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La hora de la persona, el tiempo de la sociedad civil

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Escrito por Pablo Cabellos Llorente
Publicado: 19 Julio 2016

El amor a la verdad,  su búsqueda, es quizá el sentido de la vida; o al menos constituye un medio imprescindible para alcanzar esa plenitud humana que llamamos felicidad, y a la  que todos −cada uno a su manera− aspiramos

Escribo el título con ciertas dudas, sobre todo por lo que a la sociedad civil se refiere, porque me parece que esta sociedad nuestra está enferma o al menos anestesiada. Y también pienso que sin una sociedad civil sana, la democracia está asimismo enferma. ¿Y cómo se conforma una persona de modo adecuado viviendo en un mundo hostil? Con todo, opino que parados no vamos a quedarnos ni porque podamos prever la curación a largo plazo, ni porque surjan serios inconvenientes para realizarla. Pero vayamos por partes, porque el ser humano ha vivido casi siempre en tiempos malos y se ha repuesto una y otra vez.

Para Tocqueville, el primer autor que analizó la relación entre la sociedad civil y la democracia, cualquier tipo de organización social −sea política, social, comunitaria, religiosa, o incluso artística o deportiva− resulta favorable para la democracia en tanto que constituye una especie de escuela para la participación, así como un dique para contener la invasión del Estado en los espacios sociales. Más recientemente se han distinguido tipos de asociación civil según la distancia que guardan con respecto a la política. Algunos modelos de organización de la sociedad civil se orientan básicamente al fortalecimiento de la sociedad, otros pretenden tener una influencia en la esfera política y algunos más ejercen una acción primordialmente política.

Pero Tocqueville, y muchos con él, vemos que precisamente el Estado se hace con la sociedad civil en lugar de ser ésta el dique que imposibilite la conquista del Estado de esos espacios sociales, lo que viene a mostrar la doble enfermedad de la sociedad civil y del Estado mismo. En dos campos muy diferentes, lo propusieron Ramiro Ledesma Ramos y Gramsci. Según Enrique Brito Velázquez, la sociedad civil es "el conjunto de ciudadanos organizados como tales para actuar en el campo de lo público en busca del bien común, sin ánimo de lucro personal ni buscar el poder político o la adhesión a un partido determinado”. Ejemplos de sociedad civil son organizaciones no gubernamentales (ONG) organizaciones no lucrativas (ONL), asociaciones de ciudadanos, clubes e instituciones deportivas, centros sociales, grupos religiosos, sindicatos, colegios profesionales, estructuras de barrio, think tanks…

En todos esos ambientes −en las personas que los componen− habría que buscar la fuerza para sanar la sociedad y, en definitiva la democracia. Cuenta Alejandro Llano (“En busca de la trascendencia”) que Elizabeth Anscombe escuchó de Wittgenstein estas palabras horas antes de morir: “Beth, he buscado la verdad”. Pero Elizabeth precisó que no intentaba decir que la hubiera encontrado, sino que siempre había ido tras ella. Y es que el amor a la verdad,  su búsqueda −añade Llano− es quizá el sentido de la vida. O al menos constituye un medio imprescindible para alcanzar esa plenitud humana que llamamos felicidad, y a la  que todos −cada uno a su manera− aspiramos. Aquí ya podemos encontrar una pista de sanación social y personal: buscar la verdad, en lugar del dominio, el control, o la imposición.

En el campo de la política, podemos descubrir muchos ejemplos de ansia de poder, que no son precisamente una búsqueda de la verdad: se es demócrata en tanto en cuanto me votan a mí, sin el más mínimo reparo en estigmatizar −incluso rozando el Código Penal− a los que han votado a otros, sin ese mínimo respeto, aunque sea forzado, para declarar que el pueblo no se equivoca. ¿Qué diría un filósofo como Habermas cuando afirma que la existencia de una sociedad civil diferenciada de la sociedad política es un prerrequisito para la democracia y que, sin ella, no hay Estado legítimo? No sé si es necesario recordar que este filósofo ateo sostuvo un muy civilizado diálogo con el entonces cardenal Ratzinger. Muchos podemos aprender tantas cosas nobles de él. Entre otras, la no poco importante de discrepar sin herir, aportando al diálogo.

Otro asunto no despreciable es considerar que la burocratización de la política fue una causa importante de que lo público pasara a ser lo estatal. Entonces, la  conquista del poder saltó a depender de una nueva maquinaria, capaz de asumir la carga del Estado: los partidos. Es en aquel momento cuando se oyen más voces que defienden la sociedad civil o espacio dentro del cual pueden surgir zonas comunes. Sociedad civil es el ámbito de lo no gubernamental, el espacio de la libre iniciativa privada. Pero en la situación actual es necesario un rearme de criterios éticos de decisión, que sean capaces de trasladar pautas al espacio público para dirigir las instituciones del Estado a su verdadero fin, sin olvidar que la  comunidad política se constituye para servir −que no suplantar− a la sociedad civil, de la cual deriva.

Pero el problema de la sociedad enferma o anestesiada no está resuelto a pesar de las pautas apuntadas. Y es bien probable que continúe irresoluble mientras se fomente la ausencia de Dios, porque sin Él vale todo: el laicismo −que no laicidad−, la ideología de género que trastoca la humana naturaleza, el relativismo, en el que no hay verdad ni mentira, los restos de marxismo polvoriento que han mostrado su sobrada incapacidad. “Beth, he buscado la verdad”.

Pablo Cabellos Llorente, en Las Provincias.

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