La valentía y generosidad de Ignacio que murió desangrado al oponerse a la violencia de los terroristas
El mes de noviembre trae especialmente consigo el recuerdo de los seres queridos que ya nos dejaron. Su memoria hace revivir momentos de intimidad, encuentros que quizá marcaron especialmente nuestras vidas. Una de esas evocaciones será protagonista de este artículo; la he tomado prestada de Joaquín, el padre del famoso “héroe del monopatín”, Ignacio Echeverría que así se llamaba, y que perdió su vida al defender y salvar la de cuatro personas: una chica francesa, su novio australiano y dos policías, que fueron objeto de un ataque, durante los atentados terroristas ocurridos en Londres en 2017. Su única arma de defensa fue el monopatín que llevaba consigo.
En marzo de este año he tenido la suerte de conocer a Joaquín; coincidimos en Bilbao, durante las “XIX Jornadas sobre católicos y vida pública”, organizadas por la Asociación de propagandistas, en torno al tema: “La Esperanza no defrauda”. Le invitaron para testimoniar sobre su hijo y las vivencias de aquellos momentos en Londres; y a mí, para hacer la presentación del Obispo de Helsinky, que fue uno de los ponentes del encuentro.
Ante un numeroso auditorio, Joaquín nos transmitió cómo él, su mujer y sus hijos vivieron aquellas dolorosas jornadas londinenses. Recogieron el cadáver de Ignacio para traerlo a España, y se detuvo en detalles del atentado: en la valentía y generosidad de Ignacio que murió desangrado al oponerse a la violencia de los terroristas; en las numerosas pesquisas de las autoridades británicas: en los requisitos jurídicos del caso, etc. Todo ello antes de referirnos, al fin, las vivencias suscitadas en aquellos momentos en que a él y a su familia les permitieron contemplar el cadáver. Fueron los comentarios finales de su dolorosa experiencia lo que más me conmovió de su entero testimonio.
En efecto: con absoluta sinceridad y sencillez nos refería que, después de todo lo ocurrido y en las circunstancias dramáticas en que había muerto Ignacio, temía encontrarse un cuerpo y rostro destrozados, expresivos del horrendo ataque sufrido. Sin embargo, sucedió todo lo contrario al contemplar el semblante de Ignacio enormemente apacible y sereno, como si quisiera reflejar la paz de su alma inmortal. La vivencia de aquellos momentos y la serenidad que le embargó, le conmovieron hasta tal punto que resultaron ser como un “antes” y un “después” en su vida, llevándole a acercarse más y más a Dios.
Fue lo que más me impactó de su testimonio y de aquellas Jornadas, ricas por otra parte en aportaciones sobre la esperanza cristiana. Por eso, terminada su intervención lo abordé enseguida con vistas a iniciar una amistad, que el tiempo ha confirmado y fortalecido. Y como siempre procuro no dar puntada sin hilo, e ir más lejos y más arriba del punto de partida, esta vez no será menos. En este caso, sin embargo, la trascendencia está más que servida, como lo prueba el mencionado testimonio de Joaquín. Lo había dado ya otras veces en diversas entrevistas y medios de difusión, susceptibles de verse en las redes sociales. Transcribiré algunas palabras suyas tomadas de esos medios, que confirman lo dicho hasta aquí.
En 2024, por ejemplo, declaraba que años atrás estuvo equivocado al enjuiciar injusta y globalmente a toda la Iglesia, solo por la actuación de algunos representantes suyos más destacados. Pero en conversaciones con su hijo Ignacio, éste le había ido haciendo comprender su error y llevándole a rectificar poco a poco. Decía:
“Yo estuve muchos años sin entender a la Iglesia por su posición de connivencia con los terroristas (…); pero Ignacio me enseñó a diferenciar la Iglesia de algunas personas que forman parte de ella”. Y continuaba rememorando lo que le decía su hijo:
“Date cuenta, papá, que estás confundiendo el todo con la parte. Y esos señores serán sometidos a juicio cuando les toque. Pero ahora por el camino, la Iglesia no es eso, la Iglesia somos todos”. Y Joaquín concluía: “Yo, ya no me he vuelto a enfadar más y después de la muerte de Ignacio me reconcilié plenamente, porque soy capaz de entender que tenía razón, pues una cosa es la Iglesia y otra las conductas erradas dentro de ella. Tampoco la Iglesia es culpable de mis pecados; los pecados son míos; y serán muy graves, pero son míos.”
Parece que son muchos los frutos positivos que la conducta y muerte de Ignacio está produciendo, a medida que se va conociendo su vida. Citaré uno más, particularmente breve y significativo, porque habla de la alegría cristiana en medio del dolor que conlleva la muerte de los seres queridos. También en este caso, con palabras textuales de su padre: “Cuando volvimos con el cadáver de Ignacio al tanatorio, nos recibió mucha gente; se acercó un primo de mi mujer y venía con cara de tristeza. Me vio y yo le dije: ‘No, hoy toca alegría. Ignacio ha vuelto y no puedes estar así: hoy toca alegría”. Huelgan comentarios ante similar reacción de fe y esperanza cristianas.
Hace pocos días he tenido oportunidad de hablar despacio con Joaquín, en su propia casa de Las Rozas, donde vive con su esposa. Me mostró fotos de Ignacio con sus cuatro hermanos -dos varones y dos mujeres-, y otros recuerdos de su hijo, cuya presencia en aquel hogar lo llena todo. Después fuimos al cementerio donde reposan sus restos; rezamos un responso por el eterno descanso de su alma, con la seguridad de que aquella oración era simultáneamente correspondida, y seríamos nosotros los más favorecidos. Sobre la losa de la tumba vi algunas piedrecitas que servían -como me dijo Joaquín- para asegurar que el viento no arrastrase los ramilletes de flores que depositaban algunos visitantes; y fijado sobre el lado izquierdo del frontis de la tumba y brazo izquierdo de la cruz, puede verse un patinete símbolo de su valentía.
Enseña la sabiduría popular que “la cara es el espejo del alma”; en este caso, y por lo expresado en estas líneas, el rostro sereno y sin vida de Ignacio que contemplaron sus padres y hermanos, bien pudo ser un trasunto de la paz y alegría eterna que gozaba ya en el Cielo. Sin prejuzgar nada, como es lógico, se comprende que en la diócesis de Madrid se haya abierto su proceso de beatificación. Ojalá vaya adelante y sean muchos los jóvenes y menos jóvenes decididos a seguir su ejemplo; y también sus virtudes cristianas que habrán de probarse, pero que sin duda fundamentaron su gesto heroico junto al Puente de Londres, en aquel 3 de junio de 2017.