L´Osservatore Romano (Entrevista de Gianluca Biccini)
Esta vez acude a la ‘JMJ’ con unas funciones que no habría podido imaginar hace veintidós años cuando se encontró en el Monte del Gozo con Juan Pablo II y miles de chicos y chicas de todo el mundo
Cuando, en agosto de 1989, se encontraba inmerso en la marea de jóvenes que expresaban rítmicamente su amor por Juan Pablo II durante la Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela, Miguel Delgado Galindo, que entonces tenía veintisiete años y estaba encaminado a una brillante carrera forense, nunca habría imaginado que un día estaría de la otra parte del escenario, entre los oficiales del Consejo pontificio para los laicos, en calidad de subsecretario.
Benedicto XVI llamó a ese cargo el pasado 18 de junio a este sacerdote catalán, que ya era jefe de oficina del dicasterio, encargado de la sección de asociaciones y movimientos. En esta entrevista nos habla de su nuevo cargo.
¿Cómo acogió el nombramiento de Benedicto XVI a solo dos meses del inicio de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid?
Fue sin duda un paso normal en este encargo, debido a que el profesor Guzmán M. Carriquiry en mayo fue nombrado secretario de la Comisión pontificia para América Latina. Es solo una feliz coincidencia que mi nombramiento coincida con el desarrollo, ya próximo, de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid.
Cuando me enteré del encargo que el Santo Padre me quiso encomendar experimenté un profundo sentido de gratitud por la confianza que tiene en mí y que espero merecer, así como un vivo reconocimiento hacia mis superiores del Consejo pontificio para los laicos.
Ahora, uno de los jóvenes de la Jornada mundial de Santiago de Compostela irá a Madrid para participar en la segunda JMJ en España, pero esta vez con unas funciones que no habría podido imaginar hace veintidós años cuando se encontró en el Monte del Gozo con Juan Pablo II y miles de chicos y chicas de todo el mundo.
Ha citado al profesor Carriquiry, que fue subsecretario durante veinte años, de 1991 a 2011. Se podría objetar que con su nombramiento precisamente un dicasterio tan específico como el Consejo pontificio para los laicos ya no tendrá un laico en su cúpula...
Ante todo quisiera manifestar gratitud a mi predecesor, del que he aprendido tanto en los doce años en que he trabajado junto a él. Ha prestado su servicio al dicasterio durante cuarenta años, desempeñando diversos cargos. Por lo que atañe a la objeción que me plantea, conviene decir que nuestro Consejo pontificio es un instrumento al servicio del Papa dentro de la Curia romana para la promoción del apostolado de los fieles laicos; precisamente por esto se llama "para los laicos".
Así pues, lo que cuenta no es "ser laico" o "ser clérigo" —por lo demás, la mayoría de los oficiales son laicos y algunos de ellos tienen funciones de dirección—, sino saber reconocer la vocación propia de los fieles laicos, para valorizar su papel en la Iglesia. Están llamados a buscar la santidad en el mundo y a santificar las realidades temporales donde se encuentran en cada momento de su existencia: en el estudio, en la profesión, en la familia, etc.; así como a emprender iniciativas de evangelización en los distintos ambientes en que viven.
Un joven de la ‘JMJ’ compostelana que ahora tiene un cargo de responsabilidad en la organización del encuentro de Madrid. ¿Cuál ha sido y cuál será su papel?
Será el de ayudar a mis superiores —el cardenal presidente Stanisław Ryłko y el obispo secretario Josef Clemens— en las diversas áreas de competencia que se les ha atribuido. Me ayudará la experiencia adquirida hasta aquí: por ejemplo, el hecho de que yo tenga conocimiento directo de la JMJ me permitirá tratar este tema con más competencia.
A propósito, hay quien considera que, en estos encuentros, a los jóvenes se los utiliza sólo como masa, multitud anónima que hace de contorno al espectáculo...
Quien conoce la JMJ sabe bien que es una ocasión estupenda para la evangelización de los jóvenes, un modo maravilloso para un encuentro personal con Jesús en presencia del Papa. Por ello, el verdadero protagonista es Cristo, no el espectáculo ni la multitud de jóvenes. No se la puede considerar una Woodstock católica, un festival multi-cultural de jóvenes católicos que no deja ninguna huella cuando se apaga la última luz del escenario.
Es el evento eclesial con mayor participación: en Manila, el año 1995, participaron cinco millones de jóvenes; en Roma, durante el jubileo del año 2000, dos millones. Con todo, aun siendo un encuentro que pone en movimiento multitudes, cada joven que participa queda profundamente marcado. La JMJ —si se ve como posibilidad de encuentro con Cristo— puede transformar la vida de quien participa en ella.
Ciertamente, requiere un largo itinerario de preparación, que comienza con el mensaje que el Papa escribe cada año a los jóvenes con ocasión de las Jornadas celebradas en las diversas diócesis el Domingo de Ramos. Son muchas las parroquias, las asociaciones, los movimientos eclesiales, los grupos juveniles que organizan momentos de estudio y de profundización de este mensaje del Pontífice. Pero los frutos más valiosos son de índole personal entre Dios y los muchachos, y es lógico que sea así.
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