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  • Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna

Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna

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Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 03 Noviembre 2025

La vida mortal, la que ahora vivimos, es preparación para la vida eterna

Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna. Con esta solemne afirmación finaliza el Credo de los Apóstoles, que deriva del Antiguo Símbolo Roma usado desde el siglo II. El Credo es el símbolo o señal de identificación de las creencias cristianas: lo que define nuestra fe. Creemos en un Dios Creador y Redentor que se ha hecho hombre para redimirnos del pecado, de la ignorancia y de la muerte.

Hay una escena conmovedora, llena de humanidad, en la que se relata el llanto de Jesús por la muerte de su amigo Lázaro y la conversación con su hermana: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección en el último día. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?. Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Hace pocos días falleció un joven de 21 años tras un evento deportivo. Fue toda una tragedia para la familia. En el tanatorio, lo más duro para mí fue acercarme a su desconsolada madre: ¿qué decirle en esos momentos? No hay consuelo humano ni divino, me atrevería a decir. Pero para los creyentes, y esta familia lo es, cabe la esperanza de que nos volveremos a encontrar, de que Dios nos acoge en su seno, de que tras la muerte viene la vida eterna.

¿Cómo se afronta la muerte sin fe? ¿Qué sentido tiene la vida sin trascendencia? ¿Qué pasa con las promesas de fidelidad eternas? ¿Con la sed de verdad y de justicia que todos tenemos si todo acaba con la muerte? Hay una resistencia innata a desaparecer, a la caducidad de la existencia. Lo normal es tener ansias de eternidad, de perennidad, del para siempre.

La muerte no es la aniquilación del yo, del ser. Es el punto final de una existencia material que da paso a otro modo de vida, la eterna. El alma, por ser espiritual, es indestructible, imperecedera. Vive para siempre.

Los cristianos dejamos reposar a nuestros difuntos en el cementerio, que significa "dormitorio" o "lugar para dormir". Este término se usó en la creencia cristiana de que los cuerpos "duermen" en el cementerio hasta el día de la resurrección, frente al de necrópolis -ciudad de los muertos-, que usaban los paganos.

La vida mortal, la que ahora vivimos, es preparación para la vida eterna. En esta decidimos cómo será la futura. Hay una continuidad entre la tierra y el cielo; aquí, con la ayuda de Dios, nos ganamos el cielo, que es un premio inmerecido que debemos acoger.

Benedicto XVI abordó el sentido de la vida terrenal con una profundidad teológica y filosófica que entrelaza esperanza, libertad y comunión con Dios. En su encíclica Spe salvi, afirma que esta vida no es un fin en sí misma, sino un camino hacia una plenitud que trasciende el tiempo. Pero ese camino no es indiferente: está cargado de sentido, porque es el espacio donde se juega la libertad, el amor y la apertura al misterio. Al cielo se va queriendo, lo mismo que, queriendo, lo podemos rechazar.

La vida terrenal es donde se ejerce la libertad responsable, orientada al bien, al amor y a la verdad. Lo que aquí hacemos tiene sus consecuencias: "los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada", afirma Spe Salvi. Debemos elegir el amor, la verdad, la justicia, la belleza para encontrarnos con ellas en el Cielo, para que al final de los tiempos resucitemos en Cristo.

La Iglesia celebra el dos de noviembre el día de los fieles difuntos. Es una ocasión para rezar por nuestros finados, no solamente para recordarlos. Les podemos ayudar desde aquí abajo con nuestras oraciones y sufragios a purificarse para el encuentro don Dios. Podemos también examinar nuestras vidas, ver si nos vamos preparando al encuentro con el Padre, si seguimos el consejo que Jesús le dio a Tomás: “Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dijo: — Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? — Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida — le respondió Jesús—; nadie va al Padre si no es a través de mí”.

Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es

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