La tragedia de Cieza, como tantas otras, plantea una dicotomía de actitudes que me parece del máximo interés
La fe tiene una fuerza superior que la vida humana cotidiana no puede borrar
La tragedia del autobús en Cieza, en la provincia de Murcia, nos sigue conmocionando. 14 muertos, 13 de ellos vecinos de Bullas, y el párroco −Miguel Conesa, joven sacerdote que llevaba apenas dos meses en Bullas−, que ha sido enterrado en su pueblo, también murciano, Espinardo. Regresaban de Madrid, donde habían acudido a una celebración religiosa. No nos deja indiferentes a nadie.
El conductor del autobús está imputado, y todo apunta a que incurrió en un exceso de velocidad, aunque hay que aclarar el posible fallo de los frenos. Un gesto ejemplar de los vecinos de Bullas es que ni hablan del conductor, como ha expresado un periodistas que se desplazó a Bullas, porque −dicen los vecinos− “bastante tiene ya el conductor con los muertos y heridos por el accidente”.
De todos los testimonios que hemos podido leer o escuchar, me ha llamado la atención uno de modo especial. Se trata de lo que dijo una de las psicólogas que están haciendo una labor encomiable con las familias y con los supervivientes. La mencionada psicóloga, de quien no recuerdo su nombre o tal vez ella misma prefiere permanecer en el anonimato, resumió su tarea de reconfortar y serenar a muchas personas en una alternativa que resumió con precisión: “unas personas se abrazan a la fe y otras no encuentran explicación”.
Esta tragedia, como tantas otras, plantea esa dicotomía de actitudes, que me parece del máximo interés. En una sociedad descristianizada, donde la mayoría de las personas no practica de modo habitual una fe que han recibido por el Bautismo, la fe sigue teniendo un lugar importante en los momentos decisivos.
Parece como si la fe estuviera dormida en muchas personas, anestesiada, olvidada o arrinconada. Sin embargo, como sucede con las brasas, cuando la vida asesta golpes trágicos, el rescoldo aparece, se avivan las brasas, probablemente porque la fe tiene una fuerza superior que la vida humana cotidiana no puede borrar.
Incluso en una sociedad en que presenta como modernidad el solo dominio de la razón y del esfuerzo, en que algunos caricaturizan la fe como reliquia de culturas trasnochadas, algo inútil o como mucho perteneciente al ámbito de los sentimientos subjetivos, algo pasajero o medicina que sirve para paliar el sufrimiento. El periodismo ha de reconocer y tratar con respeto estas realidades.
La fe no es algo subjetivo, sino objetivo: se cree en Alguien y en algo. Nuestras calles y plazas abundan en crucifijos, más de lo que algunos desearían. En esos crucifijos hay una explicación. El dolor tiene un sentido, dotado de misterio. La psicóloga ha captado esa realidad.