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El agonizante arte de discrepar

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Escrito por Nuria Chinchilla
Publicado: 07 Octubre 2017

Os dejo apuntadas algunas claves de un artículo, que me han parecido muy útiles para los tiempos que corren

“El desacuerdo inteligente es la savia que alimenta a toda sociedad sana”. Esta frase aparece en un artículo de opinión que hace unos días apareció en The New York Times, y que llamó poderosamente mi atención después de que lo compartiera en redes sociales mi colega del IESE, el profesor Ricardo Calleja. “Los pre-requisitos cruciales para un desacuerdo inteligente −calla, escucha, espera y reconsidera, y, solo entonces, habla− brillan por su ausencia”, continúa diciendo el artículo.

De él os quiero hablar hoy, inmersos como estamos en unos momentos en los que parece haberse perdido la esperanza de poderse comunicar unos con otros, incluso estando en desacuerdo. Ya el título, The Dying Art of Disagreement (El agonizante arte de discrepar), nos lleva directamente al grano: ¿Ya no sabemos discutir? ¿No sabemos estar en desacuerdo sin lincharnos unos a otros? ¿Hemos caído víctimas irrecuperables de la omnipresente y poderosísima corrección política?

Bret Stephens, columnista de opinión del NYT, que escribió este artículo como discurso para la recepción de un premio, nos ofrece un panorama que viene gestándose años en las universidades americanas, y que ha producido la inquietante moda de “desinvitar” a los ponentes en actos académicos. La lista con la que inicia el artículo contiene casos como los de antiguos Secretarios de Estado (Kissinger o Condoleezza Rice), un presidente de la Universidad de Harvard (Larry Summers), un actor (Alec Baldwin), un activista pro-derechos humanos (Ayaan Hirsi), el co-descubridor del ADN (James Watson), un Primer Ministro indio (Narendra Modi), un director de cine (Michael Moore), y columnistas ganadores de premios Pullitzer conservadores y demócratas (George Will y Anna Quindlen, respectivamente), por nombrar solo a algunos.

Os dejo apuntadas algunas claves del artículo que me han parecido muy útiles para los tiempos que corren:

  • Estar en desacuerdo (discrepar) “define nuestra individualidad, demanda nuestra tolerancia, amplía nuestra perspectiva, capta nuestra atención, revitaliza nuestro progreso, hace reales nuestras democracias, y da esperanza y valor a aquellos que viven oprimidos donde quiera que sea.
  • El elevado rango de los que están, han estado o estarán en desacuerdo queda definido por nombres como Galileo y Darwin; Mandela, Havel y Liu Xiabo; Rosa Parks y Nathan Sharansky…”
  • La polarización que sufre nuestra sociedad se ha extremado tanto hacia lo personal que en los EEUU es más impensable actualmente el matrimonio entre republicanos y demócratas… ¡que las bodas interraciales!
  • Sobre la educación, en el sentido más excelso, Stephens recuerda sus años en la Universidad de Chicago, donde “no estoy seguro de que nos enseñaran nada, en realidad. Lo que hacíamos era leer libros que planteaban serias preguntas sobre la condición humana, y que nos invitaban a atrevernos a formular las nuestras propias. La educación, en este sentido, no era enseñar lecciones prefijadas. Era un ejercicio de interrogación. Escuchar y comprender, cuestionar y no estar de acuerdo; no tratar ninguna proposición como sagrada, ni ninguna objeción como impía; estar dispuesto a mantener ideas impopulares y cultivar el hábito de una mente abierta…”
  • “Las peleas o discusiones no son nunca personales, ni basadas en malentendidos. Por el contrario, el desacuerdo nace de la comprensión profunda. Para discrepar, uno debe leer en profundidad, escuchar con cuidado y observar de cerca”.
  • “Estamos en una época en que se protegen los sentimientos a costa de una permanente infantilización”.
  • Se ha reemplazado el pensamiento individual −con todo el esfuerzo que de por sí requiere pensar− con identificación social −con todo lo inapropiado que tiene el hecho de darse tono…”.
  • Hay gente que estaría encantada de enzarzarse en discusiones y dispuesta a cambiar de opinión. Pero, por miedo a ofender, dejan escapar la oportunidad de ser persuadidos.
  • Lo que hace nuestras discusiones tan tóxicas, en palabras de Stephens, es que “no miramos a los ojos de nuestros oponentes, ni tratamos de ver las cosas como ellos puedan verlas, ni buscamos un terreno neutral o intermedio”.

Os animo a leer el artículo completo (está en inglés, aquí lo tenéis). Será un buen ejercicio en estos días…

Nuria Chinchilla, en blog.iese.edu.

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