sus amigos, les es imprescindible para crecer como seres humanos seguros y felices.
Si en alguna ocasión vieron el programa de televisión Hermano mayor, que se dedicaba a analizar trastornos concretos de conducta en jóvenes y adolescentes, seguro que, a pesar de la credibilidad relativa que se puede conceder a los reality shows, coincidirán conmigo en que en el fondo de todos los conflictos subyacía una queja de los jóvenes en términos de «tú no estabas allí cuando yo te necesité» y esa necesidad que sienten nuestros hijos de nuestra presencia, nuestro apoyo y, en definitiva, nuestro tiempo, es lo que, desde que nacen, nos tiene sujetos a ellos.
Algún lector quizás se esté agobiando con el relato anterior pero, no le quepa duda, el tiempo de la paternidad es la mejor inversión que pueden hacer de este bien tan escaso y, si no, piensen que del tiempo que dedicaron a sus hijos se deriva el que hoy sean seres humanos seguros y felices. Además, ¿se han parado a analizar la tremenda rentabilidad en ternura, respeto y confianza que ha representado para ustedes ese tiempo compartido?
Durante estos primeros cincuenta y siete años de mi vida he tratado siempre de disfrutar de cada hora de cada día pero, a la vez, de trascender mi experiencia sensorial e intelectual en términos de resultados útiles para la sociedad. Ahí están unas casi quinientas publicaciones científicas y las más de cincuenta columnas que llevo compartidas con los lectores de este diario. Pero si hay una cifra de mi satisfacción, ésa es la de los cinco hijos que tengo, los unos totalmente incorporados a la sociedad, desde su formación universitaria y su trabajo diario, que es apreciado por quienes les conocen, y los otros como proyecto de futuro y me gusta pensar que el tiempo que les dediqué y les dedico, constituye las mejores horas de mi vida.