La Obra se extiende por Europa, América, Japón y Filipinas, África y Australia. En 1975 hay ya más de sesenta mil hombres y mujeres de ochenta nacionalidades en el Opus Dei. Todos con el deseo de servir a la Iglesia y al Papa, como lo hizo su Fundador.
Si hasta aquí la vida del Padre ha sido dura, el sufrimiento que tiene por la Iglesia es más duro aún. Hace varios años que es atacada por gente ignorante que desea hacer daño. El Padre sufre, reza y se mortifica. Viaja, además, por muchos países llevando la buena doctrina de Jesucristo. El Padre ama a la Iglesia con todo su corazón y ofrece al Señor su vida por Ella.
El Señor aceptó su generoso ofrecimiento. El día 26 de junio de 1975, salió en automóvil para despedirse de sus hijas del Colegio Romano de Santa María.
Al Padre se le ve alegre, como siempre. Al cabo de un rato, sin embargo, se sintió un poco mareado y cansado. Poco después ya se siente mejor y regresa a Roma.
Al llegar, entra en el Oratorio y hace una genuflexión delante del Sagrario. Se dirige a su despacho y se apoya en la puerta. Mira el cuadro de la Virgen de Guadalupe y la saluda con una mirada cariñosa. Otra vez se siente cansado. —¡Javi! —llama a don Javier Echevarría. Don Javier acude deprisa, a tiempo de oír sus últimas palabras: —No me encuentro bien... El Padre se desploma sobre el suelo. Inmediatamente, don álvaro le administra los últimos sacramentos. Llegan los médicos, pero el Padre está ya en el Cielo.
Después del funeral celebrado por don álvaro, es enterrado en la cripta del Oratorio de Nuestra Señora de la Paz. Sobre la losa de mármol figura esta inscripción: EL PADRE. Es su mejor título.
A pesar de su muerte, la Obra no ha quedado huérfana: el Fundador sigue velando por ella desde el Cielo. Aquí en la tierra, don álvaro del Portillo, que tantos años ha vivido sin separarse de él, es designado para sucederle como Padre el día 15 de septiembre de 1975.
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