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Educar para el perdón con Tolkien y C.S. Lewis

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Escrito por Julio Iñiguez Estremiana
Publicado: 10 Abril 2024

El perdón puede ser un poderoso aliado para mejorar el bienestar emocional y preservar la salud mental. Padres y educadores tienen ante sí el reto de formar,también en el perdón, a los más jóvenes

Julio Iñiguez Estremiana en omnesmag.com

Perdón es la remisión de la ofensa recibida ─queda totalmente borrada─. Cabe distinguir entre el perdón de Dios ─es su amor misericordioso que sale al encuentro del hombre que acude a Él, arrepentido por haberle ofendido─, y el perdón entre las personas ─que es renovar la concordia entre quienes se sienten ofendidos por un agravio real o presunto─.

En el tiempo penitencial de Cuaresma y Pascua en que nos encontramos, parece muy propio que tratemos del Perdón, y como es un tema vastísimo y con tantas ramificaciones, en el artículo de hoy nos centraremos en el perdón entre los hombres, con el propósito, como siempre, de ayudar a padres y maestros en su tarea de educar en los hijos – alumnos la capacidad de pedir perdón y de perdonar.

Conmovedora escena de perdón en Mordor

La criatura Gollum, en quien Frodo confía para que les guíe a él y a Sam a la Montaña de Fuego donde debe culminar su Misión ─destruir el Anillo de Poder─, planeó una ruta con trampa: pasarían por Torech Ungol, el Antro de Ella Laraña, monstruosa bestia parecida a una araña, pero mucho más grande, con la intención de llevarle como obsequio el cuerpo de Frodo ─un plato exquisito para Ella─ y con la esperanza de que, a cambió, no ponga reparos a su deseo de recuperar el Anillo.

Tras sufrir muchas penalidades en durísimos ascensos por diferentes escaleras, llegan por fin a la entrada de un túnel que destila un hedor repugnante; ya en su interior, recorrieron muchos pasadizos, más y más aterrorizados por los horrores que veían y las amenazas que imaginaban, persistiendo siempre el repelente hedor.

De súbito, Gollum atacó a Sam con el propósito de dejar indefenso a Frodo, para que a la monstruosa bestia le fuera más fácil doblegar el festín que le quería entregar en sacrificio.

Sam logró desembarazarse de Gollum y acudió en ayuda de su Amo y amigo tan pronto como pudo; pero no llegó a tiempo de evitar que Ella Laraña, astuta y conocedora de todos los recovecos de su infecta guarida, le clavara su repugnante aguijón.

Cuando llegó a todo correr, Frodo yacía de espaldas y la monstruosa bestia le tenía atado con cuerdas que lo envolvían en una robusta tela de araña desde los hombros hasta los tobillos y se lo llevaba, levantándolo con las grandes patas delanteras.

Sam vio en el suelo la espada élfica junto a Frodo; la asió con fuerza y, haciendo acopio de una furia superior a lo que su naturaleza era capaz, atacó a la sebosa e inmunda bestia hasta que, malherida, retrocedió, desapareciendo por un pasadizo por el que a duras penas cabía.

Después, arrodillado junto a Frodo, le habló con ternura una y otra vez, y removió con toda delicadeza su cuerpo esperando recibir una señal de que su amigo seguía vivo, pero ésta no llegaba, por lo que su desolación crecía más y más.

─¡Está muerto ─se dijo, mientras caía

sobre él la más negra desesperación─

¡No está dormido, está muerto!

Mientras lloraba desconsolado y sin

saber qué hacer, si quedarse velando

a su Amo o continuar él con la Misión,

oyó un griterío y los destellos azules

de la espada élfica le advirtieron de

que se acercaba una patrulla de

Orcos.

Enseguida comprendió que lo más

prudente era sacarle a Frodo la

cadena con el Anillo y

esconderse. Con inefable respeto, y

aún con veneración, tomó la cadena y,

sintiéndose indigno de ser el portador

del Anillo de Poder, se la colgó a modo

de medalla, asumiendo la

responsabilidad de llevar a término la

Misión.

Llegaron Orcos y viendo a Frodo

tendido en el suelo, relamiéndose por

la suculenta cena que tendrían esa

noche, lo alzaron del suelo entre dos

y se lo llevaron jubilosos.

Sam, escondido pero atento, oyó que

comentaban entre ellos que el cuerpo

estaba caliente y por lo tanto vivo.

Sam se insultó a sí mismo con todos

los improperios que conocía por no

haber sido capaz de advertir tal

circunstancia, pero muy contento, al

mismo tiempo porque su Amo y

amigo estaba vivo. Inmediatamente

cambió de planes para intentar

rescatarlo. Con gran pericia y

arriesgando su vida, Sam consiguió

llegar hasta la sala donde vigilaban al

prisionero a Frodo; con hábiles

artimañas hizo huir a los centinelas y

logró liberar al Portador del Anillo,

salvándolo de la olla de los Orcos.

Frodo ya había despertado del

profundo sueño causado por el

veneno de Ella Laraña y fue inmensa

su alegría ante la inesperada llegada

de su Escudero y amigo.

─Se han llevado todo, Sam ─dijo

Frodo─. Todo lo que tenía. ¿Entiendes?

¡Todo! Se acurrucó en el suelo con la

cabeza gacha abrumado por la

desesperación, al comprender la

magnitud del desastre. La misión ha

fracasado, Sam.

─No, no todo, señor Frodo. Y no

ha fracasado, aún no. Yo lo tomé, señor

Frodo, con el perdón de usted. Y lo he

guardado bien. Ahora lo tengo colgado

del cuello, y por cierto que es una

carga terrible.

─¿Lo tienes? ─jadeó Frodo─. ¿Lo tienes

aquí? ¡Sam, eres una maravilla! ─De

improviso, la voz de Frodo cambió

extrañamente.

─¡Dámelo! ─gritó, poniéndose de pie, y

extendiendo una mano trémula─.

¡Dámelo ahora mismo! ¡No es para ti!

¡Está bien, señor Frodo ─-dijo Sam, un

tanto sorprendido─ ¡Aquí lo tiene!─

Sacó lentamente el Anillo y se pasó la

cadena por encima de la

cabeza.─ Pero usted está ahora en el

país de Mordor, señor; y cuando salga,

verá la Montaña de Fuego, y todo lo

demás. Ahora el Anillo le parecerá

muy peligroso, y una carga muy

pesada de soportar. Si es una faena

demasiado ardua, yo quizá podría compartirla

con usted.

─¡No, no! ─gritó Frodo, arrancando el

Anillo y la cadena de las manos

de Sam─ ¡No, no lo harás, ladrón!

─jadeaba, mirando a Sam con ojos

grandes de miedo y hostilidad.

Entonces, de pronto, cerrando el puño

con fuerza alrededor del Anillo, se

interrumpió espantado. Se pasó una

mano por la frente dolorida, como

disipando una niebla que le empañaba

los ojos. La visión abominable le había

parecido tan real, atontado, como

estaba aún a causa de la herida y el

miedo. Había visto cómo Sam se

transformaba otra vez en un orco, una

pequeña criatura infecta de boca

babeante, que pretendía arrebatarle

un codiciado tesoro. Pero la visión ya

había desaparecido. Ahí estaba Sam,

de rodillas, la cara contraída de pena,

como si le hubieran clavado un puñal

en el corazón, los ojos arrasados en

lágrimas.

─¡Oh Sam! ─gritó, Frodo─. ¿Qué he

dicho? ¿Que he hecho? ¡Perdóname!

Hiciste tantas cosas por mí. Es el

horrible poder del Anillo. Ojalá nunca

lo hubiese encontrado.

─Está bien, señor Frodo ─dijo Sam,

mientras se restregaba los ojos con la

manga-. Lo entiendo. Pero todavía

puedo ayudarlo, ¿no? Tengo que

sacarlo de aquí. Enseguida,

¿comprende? Pero primero necesita

algunas ropas y avíos, y luego algo de

comer. Lo mejor será vestirnos a la

usanza de Mordor. Me temo

que tendrán que ser ropas orcas para

usted, señor Frodo. Y para mí

también, ya que hemos de ir juntos.

Este episodio de “El Señor de los Anillos”, nos muestra un excelente ejemplo de cómo pedir perdón y de cómo perdonar: Frodo, horrorizado de su indigna reacción contra Sam, recapacita y le dice: «¡Perdóname! Hiciste tantas cosas por mí», reconociendo tantos servicios de su amigo. Por su parte Sam ─que tenía motivos para protestar por el “maltrato” recibido de su Amo y amigo─ se limitó a decir: «Está bien, señor Frodo. Lo entiendo. Pero todavía puedo ayudarlo, ¿no?»

¿No les parece también a Vds., como me lo parece a mí, que es una escena sublime? Pienso que es una excelente lección sobre la capacidad de perdonar y de pedir perdón; pero sigamos ahondando, que el tema lo merece.

Pedir perdón y perdonar en la vida cotidiana.

En “Las Crónicas de Narnia” de C. S. Lewis, gran amigo de J.R.R. Tolkien, encontramos también muchas escenas en las que alguno de los protagonistas se excusa o pide perdón por su mal comportamiento.

-Me disculpo por no haberte creído

-le dijo Peter a Lucy, su hermana

pequeña-. Lo siento. ¿Nos damos la

mano?

-Desde luego -asintió ella, y le dio la

mano.

Este sencilla escena es también un buen ejemplo de cómo debemos actuar en tantas situaciones tensas con las que inevitablemente nos encontramos en el trato con los demás ─en la familia, en el trabajo, en el colegio, en el deporte, con los vecinos, etc.─: roces con los que, en ocasiones, ofendemos a otras personas ─o nos sentimos ofendidos─; generalmente, es cierto, son detalles de escasa importancia, pero que pueden abrir pequeñas heridas en el alma. Y en esas ocasiones será necesario reparar la ofensa para preservar la concordia ─de ordinario, bastará con una sonrisa o un gesto de buena voluntad-

—”Señor, ¿cuántas veces tengo que

perdonar a mi hermano cuando peque

contra mí? ¿Hasta siete? ─pregunta

Pedro”.

—”No te digo que hasta siete veces,

sino hasta setenta veces siete” ─le

respondió Jesús [Mt 18, 21-22].

Jesús deja clara su doctrina: debemos perdonar siempre y a todos (no sólo a los hermanos o a los amigos, también a los enemigos…). Y esto no es fácil. Más todavía, pienso que es imposible sin la ayuda de la gracia que Dios nos ofrece. Por eso hemos de pedir con el Salmo 50: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”.

Además, en el Padrenuestro, Jesús parece condicionar el perdón divino a que el hombre perdone a sus semejantes: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». [San Mateo 6, 12]

Por su parte, el papa Francisco, sugirió la necesidad de aprender tres palabras: «Perdón, por favor y gracias». Hermosa enseñanza para practicarla en nuestra vida de relación con los que nos rodean.

Corregir y perdonar. Sanar. 

Ante las faltas y malos comportamientos de los hijos – alumnos, los educadores hemos de ser claros y positivos.

El chico o la chica han de asumir que lo sucedido está mal y hay que reparar, pero también hay que ofrecerles la esperanza de que lo pueden superar, que olvidaremos lo ocurrido ─queda perdonado─ y empezaremos de nuevo -tendrán otra oportunidad.

Tres casos reales y sencillos que acaban bien, entre tantos en el ámbito escolar.

I. Un muchacho denuncia que ha sufrido un robo en el aula. El profesor se informa de algunos detalles relevantes y llega a la conclusión que es posible que el objeto desparecido esté ya fuera del aula, por lo que descarta el registro a todos los alumnos. Luego les cuenta a los chicos lo sucedido, tratando de remover la conciencia del “ladrón” para motivar su arrepentimiento y devuelva lo sustraído. Les dice que se lo deben dar a él en privado y les asegura que nadie más lo sabrá jamás.

Al día siguiente, Juan le entrega el CD de “The Beatles” de su compañero. El ambiente de clase siguió siendo como antes y el profesor cumplió su palabra.

II. Gabriel se apuntó voluntario para participar en una actividad complementaria y fue seleccionado, pero está pasando por una mala racha y debido a su mal comportamiento, el profesor, de acuerdo con su tutor, lo expulsa de la actividad. Los padres de Gabriel se quejan por no haber sido informados con anterioridad del mal comportamiento de su hijo, y preguntan si será posible que Gabriel vuelva al grupo, comprometiéndose a un buen comportamiento. El profesor, de acuerdo con su tutor, les dice que sí, y añade otra condición a la indicada por los padres: debe sacar buenas notas en la evaluación (conforme a sus posibilidades). Gabriel superó ambas pruebas, volvió al grupo y siguió hasta el final con buen aprovechamiento.

III. Al finalizar una visita cultural con todo un curso de Bachillerato, los profesores reciben una queja de un vendedor de chuches y refrescos. Varios muchachos se han pasado por la su caseta y se han llevado cosas sin pagar. Los profesores, reuniendo a todos los chicos en el autobús, explican la situación, asegurando que no se moverían del sitio mientras no volvieran todos los “ladrones” a la caseta a devolver o pagar lo que se habían llevado, además de pedir perdón al vendedor, por el mal rato que le han hecho pasar. Felizmente, así lo hicieron los muchachos, el hombre se quedó más o menos conforme y púdose reanudar la excursión.

Pienso que esta manera de proceder─corregir, perdonar y animar─ es también un buen método para sanar el alma de quien ha fallado y de recuperar el buen ambiente. Cabe también señalar que el perdón puede ser un poderoso aliado para mejorar el bienestar emocional y preservar la salud mental. Y En este sentido, también es muy importante aprender perdonarse a uno mismo, arrepentidos de haber causado daño a otros.

Eso es también lo que nos enseña Jesús en su actuación con el paralítico de la piscina de Betzatá, en San Juan 5, 1-6. Primero le cura, compadeciéndose de él, al conocer que llevaba mucho tiempo esperando ser curado, pero que siempre se le ha adelantado alguien, cuando las aguas de la piscina fueron removidas por el ángel. Y después cuando se encuentran en el Templo, le dice: «Mira, estás curado; no peques más para que no te ocurra algo peor». Jesús sana y corrige. 

Por otro lado, debemos ser constantes en ayudar, aunque en ocasiones nos parezca a los educadores que no escuchan, y pacientes cuando los buenos resultados no llegan de inmediato, pues las personas necesitamos tiempo para alcanzar las metas que pretendemos alcanzar, sobre todo cuando nos proponemos ser mejores. Y les anima a perseverar en el esfuerzo si les confiamos que también nosotros, los adultos, hemos de luchar para mejorar y nos ven pedir perdón. 

Conclusiones

El perdón borra totalmente la ofensa recibida. Dios, que es amor, sale al encuentro del hombre que, arrepentido, acude a Él pidiendo perdón por haberle ofendido. Entre los hombres, el perdón restaura la concordia entre quienes se sienten ofendidos.

Educar para el perdón exige de los padres y los educadores, corregir cuando hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza de la ofensa y con las condiciones del que necesita esa ayuda. Pero también es importante que la chica o el chico a quien corregimos perciba que lo hacemos con cariño, que ella o él nos importa tanto o más que nosotros mismos y que tendrá otra oportunidad, porque confiamos en que va a mejorar.

Pedir perdón y perdonar contribuye a sanar el alma de quien ha fallado, ayuda a preservar el buen ambiente, puede mejorar el bienestar emocional y la salud mental. En resumen, generando felicidad, paz y tranquilidad: es una buena vitamina para la persona ─cuerpo y alma─.

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