Crónica del Voluntariado de 2010
Testimonios de peruanos del Voluntariado de 2010
Galería fotográfica Voluntariado julio 2010
Homenaje a las Misioneras de Jesús, Verbo y Víctima, José María Escandell
Todos somos hijos de un mismo Dios, José María Escandell
"Yo", no soy yo, Esteban Zunín
Homenaje a las Misioneras de Jesús, Verbo y Víctima
José María Escandell
Ese es el momento más duro. El momento en que, mirándote fijamente a los ojos, te dicen "Gracias". Te dan la mano y la mantienen un momento entre las suyas. Ese es el momento más sentido, cuando los sentimientos afloran de verdad. Te sientes realmente feliz porque ves lo agradecidas que están esas personas. Te sientes agradecido porque te dicen que rezarán por ti y sabes que es así, que lo harán. Ves los sinceros sentimientos de fe y amor que apreciamos en todas sus obras, y que te desean lo mejor. Desean que seas un buen sacerdote. Te sientes sobrecogido, triste, impotente, superado por las circunstancias: algo en ti te dice que quizá no vuelvas a verlas, y deseas ardientemente que no sea así, que puedas aprender con ellas un día más, que vuelvas a ver en sus rostros el Amor mismo de Jesucristo a los más pobres e indefensos. Solo verlas, tratar a esas personas, solo hablar con ellas te acerca a Dios.
José María Escandell con las Misioneras de Jesús, Verbo y Víma |
Me cuesta describir lo que sentí al despedirme de las Madres Misioneras de Jesús, Verbo y Víctima. Muchas emociones y sentimientos. Quizá lo más inteligente sería sentir agradecimiento. Agradecimiento por ti, por el trato que te han dispensado, y sobre todo agradecimiento por la labor que hacen por las almas de estas gentes alejadas del mundo, allí donde no hay sacerdote y donde solo ellas pueden dar testimonio de la Buena Noticia, de la alegría y felicidad de vivir al amparo y protección de la Virgen María y de Jesús. Todo esto te hace mirar atrás a través del cristal de la camioneta y ver a todos esos niños, a todas esas mujeres reunidas, y a las Madres, sonrientes como siempre, aunque esta vez sus bendiciones van acompañadas del dolor de la despedida.
Ahí los dejamos. A todos. Nosotros nos vamos hoy, día 17, primero a Unanue y después a España. Y aunque estuviéramos tres meses más, un año más, al final llegaría la parada "España" y nos iríamos. Ellas no. Ellas seguirán aquí un día, y otro, y otro. Para ellas no hay otra parada. Solo durante un tiempo alguien viene a ayudarlas, a darles un empujón. Pero seguirán aquí, volvamos o no volvamos. Por eso son grandes y santas, porque trabajan con el mismo Amor un día tras otro y un año tras otro. Únicamente dedicadas a servir a los demás. Esa es su vida.
Y al pensar esto me pregunto: ¿cuánta gente en España dedicaría toda su vida a ayudar a los demás? Significa trabajar movido por el amor, ante las dificultades, en medio de esta pobreza, toda su vida. Eso solo se entiende por Dios, y cuando uno trata con ellas se da cuenta de verdad siente esa paz interior que las llena, esa santidad, esa gracia.
"El día que repartimos juguetes para los niños que más vienen a la catequesis –me comentaba una de las Madres– soportamos insultos, quejas, críticas, murmuraciones Esta gente vive rodeada de gran pobreza, y por eso no quieren que el padrino de su hijo sea de aquí: temen que les quite un trozo de tierra, que exija parte de una herencia, que le tengan que hace regalos, ".
Y a esa gente que las insulta, que vive al límite de la supervivencia, que se animaliza bajo el yugo inclemente de la pobreza, a esa gente la siguen tratando las monjas. Siguen rezando por ellos, porque saben que algo más fuerte y poderoso –aquí en la tierra– les ha arrastrado a vivir así: el beneficio de unos pocos, que se han hecho ricos aprovechando las riquezas de su país, riquezas que no les pertenecen legítimamente a ellos sino a todos los peruanos. La gente a menudo se pregunta: "Si el Perú es rico, ¿por qué somos pobres los peruanos?". Y en medio de este tétrico escenario las monjas se dedican con todo su amor a ayudarles, a preocuparse por ellos, a asistirles, a formarles.
Un servidor se hizo un esguince y le pusieron una inyección, le pusieron crema, le vendaron, le cambiaron, le trajeron un bastón, y le preguntaron mil veces si se sentía bien. También le rogaron: "Por favor, cuídese". Y en el sentido momento de la despedida cogieron su mano entre las suyas y le dijeron "Gracias. Rezaré por usted".
Pero antes de aquello ¡cuánto habían hecho! Habían preparado camas, comida, agua, todo. Habían reservado lo mejor que tenían para nosotros. Un compañero se puso enfermo y estuvieron una mañana entera pasando cada cinco minutos para preguntarle por su estado. Así son ellas.
Este es un pequeño homenaje a las Madres Misioneras del Jesús, Verbo y Víctima, con las que llevamos trabajando en la sierra en los tres años que hemos venido a Perú. Estos tres años no han dejado de sorprendernos con sus detalles de caridad, de bondad y de amor. Ellas merecen mucho más, pero el mayor reconocimiento, el mayor tesoro, lo están acumulando en el Cielo. Gracias.
Todos somos hijos de un mismo Dios
José María Escandell
Otra vez estamos aquí, por tercer año consecutivo, con ganas de ayudar a esta gente en todo lo posible. He de admitir que justo antes de venir cuesta un poco, somos egoístas, pero una vez aquí no hay ninguna molestia, estamos en movimiento y cada día pasa rápido, y cuando acaba el día un piensa en los buenos momentos que ha tenido: cómo ha hecho sonreír a unos niños, cómo ha enseñado los mandamientos a unos jóvenes, qué bien le han tratado y, sobre todo, qué grande es esta gente en su sencillez. Cómo, en su humildad, te enseñan, cómo te tratan, cómo afrontan la vida con todas sus dificultades. Aquí en la sierra no existen las vacaciones: trabajan todos los días, sacrificándose constantemente, y ante un golpe que les da la vida ponen aún más corazón, aún más esfuerzo, luchando y trabajando aún más. He conocido a una mujer que tiene dos hijos de dos y nueve años. Vive en un pueblo de la sierra de los Andes, Catahuasi. Cada día se levanta a las 3.30, y a las 4 coge el bus la lleva a la ciudad, Cañete. Allí trabaja limpiando oficinas hasta las cinco de la tarde y vuelve a Catahuasi. Al volver, exhausta, descansa un rato. Se levanta y se pone a cocinar, limpiar su casa, limpiar la ropa, ayudar a su hijo a hacer los deberes, Lo prepara todo y se va a dormir sobre las ocho o las nueve. No ha tenido prácticamente descanso en todo el día, pero vive así: completamente dedicada a su familia, haciendo todo lo posible para darles oportunidades en el futuro.
José María, con Julián y su hijo |
Al final uno acaba admirando a esta gente. Son los más pobres de los pobres, pero tienen fe, tienen esperanza, son humildes. Y te tratan muy bien. Demasiado bien. Te hacen un regalo y no puedes rechazarlo porque sería una ofensa para ellos. Pero tú no lo quieres aceptar porque sabes que esa caja de manzanas, que este plato de carne, les supone un esfuerzo económico grande: te están dando algo que de verdad necesitan, pero ellos simplemente te lo dan. Y a ti se te cae el alma a los pies, bajas la cabeza, lo aceptas y dices "Gracias", y ves cómo sonríen. La sensación que tienes es una mezcla de muchas cosas. Nunca habrías esperado un regalo tan generoso. Pero a la vez te sientes mal porque ves que lo que te están dando tiene mucho valor para ellos.
Todos estos momentos quedan grabados en tu cabeza, como un reconocimiento que ellos merecen, como un pequeño homenaje a la grandeza de la condición humana.
Y en la situación en que nos encontramos intentamos ayudarlos, intentamos acercarlos a Dios, darles ánimos, darles esperanzas. Visitamos las escuelas y enseñamos los mandamientos, los sacramentos, virtudes cristianas, charlas de liderazgo, sobre la importancia de trabajar y estudiar, También nos impacta la humildad de estos niños y niñas que tanto admiran a los españoles: "¿Dónde está España? ¿Por qué en España son tan altos? ¿Cómo se sienten al ser campeones del mundo?". Son niños que necesitan esperanza, ejemplos, modelos de vida y de personas íntegras que les animen a mejorar, a esforzarse, y probablemente el hecho de estar allí es lo que más les puede ayudar. Por eso es importante sacrificar un poco de nuestra vida e ir a verles. Vale la pena porque si estos jóvenes se sacrifican también por su familia, el Perú tendrá esperanzas. Tendrá una nueva generación de jóvenes con las ideas claras, con la firme voluntad de sacrificarse para construir un país nuevo y fuerte. Por esta razón es importante que cada uno de ellos "se niegue a sí mismo, cargue con su Cruz y me siga [a Cristo]", porque seguir a Cristo no significa otra cosa que servir a los demás, olvidarse de sí mismo y trabajar por la familia, por los amigos, por su pueblo. Esto es lo que intentamos transmitirles.
Esta es nuestra pequeña aportación a un pueblo que quizá no es tan rico como España materialmente, pero es mucho más rico que nosotros espiritual y humanamente. Todos los que hemos ido a Perú, todos los años hemos coincidido en algo: vinimos con la idea de enseñar y más que enseñar hemos recibido, nos han enseñado. Por eso nuestra experiencia en Perú nos ha impactado tanto: nos hemos visto superados por todos esos momentos, por el ejemplo de esta gente, por su manera de ser y afrontar la vida, hasta el punto de que cuando estás en el avión y mira por la ventana diciendo "Adiós" al Perú, le vienen a la cabeza las caras de la gente, las palabras, los recuerdos. En ese momento cierras los ojos y ves que tu estancia en Perú te ha cambiado profundamente. Te das cuenta de que todos, todos somos hijos de un mismo Dios.
Durante el verano del 2010, realice mi segundo viaje de voluntariado con Almudí al Perú. Al volver a España de mi primer viaje, sentí una necesidad de regresar al Perú. ¿El Porqué? La verdad es que resulta muy difícil de explicar, aunque intentaré sintetizar las causas en las siguientes líneas
Esteban recibiendo el detalle tradicional al padrino de Confirmación |
Cuando uno realiza un viaje de voluntariado, generalmente se suele hacer con el fin de ayudar a los demás. Sin embargo, la ayuda que se da es insignificante si la comparamos con todo aquello que se recibe de los demás. Además de ayudar, uno viene a que le ayuden. ¿Qué recibí? El regalo más grande fue el testimonio de vida de las personas que conocí, y en especial las Misioneras de Jesús, Verbo y Victima, que constituyen un ejemplo vivo de que en la entrega a Dios y al prójimo, olvidándonos de nosotros mismos, está la verdadera alegría del cristiano. Ellas llevan la paz de Dios a cada hogar y a cada familia, al igual que tantos sacerdotes y religiosas que han entregado su vida al Señor. Este año también me ha aportado mucho la tertulia en Cañete con Mons. Javier Echevarría (Prelado del Opus Dei), dónde participamos miles de personas. Aquella hora, mientras todos estábamos sentados, él estaba de pie hablándonos sin perder nunca la sonrisa, el buen humor y ese carácter cercano y familiar que hace que muchos le llamen "Padre".
El otro aspecto que quiero destacar, es el hecho de que durante esas semanas nos damos enteramente a Dios y a los demás, convirtiéndonos en instrumentos Suyos a jornada completa. Dios nos convierte en medios humanos a través de los cuáles intenta llegar a todas las personas que se cruzan en nuestro camino. Por eso, no es adecuado decir, que voy a ayudar, sino que Dios ayuda a través de mí. ¿Qué hacemos allí? Las actividades son diversas, aunque el fin es el mismo: llegar a ser personas más santas y con vidas más plenas. ¿Cómo se hace esto? Ante todo rezando, que la oración todo lo puede. Luego actuando: en los colegios, impartiendo charlas sobre valores, prevención de problemas sociales y motivación a la excelencia en el estudio y la vida profesional; en los pueblos, visitando a las familias y dando catequesis para distintos sacramentos; actividades deportivas y de ocio para las familias; visitas al penal y al hospital; y un largo etcétera.
Durante las visitas a las familias se aprende mucho. Uno de los casos que más me impresionó fue el de una señora mayor, de nombre Miriam, que vivía en una sencilla casa en Unanue (un pueblo de las afueras de San Vicente de Cañete). Los hijos de Miriam vivían en Argentina y venían a verla una vez al año, cuando podían. Ella vivía sola, con la compañía de su televisión y un cuadro enorme de Jesús presidiendo la sala. El día que la fuimos a visitar, Miriam acababa de volver del campo. Nos recibió con una sonrisa, y tras hablarnos sobre lo que cultivaba en su chacra, nos enseñó las manos. Estaban rojas, rojas como un tomate; rojas de sufrimiento y esfuerzo. No tuve palabras, mi tocayo, que me acompañaba, tampoco. Ella nos señaló el enorme cuadro de Jesús que había en la casa. "Él siempre me ayuda", dijo. Luego nos habló del quiste que le tenían que operar. Le prometimos que rezaríamos para que todo fuera bien. Leímos el evangelio y rezamos juntos; su fe y su devoción eran conmovedoras. Ella estaba feliz y nos prometió venir a la misa de la tarde en la Iglesia del pueblo. Nos dimos un abrazo, nos despedimos. Estábamos todos emocionados, ella lloró. Pensar que una visita, unas palabras, un poco de afecto o de una sonrisa significaron tanto para Miriam, me hace dar gracias, por todo el bien y la alegría que el señor puede llevar a través sus débiles hijos.
Como decía un personaje celebre, tras este viaje "yo", no soy yo; o mejor dicho, al menos no soy el mismo yo interior. Esta experiencia, lo he visto tanto en mis compañeros como en mi persona, cambia al que la experimenta y cambia su relación con Dios y los demás.
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