La tarde de este Jueves Santo el Papa dejó el Vaticano para dirigirse a la cárcel romana de Rebibbia donde se encontró con los allí detenidos y celebró la Misa “in Coena Domini”, durante la cual lavó los pies a algunos encarcelados y encarceladas del cercano centro penitenciario femenino
Este jueves Jesús estaba en la mesa con los discípulos celebrando la fiesta de la Pascua. Y el texto del Evangelio que hemos escuchado dice una frase que es precisamente el centro de lo que ha hecho Jesús por todos nosotros: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el fin (Jn 13,1). Jesús nos amó, Jesús nos ama, pero sin límite, siempre, hasta el fin, hasta dar la vida por nosotros, por cada uno de nosotros. El amor de Jesús no tiene límites: siempre es más, siempre es más. Nunca se cansa de amar. Nos ama a todos, hasta el punto de dar la vida por nosotros: sí, dar la vida por nosotros; sí, dar la vida por todos nosotros, dar la vida por cada uno, y cada uno puede decir: Ha dado la vida por mí. Por cada uno: ha dado la vida por ti, por ti, por ti, por mí, por aquél… por cada uno, con nombre y apellidos. Su amor es así: personal. El amor de Jesús nunca defrauda, porque no se cansa de amar, como no se cansa de perdonar, ni se cansa de abrazarnos. Esto es lo primero que quería deciros: Jesús nos amó, a cada uno de nosotros, hasta el fin.
Y luego, hace algo que los discípulos no entendían, lavar los pies. En aquel tiempo era usual, era una costumbre, porque la gente, cuando llegaba a una casa, tenía los pies sucios del polvo del camino −no había adoquines en aquel tiempo−, y en la entrada de la casa se lavaban los pies. Pero esto no lo hacía el dueño de la casa, lo hacían los esclavos, era un trabajo de esclavos. Y Jesús lava como esclavo nuestros pies, los pies de los discípulos, y por eso les dice: Esto que yo hago, tú ahora no lo entiendes −dice a Pedro−, lo entenderás después (Jn 13,7). Es tanto el amor de Jesús que se ha hecho esclavo para servirnos, para curarnos, para limpiarnos.
Hoy, en esta Misa, la Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies de doce personas, en memoria de los Doce Apóstoles. Pero en nuestro corazón debemos tener la certeza, debemos estar seguros de que el Señor, cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir una vez más su amor. En la Biblia hay una frase, del profeta Isaías, tan hermosa: ¿Acaso una madre puede olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré (Is 49,15). Así es el amor de Dios por nosotros.
Yo lavaré hoy los pies de doce de vosotros, pero en esos hermanos y hermanas estáis todos vosotros, todos. Todos los que viven aquí. Vosotros los representais. Y yo también necesito ser lavado por el Señor, y por eso rezad durante esta Misa para que el Señor lave también mi suciedad, para que yo sea más esclavo de vosotros, más esclavo en el servicio a la gente, como los fue Jesús. Ahora comenzaremos esta parte de la ceremonia.