Discurso del Papa a los participantes en la conclusión de las jornadas de reflexión y estudio sobre los desafíos y los proyectos pastorales concernientes a la familia, considerada como iglesia doméstica y santuario de la vida
El Santo Padre recibió ayer, 27 de septiembre, al final de las jornadas de estudio y reflexión, a los participantes en el Curso sobre Matrimonio y Familia promovido por la Diócesis de Roma y el Tribunal de la Rota Romana
En su Discurso subrayó la importancia del acompañamiento eclesial en cada etapa del matrimonio, y la necesidad de un catecumenado permanente que involucre a todos: sacerdotes, agentes pastorales y esposos cristianos.
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, con alegría os encuentro al concluir el curso de formación sobre matrimonio y familia, promovido por la Diócesis de Roma y el Tribunal de la Rota Romana. Dirijo a cada uno mi saludo cordial, y doy las gracias al Cardenal Vicario, al Decano de la Rota y a cuantos han colaborado en estas jornadas de estudio y reflexión. Os han permitido examinar los retos y los planes pastorales concernientes a la familia, considerada como iglesia doméstica y santuario de la vida. Se trata de un campo apostólico amplio, complejo y delicado, al que es necesario dedicar energía y entusiasmo, con la intención de promover el Evangelio de la familia y de la vida. ¿Cómo no recordar, a este propósito, la visión amplia y de futuro de mis Predecesores, en particular de San Juan Pablo II, que promovieron, con valentía, la causa de la familia, decisiva e insustituible para el bien común de los pueblos?
En esa misma línea desarrollé este tema, especialmente en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, poniendo en el centro la urgencia de un serio camino de preparación al matrimonio cristiano, que no se reduzca a unos pocos encuentros. El matrimonio no es solo un acto “social”, sino un verdadero Sacramento que comporta una adecuada preparación y una consciente celebración. El vínculo matrimonial, de hecho, requiere por parte de los novios una decisión consciente, centrada en la voluntad de construir juntos algo que nunca debería ser traicionado o abandonado. En varias diócesis del mundo se están realizando iniciativas para hacer más adecuada la pastoral familiar a la situación real, entendiendo con esta expresión en primer lugar el acompañamiento de los novios al matrimonio. Es importante ofrecer a los novios la posibilidad de participar en seminarios y retiros de oración, que involucren como animadores, además de a sacerdotes, también a parejas casadas de consolidada experiencia familiar y a expertos en las disciplinas psicológicas.
Tantas veces la raíz última de las problemáticas que surgen después de la celebración del sacramento nupcial, hay que buscarla no solo en una inmadurez escondida y remota que explota de repente, sino sobre todo en la debilidad de la fe cristiana y en la falta de acompañamiento eclesial, en la soledad en la que se suele dejar a los recién casados después de la celebración de la boda. Solo cuando se ponen ante la vida diaria juntos, que llama a los esposos a crecer en un camino de entrega y sacrificio, algunos se dan cuenta de que no han comprendido plenamente lo que iban a iniciar. Y se ven inadecuados, especialmente si se confrontan con el alcance y el valor del matrimonio cristiano, por cuanto se refiere a aspectos concretos relacionados con la indisolubilidad del vínculo, a la apertura a trasmitir el don de la vida y a la fidelidad.
Por eso repito la necesidad de un catecumenado permanente para el Sacramento del matrimonio que abarque la preparación, la celebración y los primeros tiempos posteriores. Es un camino compartido entre sacerdotes, agentes pastorales y esposos cristianos. Los sacerdotes, sobre todo los párrocos, son los primeros interlocutores de los jóvenes que desean formar una nueva familia y casarse con el Sacramento del matrimonio. El acompañamiento del ministro ordenado ayudará a los futuros esposos a comprender que el matrimonio entre un hombre y una mujer es signo de la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia, haciéndoles conscientes del significado profundo del paso que están a punto de dar. Cuanto más profundo sea el camino de preparación y alargado en el tiempo, mejor las jóvenes parejas aprenderán a corresponder a la gracia y a la fuerza de Dios y desarrollarán también los “anticuerpos” para afrontar los inevitables momentos de dificultad y de cansancio de la vida conyugal y familiar.
En los cursos de preparación al matrimonio es indispensable retomar la catequesis de la iniciación cristiana en la fe, cuyos contenidos no se pueden dar por descontados o como si ya los novios los tuviesen adquiridos. Al contrario, la mayoría de las veces el mensaje cristiano está todo por descubrir para quien se quedó con alguna noción elemental del catecismo de la primera Comunión y, en el mejor de los casos, de la Confirmación. La experiencia enseña que el tiempo de la preparación al matrimonio es un tiempo de gracia, donde la pareja está particularmente disponible a escuchar el Evangelio, a acoger a Jesús como maestro de vida. Mediante una sincera actitud de acogida a las parejas, un lenguaje adecuado y una presentación clara de los contenidos es posible activar dinámicas que superen las lagunas hoy tan extensas: tanto la falta de formación catequética como la falta de un sentido filial de la Iglesia, que también forma parte de los fundamentos del matrimonio cristiano.
La mayor eficacia de la atención pastoral se realiza donde el acompañamiento no termina con la celebración de la boda, sino que “escolta” al menos los primeros años de vida conyugal. Mediante entrevistas con la pareja y los momentos de comunidad, se trata de ayudar a los jóvenes esposos a adquirir las herramientas y los apoyos para vivir su vocación. Y eso no puede pasar sino a través de un camino de crecimiento en la fe de las mismas parejas. La fragilidad que, bajo este aspecto, se encuentra a menudo en los jóvenes que se acercan al matrimonio hace necesario acompañar su camino más allá de la celebración de la boda. Y esto −nos dice también la experiencia− es una alegría para ellos y para cuantos los acompañan. Es una experiencia de gozosa maternidad, cuando los recién casados son objeto de las solícitas atenciones de la Iglesia que, tras las huellas de su Maestro, es madre amorosa que no abandona, no descarta, sino que se acerca con ternura, abraza y anima.
Respecto a los cónyuges que experimentan serios problemas en su relación y se encuentran en crisis, hay que ayudarles a revivir la fe y redescubrir la gracia del Sacramento; y, en algunos casos −que se deben valorar con rectitud y libertad interior− ofrecerles indicaciones apropiadas para iniciar un proceso de nulidad. Cuantos se han dado cuenta de que su unión no es un verdadero matrimonio sacramental y quieren salir de esa situación, pueden hallar en los obispos, en los sacerdotes y en los agentes pastorales el apoyo necesario, que se expresa no solo en la comunicación de normas jurídicas sino ante todo en una actitud de escucha y de comprensión. A ese propósito, la normativa sobre el nuevo proceso matrimonial constituye un válido instrumento, que requiere ser aplicado concreta e indistintamente por todos, a todo nivel eclesial, porque su razón última es la salus animarum. Me ha complacido saber que muchos obispos y vicarios judiciales acogieron con prontitud el nuevo proceso de matrimonio y lo pusieron en marcha, para consolar la paz de las conciencias, especialmente de los más pobres y alejados de nuestras comunidades eclesiales.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco vuestro compromiso en favor del anuncio del Evangelio de la familia. Espero que el horizonte de la pastoral familiar diocesana sea cada vez más amplio, asumiendo el estilo propio del Evangelio, encontrando y acogiendo también a aquellos jóvenes que deciden convivir sin casarse. ¡Hay que manifestarles la belleza del matrimonio! Que el Espíritu Santo os ayude a ser constructores de paz y de consuelo, especialmente para las personas más frágiles y necesitadas de ayuda y de solicitud pastoral. Os imparto de corazón mi bendición y os pido por favor que recéis por mí.