Ante el 2 de octubre, el prelado del Opus Dei invita a fomentar el optimismo, el empuje y la aventura de llevar a Cristo a todos
Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
El pasado mes de septiembre dedicamos en Roma algunos días a reflexionar sobre la necesidad y desafíos de la formación cristiana en nuestro tiempo. Recordábamos, entre otros aspectos, la convicción de nuestro Padre de que la formación que se da en el Opus Dei debe dirigirse a «formar cristianos llenos de optimismo y de empuje capaces de vivir en el mundo su aventura divina» (Carta 2-X-1939).
Vivamos ─y ayudemos a vivir a los demás─ con el optimismo esperanzado de saber que no contamos solo ni principalmente con nuestras pobres fuerzas, sino con la gracia de Dios (cfr. Mt 28,20). Con empuje, sin abandonarnos a inercias, manteniéndonos siempre a la escucha del Espíritu Santo (cfr. 2 Cor 3,6). Así, podremos lanzarnos cada día, con santa audacia, a la aventura de llevar la amistad de Cristo a todas las personas en el contexto de la vida ordinaria (cfr. Mc 16,15).
Ahora que nos acercamos a un nuevo 2 de octubre, estas consideraciones nos pueden ayudar a seguir fomentando en cada uno de nosotros, y en otras muchas personas, el optimismo y el empuje ante la aventura de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas.
Al terminar estas líneas, os pido oraciones por los frutos del mes misionero extraordinario que ha convocado el Papa Francisco y por el Sínodo de obispos que comenzará dentro de pocos días en Roma.