No sólo se trata de manifestarse más o menos seguidor de Jesucristo, sino profesar también —con la gracia— los contenidos fundamentales de la fe
La Vanguardia
Se es religioso por nacimiento natural; se es creyente por nuevo “nacimiento” sobrenatural, o sea, por gracia, como aclara la conversación de Jesús con Nicodemo
«Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» Con este sobrecogedor interrogante, de porte escatológico, concluye Jesús su parábola del juez inicuo. Al leerlo nos vienen a la mente unas palabras de Benedicto XVI, pronunciadas en el contexto del año de la fe que ahora comienza: «La fe casi se apaga en muchos lugares de la tierra».
¿Acaso estaremos ya en el fin del mundo? Interesante pregunta que inquieta a más de un milenarista, que siempre los ha habido, sobre todo en ambientes evangélicos, de influencia más o menos calvinista. Conviene aclarar, por tanto, si ya nos encontramos en esa extrema situación, o aún no. Aunque las señales parecen insinuarlo, pienso que las cosas no están todavía tan mal.
No obstante, el Santo Padre ha advertido en su constitución La puerta de la fe, por la cual convoca el Año de la fe que ahora se inaugura, que «con frecuencia los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales [...] de su compromiso, mientras siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado».
Por tanto, no es que la fe haya casi desaparecido de la tierra; el problema es diferente. Radica, a mi entender, en que de modo inesperado se ha producido una confrontación dialéctica bastante general entre ser-religioso y ser-creyente. Nuevas formas religiosas que, a pesar del secularismo, surgen por doquier, y en poco tiempo han invadido el primer mundo, no comportan de suyo un fortalecimiento de la fe. Conviene distinguir, pues, entre ser filántropo y solidario, por un lado, y ser fiel de Jesucristo, por otro. Sin pretender contraponerlas, se ha de afirmar que son actitudes diferentes, aunque pueden ser complementarias.
Llevando al límite nuestro razonamiento, podemos afirmar que no es lo mismo ser religioso que ser creyente; sin minusvalorar la primera condición, propia de la naturaleza humana, porque todos los hombres son naturalmente religiosos, hay que afirmar, sin embargo, la segunda. Se es religioso por nacimiento natural; se es creyente por nuevo “nacimiento” sobrenatural, o sea, por gracia, como aclara la conversación de Jesús con Nicodemo.
Mi largo razonamiento ha abocado finalmente en el núcleo del problema. Hay que concretar qué es ser creyente de verdad. No sólo es manifestarse más o menos seguidor de Jesucristo, sino profesar también —con la gracia— los contenidos fundamentales de la fe, que se expresan en la acción, en el vivir con criterios de una buena ética y en el contribuir al bien de la persona y de la sociedad. El año de la fe habrá de ser, por tanto, un año de intensa catequesis, a todos los niveles.