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Corpus Christi en San Petersburgo

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Escrito por Ernesto Juliá Díaz
Publicado: 25 Junio 2011
Almudi.org - San Petersburgo
Después de 93 años la procesión del Corpus vuelve a San Petersburgo e inicia su nuevo caminar con todos los honores<br /><br />

ReligionConfidencial.com

El Señor entra en la que fuera ciudad de verano de los zares, con la misma humildad, con la misma sonrisa, con el mismo gesto de paz con que entró un día en Jerusalén

Más que un renacer; es el nacer eterno de Cristo, es su presencia eterna en la tierra, es una nueva señal de su perenne permanencia. «Y estaré con vosotros…”

      Después de 93 años. La procesión del Corpus vuelve a San Petersburgo. E inicia su nuevo caminar con todos los honores. El Ayuntamiento de la ciudad ha concedido permiso al Señor para que pueda ser llevado por Paolo Pezzi, Arzobispo Católico de la Madre de Dios de Moscú, en procesión solemne por la avenida Nevski, ese lugar tan familiar a los lectores de Dostoiewsky, y de otros autores rusos. Centro y corazón de la ciudad, a orillas del río Neva.

      Digo que “el Ayuntamiento ha concedido permiso al Señor”; y pienso que digo bien. Más allá de la autorización a la Iglesia Católica Apostólica Romana para llevar a cabo la procesión; está la invitación a Cristo Eucaristía, para que transite libremente por la avenida y vuelva, con la sencillez de un peregrino ruso, a caminar por todos los caminos de Rusia.

      Hace ya más de un siglo, Dostoiewsky recogió en un artículo este juicio de un escritor inglés: «El catolicismo es grande, bello, sabio y poderoso…; la más firme y mejor construida de cuantas instituciones mueven al hombre; pero no es educador, por lo que está condenado a morir”. Y comenta: «¡Qué juicio más absurdo!”.

      No sé si el alcalde de San Petersburgo ha leído el Diario de un escritor, pero le ha dado la razón al genio ruso. El escritor inglés esta hoy completamente olvidado.

      Fueron arquitectos italianos lo que levantaron los grandes edificios de San Petersburgo. Hoy es un sacerdote, un arzobispo italiano el que se dispone a acoger ese “permiso” al Señor que quiere “educar” el pueblo ruso en la Fe, en la Esperanza, en la Caridad y, desde y en el silencio del Santísimo Sacramento del Altar, sembrar todos los frutos del Espíritu Santo, y en especial, la caridad, la alegría y la paz, en el corazón de tantos creyentes rusos, que han enterrado el ateísmo comunista.

      A este gesto de reconocimiento al Señor, se une otra señal más “política”, “social”, si se quiere llamarla así, enviada desde el Estado Ruso a la Santa Sede. Pocos días atrás, el antiguo Nuncio vaticano en Rusia, Antonio Mennini, ha recibido la condecoración de la “Amistad”, por sus méritos “en el desarrollo de las relaciones de amistad entre la Santa Sede y la Federación Rusa”.

      El metropolita Hilarión, Presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, concluía el mensaje a Mennini con estas palabras: «Estoy muy contento de que, ejerciendo ahora su ministerio de Nuncio Apostólico en Gran Bretaña, usted no haya perdido el vínculo con Rusia y con la Iglesia rusa, donde es recordado por todo como un amigo sincero y un hermano en Cristo”. 

      La comprensión recíproca entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa Rusa va dando pasos, y pasos firmes. La última procesión del Corpus en San Petersburgo fue el año 1918, poco antes del asentamiento definitivo y cruento de la revolución rusa.

      El Señor entra en la que fuera ciudad de verano de los zares, con la misma humildad, con la misma sonrisa, con el mismo gesto de paz con que entró un día en Jerusalén. Rusia ya ha vivido y sufrido un gran calvario; y espera con ansias la Resurrección.

      Estoy convencido de que los corazones de los rusos que vean pasar a Cristo Sacramentado por la avenida Nevski este próximo domingo, se elevarán a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, clamando por un encuentro de paz y amistad entre el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú, y que el encuentro se celebre, después de tantos siglos, bajo la mirada amorosa de la Madre de Dios.

Ernesto Juliá Díaz

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