Madre Teresa: “Yo no he pensado nunca en cambiar el mundo. Solo he intentado ser una gota de agua limpia en la que se pudiera reflejar el amor de Dios. ¿Le parece poco?”
El 5 de septiembre celebramos en la Iglesia a santa Teresa de Calcuta, nombre mundialmente famoso; pero si hablásemos de una mujer llamada Agnes Gonxha, casi nadie la conocería. Ese era su nombre de bautismo: Inés, y Gonxha que significa “capullo de rosa o pequeña flor”. Nacida el 26 de agosto de 1910 en Skopje, actual Macedonia y entonces parte de Albania, morirá el 5 de septiembre de 1997, apenas cumplidos 87 años.
El Señor la llamó a una misión de servicio a los más pobres de entre los pobres, y a fundar la orden de las Misioneras de la Caridad que perpetúan por todo el mundo la obra de esta gran santa. Después de su muerte, en tiempo récord dentro de la historia moderna de la Iglesia, el papa Juan Pablo II la proclamó beata el 19 de octubre de 2003; y el Papa Francisco la declaró santa el 4 de septiembre de 2016.
No me detendré en el trabajo inmenso que realizó en medio de grandes dificultades, porque solo esto ya requeriría muchos artículos. Baste recordar que su labor de entrega plena y desinteresada a los más pobres y su obra misionera, fueron reconocidos al serle otorgado el Premio Nobel de la Paz, en 1979, por su labor humanitaria y dedicación a los más necesitados en la India. Además, hizo oír su voz en foros del mundo entero; entre otros, en Nueva York, invitada a la asamblea de las Naciones Unidas en octubre de 1985; también en la conferencia de 1995 en Pekín y convocada por la ONU sobre la condición de la mujer, donde participaron, además de los países miembros de la Unión Europea, otros 174 países.
Hoy solo comentaré unas palabras suyas, conocidas sin duda por muchos lectores, que explican su visión trascendente de la vida humana y el amor de Dios que la inspiró y movió a realizar cuanto hizo.
Recibido el premio Nobel, en su regreso a la India pasó por Roma donde accedió a un encuentro con numerosos periodistas. Teresa tenía ya casi 70 años, y uno de ellos le dijo: “Madre, ¡usted tiene setenta años! Cuando muera, el mundo volverá a ser como antes. ¿Qué ha cambiado después de tanto trabajo? Madre Teresa, ¡descanse! No vale la pena tanta fatiga”. Y ella, sonriendo, respondió: “Yo no he pensado nunca en cambiar el mundo. Solo he intentado ser una gota de agua limpia en la que se pudiera reflejar el amor de Dios. ¿Le parece poco?”. Este comentario hizo enmudecer a todos los presentes durante unos momentos.
Teresa había tocado la razón última y motor de su vida en la entrega a los más necesitados: el amor de Dios. Otra prueba de que era este amor lo reflejado en esa pequeña gota de agua limpia –“gota de santidad”, habría que decir con más propiedad-, fue la respuesta que dio en diferente ocasión a un periodista norteamericano. Al verla atender con gran delicadeza y cariño a un enfermo plagado de heridas hediondas, le comentó: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares”. Y ella se limitó a contestar: “Por un millón de dólares tampoco lo haría yo”.
El “haz bien y no mires a quién” podría haber sido el lema de su vida. Por eso, y es un ejemplo más entre otros muchos en el trabajo de esta santa mujer, en 1985 y promovido por ella, se inauguró en New York un centro para atender a enfermos terminales de sida. Lo hizo, además, en Greenwich Village, un barrio donde las banderas del arco iris son muestra del ambiente LGBTI en esa zona. La Madre Teresa, como buen samaritano del siglo XX, unía la compasión humana por los más necesitados, con su amor a Dios.
Fue también en octubre de 1985 cuando la asamblea de la ONU acogió a Teresa de Calcuta, a esta “gota de santidad”, como me he referido a ella parafraseando sus palabras. Esta mujer, santa y con los pies bien plantados en la tierra, en su intervención no pudo menos que tocar puntos neurálgicos de la vida en el planeta. Vale la pena leer su discurso, del que solo mencionaré las palabras contracorriente que pronunció, sin miedo a lo políticamente correcto:
“Las obras del amor comienzan en el hogar y son obras de paz. Todos queremos la paz y, sin embargo, tenemos miedo de las armas nucleares, y de la enfermedad del sida. Pero no nos asusta matar a un niño inocente, un niño pequeño no nacido, creado con el mismo fin: amar a Dios y amarles a ustedes y a mí.
“Esto resulta una tremenda contradicción, y siento que hoy el aborto se ha convertido en el mayor destructor de paz. Nos asustan las armas nucleares porque es algo que nos toca, pero no nos asusta, a la madre no le asusta, cometer ese terrible asesinato. Incluso cuando el propio Dios habla de ello, dice: ‘Aunque una madre pueda olvidarse de su hijo, yo no te olvidaré. Te he grabado en la palma de mi mano, eres precioso para mí, te amo’”.
Completaré la respuesta que dio al periodista sobre la “gota de agua limpia” y que intencionadamente dejé inacabada. Teresa quería y en el Cielo lo seguirá deseando, que sean incontables las gotas de agua limpia en las que pueda reflejarse el amor de Dios. Por eso le animó: “Intente ser también usted una gota de agua limpia y así ya seremos dos. ¿Está casado?”. “Sí, madre”, respondió. Y ella, a su vez: ”Dígaselo también a su mujer y así seremos tres. ¿Tiene hijos?”. “Sí, tres hijos”. “Pues, dígaselo también a sus hijos y así seremos seis”.
El título de este artículo recoge el deseo de la Madre Teresa, de que sean muchas las “gotas de agua limpia” que reflejen el amor de Dios; por eso va en plural: “gotas de santidad en asambleas de la ONU”. Pero no es afirmación gratuita sino pura realidad porque otros santos reconocidos por la Iglesia, como san Pablo VI y san Juan Pablo II, también hablaron y antes que Teresa, en aquella asamblea. Ojalá que el número de “gotas limpias” vaya en aumento por todas partes: desde los hogares de familia, hasta las instituciones de quienes, a distintos niveles, rigen el gobierno de los pueblos.
Una mirada de esperanza de que esas gotas se siguen extendiendo, son las palabras de mi amigo Íñigo, joven estudiante de Medicina, que a principios de verano me escribía este WhatsApp: “Este mes de julio estaré en Calcuta con las Misioneras de la Caridad ayudando con un grupo de jóvenes. Rece por nosotros para que hagamos mucho bien”. En breve me contará sus experiencias y no lo dudo: serán “gotas limpias” que reflejarán también el amor de Dios, en la entrega que ese grupo de jóvenes habrán ofrecido a los necesitados de Calcuta.
José Antonio García-Prieto Segura en elconfidencialdigital.com
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