El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo
Tengo que reconocer que lo poco que sé sobre la Inteligencia Artificial y su uso me fascina y, al mismo tiempo, me plantea serios interrogantes. Esta misma mañana comentaba un compañero de trabajo que la IA no resuelve todos los problemas. Otro añadía que no se puede confiar del todo en ella, porque lo que no sabe lo inventa, siempre buscando quedar bien.
A mí me ayuda a encontrar cosas, citas, pensamientos. Me facilita el trabajo, lo corrige y ordena. Lo que no podemos pedirle -ni debemos- es que nos sustituya. La tecnología es fruto del saber humano, de su pensamiento y de su esfuerzo por facilitar la vida y el trabajo; pero sigue siendo solamente una ayuda.
No olvidemos que tenemos tendencia al mínimo esfuerzo. El segundo principio de la termodinámica establece que la entropía del universo tiende a aumentar con el tiempo: es una medida del grado de desorden o aleatoriedad en un sistema. Todo tiende al desorden, a la dispersión. El esfuerzo humano es necesario para contrarrestar esa tendencia natural: ordenar, construir, dar forma, mantener estructuras frente al desgaste.
Mantener una casa limpia, cultivar un huerto, escribir un texto… Son acciones que requieren energía para reducir localmente la entropía, para ordenar, aunque el desorden del universo siga aumentando. El trabajo es necesario, insustituible para nuestra supervivencia.
La IA procesa datos, pero no piensa en el sentido humano: no se abre al misterio, no se pregunta por el sentido, no experimenta esperanza ni trascendencia. Por eso, dejar que la IA “piense por nosotros” sería renunciar a lo más propio de nuestra humanidad.
Este es el peligro que ya intuyó el papa León, cuando advirtió que la humanidad se enfrenta a un “futuro sin esperanza” si pierde la capacidad de tomar decisiones sobre sí misma y delega su albedrío a las máquinas. Enfatizó que la decisión final debe recaer siempre en el ser humano, no en un algoritmo: “Interactuamos con las máquinas como si fueran interlocutoras, convirtiéndonos así casi en una extensión de ellas. En este sentido, no solo corremos el riesgo de perder de vista a las personas que nos rodean, sino también de olvidar cómo reconocer y valorar todo lo que es verdaderamente humano”.
Leemos en san Pablo: “No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que, con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar”.
El Apóstol está orgulloso de su trabajo, de mantenerse, de no vivir “de la caridad”. Es propio de la dignidad de la persona trabajar, desarrollar sus capacidades, ver el fruto de sus esfuerzos. Colaborar en la construcción de la casa común, ser útil a los demás, ganarse el pan con su esfuerzo.
Los subsidios, ayudas o paguitas deben ser puntuales, para ayudar a salir de una mala situación. Pero lo digno es tener un trabajo, ejercer una profesión, desarrollar los propios talentos.
Dice Surco: “El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo. El Señor, el mejor de los padres, colocó al primer hombre en el Paraíso, –ut operaretur– para que trabajara”.
Sigue afirmando san Josemaría: “El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad”.
También hay que poner orden en nuestra profesión. Debemos trabajar con sentido, con cabeza. No podemos permitir que el trabajo nos absorba hasta el punto de impedirnos dedicar tiempo a la familia, a los amigos, a Dios. Llegar al fin de semana agotados, a las vacaciones exhaustos, no es lo deseable.
El trabajo fue asumido por Cristo y se puede santificar. Como decía san Juan Pablo II: “Por tanto, el trabajo es expresión de la capacidad de amar a Dios y a los hermanos, y esfuerzo por cooperar al designio del Creador en favor de sus criaturas”.
Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es
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