Ha llegado el momento de vislumbrar un nuevo amanecer en el que hombres y mujeres con raíces cristianas en su inteligencia y en su corazón hagan resurgir de las ruinas, un nuevo Amor que engendrará la vida, levantará las familias, y dará sentido a la libertad, y dará origen a una nueva “democracia”.
“Dada la cantidad de musulmanes que hay en Francia, y para no herir su supuesta susceptibilidad, ya no se habla de las raíces cristianas de Europa”.
Alain Finkielkraut, judío francés, bien conocido entre los nuevos “filósofos” franceses herederos del 68, se plantea la cuestión de la “identidad europea”, y en su próximo libro no tiene inconveniente en afirmar que estamos ante una crisis profunda de civilización.
Finkielkraut no descubre nada nuevo, ciertamente. La civilización que ha hecho grande a Europa hace tiempo que ha comenzado a consumirse y está ya a punto de desaparecer. Las “raíces cristianas” se han agostado, y las leyes europeas apenas sí tienen un fundamento en la opinión variable de las mayorías variables que gobiernan aquí y allá.
Nadie con una cierta seriedad intelectual, puede negar las raíces cristianas de Europa. Otra cosa, sin embargo es analizar la supervivencia de esas raíces, y su capacidad para seguir dando frutos de convivencia y de paz social.
Cuando se habla en estos términos no nos referimos a la Fe en Cristo y en su Iglesia de muchos europeos, sino a la influencia de la afirmación cristiana en el entramado de la sociedad.
Las “raíces cristianas” se han manifestado en Europa de manera clara y precisa, entre otros muchos detalles, arte y literatura incluidos, en estos cuatro puntos, columnas para una adecuada convivencia humana y cristiana:
─el reconocimiento legal y social de la dignidad de la persona humana, de cualquier persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural
─el reconocimiento legal y social de la realidad de la familia −hombre y mujer− y de su descendencia.
─la realidad de un orden moral, el bien y el mal, ley natural o como se le quiera llamar, recibido de un Dios Creador y Padre, que todos, también el poder político tienen la gravísima obligación de respetar, para que, a su vez, su legitimidad sea aceptada..
─el reconocimiento legal y social, y el respeto total, de la irreductible libertad del ser humano. Libertad que hace al hombre verdaderamente libre y le abre el horizonte hacia el bien de todos, cuando se deja guiar por la Verdad. “La Verdad os hará libres”.
Basta una breve mirada por los países de esta vieja Europa para darnos cuenta de que ninguna de estas cuatro raíces sigue viva en Europa, aunque lógicamente sigan vivas en la conciencia de muchos europeos, cristianos y no cristianos que continúan viviendo de la “raíces cristianas”, y que son quienes volverán a levantar otra Europa −bien diferente de la actual− con “raíces cristianas”.
La Europa de hoy ha rechazado esas cuatro raíces que un día la hicieron grande y universal:
─Europa niega la dignidad de la persona con el aborto, la matanza de discapacitados, etc. Y está siguiendo el camino del suicidio colectivo que el aborto supone.
─Europa niega la realidad de la familia con esa serie de “supuestos legales” que califican “uniones” de todo tipo entre los seres humanos, como “familias”; y convierte la “adopción” de niños, por quienes no podrán ser jamás ni sus padres ni sus madres, en un auténtico mercado de esclavos, con desprecio total a la libertad de los “esclavos”.
─Europa se está “suicidando”, también políticamente, al convertir la “democracia”, el poder de la mayoría para elegir gobernantes; en “burocracia”, que se ha arrogado el poder de decidir qué es el “bien” y el “mal”, sin atreverse a nombrar, lógicamente, esas palabras sagradas.
Europa está dejando vacía de contenido la “libertad” del hombre, creando hombres que no saben qué sentido tiene su libertad −salvo para hacer lo que a cada uno le viene en gana−, porque han dejado de buscar la Verdad. Y no sólo la Divina; han dejado de buscar la verdad de cada hombre. El individualismo se ha apoderado de la vieja Europa y la libertad les sirve casi exclusivamente para buscar su propio “bienestar”; un “bienestar” pensado e inventado por ellos mismos.
Quizá ha pasado el tiempo de las odas fúnebres sobre la vieja Europa, que se está enterrando sola; y ha llegado el momento de vislumbrar un nuevo amanecer en el que hombres y mujeres con raíces cristianas en su inteligencia y en su corazón hagan resurgir de las ruinas, un nuevo Amor que engendrará la vida, levantará las familias, y dará sentido a la libertad, y dará origen a una nueva “democracia”.
Ernesto Juliá Díaz
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