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Paso a paso, página a página, los comentarios sobre el reciente viaje del Papa a Santiago y a Barcelona, seguirán a apareciendo en los diarios nacionales e internacionales. Unos subrayarán unas frases, otros, otras. Harán consideraciones variadas sobre las reacciones de unos y de otros.
No entro en ningún tipo de polémica.
Benedicto XVI ha venido a AFIRMAR, y me animo a escribir con mayúscula la palabra, porque es lo que yo aprecio leyendo y releyendo las homilías en la Plaza del Obradoiro; y en la Sagrada Familia. No ha entrado en ninguna polémica. Es el Sucesor de Pedro, y como Pedro, anuncia la Fe, sostiene en la Fe; y, por tanto, Afirma.
Una afirmación que me atrevería a calificar de neta, clara y humilde.
Neta: «La Iglesia no tiene consistencia por sí misma; está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre».
Dios, Cristo, la Iglesia. La Iglesia fundada por Cristo, y en Cristo, dando a conocer a todos los hombres el Amor de Dios.
Clara: «Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna».
La Iglesia no puede ocultar la Verdad que está llamada a transmitir. Y lo hace anunciando la luz de Dios, la única luz que colma el hambre y la sed del hombre:
«¿Cuáles son sus grandes necesidades —las de la Europa que peregrina a Santiago- temores y esperanza. ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y es Él quien nos ha dado la vida. Sólo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirable de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre».
Humilde: «Ésa es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia».
Ese es el gran servicio, servicio humilde, que la Iglesia vive con todos los hombres, ¿cómo?, anunciando la Palabra de Dios, anunciando a Cristo; perdonando los pecados en la Reconciliación; alimentándolos con alimento de vida eterna, en la Comunión Eucarística recibida en gracia de Dios; con "Caritas", y atendiendo con caridad de Dios a tantos necesitados en el cuerpo y en el alma.
¿A quien habló Benedicto XVI? Le han escuchado creyentes y no creyentes; creyentes de profunda fe, creyentes sencillamente culturales; no creyentes que culturalmente no tendrían inconveniente en considerarse "cristianos". Él se ha dirigido muy especialmente a hombres y mujeres que somos: «seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención». Y ¿Por qué a estos seres humanos?
«En lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos.
Al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y le reconozca en Cristo».
Y concluye:
«Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de Dios y el hombres se nos ofrece en Jesucristo».
Y todo dicho a los pies, y en la presencia de Nuestra Señora de la Merced.