Al P. Congar realmente no le gusta hablar de sí mismo. Su vida como teólogo al servicio de la Iglesia, desarrollando incesante trabajo a pesar de sus serios problemas de salud no ha cambiado. Es la típica vida de un Fraile Predicador consagrado a la clarificación del significado de la fe Cristiana.
Su área de estudio ha sido principalmente la Iglesia –que se llama “eclesiología”- a través de una rigurosa investigación científica que le ha permitido avanzar en la causa de la unidad entre los cristianos separados. Conocerse y reconocerse mutuamente, particularmente en lo que respecta a las iglesias que surgieron de la Reforma, es el fundamento del trabajo ecuménico –la gran inspiración que ha cautivado al P. Congar desde sus años más jóvenes–, y que ha dado gran fruto en el Concilio Vaticano II. Este trabajo incluye investigación histórica y erudición, pero es también la pasión de un hombre que es ejemplar en su amor y fidelidad a la Iglesia, a pesar de los contratiempos que los pioneros encuentran bastante frecuencia en sus iniciativas.
En la biografía que escribió Jean-Pierre Jossua en 1967, Teología al servicio del Pueblo de Dios, la bibliografía de libros, monográficos y artículos de Congar ocupaban más de ¡50 páginas! Desde entonces la lista no ha hecho más que crecer, y Congar ha publicado en Éditions du Cerf el tercer volumen de su gran obra, Creo en el Espíritu Santo.
El movimiento llamado carismático, un interés personal, le parece que es uno de los aspectos (no el único) del derramamiento del Espíritu Santo en la Iglesia de nuestro tiempo, aunque su estilo de oración no es el suyo. “¡No puedo cantar Aleluya durante una hora y media!”, dijo sonriendo. “Provengo de Ardennes (al este de Francia). Y sin embargo, para mí, la oración es inseparable de hacer teología. Es la otra cara de la teología”.
Orar para saber cómo orar
La infancia de Yves Congar, nacido en Sedan, en Ardennes, estuvo profundamente influenciada por la Guerra de 1914-18. (Tenía diez años en 1914). Le mostró el espectáculo de la miseria humana y la muerte, y le inculcó un intenso sentimiento patriótico. De niño quería ser médico; más tarde se decidió por el presbiterado, con el deseo de cambiar el mundo, para que Francia se convirtiera y volviera a Dios. Recuerda con humor el fervor que le embargaba a él y a su hermana justo antes de su primera comunión, hasta el punto de hacerles destruir los Budas que sus hermanos mayores habían esculpido en arena en su jardín. “¡Éramos como San Polyectus [un personaje heroico en una obra clásica de Corneille], destruyendo los ídolos!...”.
Como seminarista en París, antes de entrar en la vida religiosa, Congar experimentó los rigurosos ejercicios espirituales típicos de los seminaristas de tiempos pasados. Oraba “para recibir la gracia de orar”. Después de entrar en el noviciado dominicano, siempre conservó un cierto gusto por la vida monástica, que había descubierto en 1919 durante una estancia con los monjes Benedictinos de Saint- Wandrille, que estaban exiliados en Bélgica y en una frágil situación:
“Allí descubrí realmente la oración como la vivían los monjes, que habían adaptado lo mejor que habían podido una especie de invernadero para su oración; y cada año yo celebraba el 6 de agosto el aniversario del día que llegué a su abadía, en las primeras vísperas de la fiesta de la Transfiguración, una fiesta ligada para mí a un momento decisivo de mi vida [i.e., la decisión de ser religioso]”.
Estudio y Liturgia
La liturgia dominicana, según se practicaba en el noviciado de Congar y después en Saulchoir (su estudiantado) era bastante monástica, algo parecida a la de los Benedictinos.
“Estoy absolutamente convencido”, dijo Congar, “que un cierto espíritu monástico forma parte de la vocación dominicana. Esto parece evidente en la vida de Santo Domingo: fue durante mucho tiempo un Canónigo Regular en España. Fue igualmente cierto para Santo Tomás de Aquino, que desde los seis años a los catorce fue oblato en Monte Cassino. Lo mismo para el P. Lacordaire [el fraile del siglo XIX que refundó la Orden en Francia], que sentía una atracción extremadamente fuerte por el monacato. Pienso que si perdemos esto, perdemos una parte de nuestra identidad dominicana”.
“Cuando yo era un joven dominico en Saulchoir, teníamos el oficio a media noche una buena parte del año y después, comenzando por Laudes, teníamos todos las demás horas del oficio: Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. La vida intelectual y el estudio teológico estaban ligados a la oración litúrgica. He vivido así y nunca he abandonado esta perspectiva o su práctica. El trabajo teológico al que he consagrado toda mi vida, excepto las interrupciones causadas por la guerra y mi encarcelamiento (¡he llevado puesto el uniforme siete años!), es inseparable de mi vida litúrgica. Es absolutamente necesario para mí ‘celebrar’ los misterios que abordo intelectualmente. Para mí, van de la mano”.
Los Salmos: Una escuela para aprender a orar
La Liturgia de las Horas es esencialmente los salmos. Han jugado y siguen jugando un gran papel en mi vida. Han sido mi refrigerio y mi apoyo. Es maravilloso pensar que la Iglesia, desde el principio, ha usado los salmos como la oración de sus sacerdotes, religiosos y fieles –los mismos salmos que eran oraciones judías– escritas entre el período de David y los tiempos post-exílicos. Esto significa un lapso de seis o siete siglos durante los cuales fueron compuestos. Desde hace algún tiempo siento un poco de alergia hacia los salmos imprecatorios, aunque pueden ser interpretados espiritualmente. Pero una vez que entras en los salmos, no tienes que desanimarte por las dificultades.
Son, al mismo tiempo, expresión de oración y escuela de oración, el canto del pueblo de Dios que repite y repite: “Tú serás mi Dios en todas las circunstancias de mi vida”.
Algunas veces estas circunstancias son gozosas –la alegría de vivir, el gozo de una gran cosecha–, y especialmente la alegría de los salmos graduales para subir a Jerusalén, que son tan bellos: ir a Jerusalén a celebrar al Señor. “Subir” aquí no significa cambiar de lugar, sino cambiar nuestros corazones por la alegría de servir a Dios: “Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos… Vale más un día en tus atrios que mil fuera de ellos” (Salmo 84).
En tiempos de sufrimiento
A veces estas circunstancias son momentos de sufrimiento: “Espero en ti, Señor mío; me responderás”. Estos salmos son gritos de esperanza, peticiones de ayuda, como los sorprendentes salmos de David huyendo de Saúl, salmos de angustia que son, a la vez, un grito de confianza: “Dios está cerca de los corazones destrozados”.
Está también el famoso Salmo 21/22, cuyos primeros versos recitó Jesús en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” –un salmo mesiánico que sospecho Jesús recitó completo en la Cruz–, al menos interiormente.
Cada versículo del Salmo 119 hace alusión a la voluntad de Dios, a los deseos de Dios, a la ley de Dios –algo que no debe interpretarse legalistamente–, sino teológicamente. Es como un caleidoscopio cuya imagen está constantemente cambiando, aunque los elementos son siempre los mismos. Este salmo expresa la vida de unión con Dios. Y cada vez, la conclusión es la misma: “Tú eres mi Dios; tú serás siempre mi Dios, más allá de los cambios en mi vida”.
Orar es reconocer a Dios
“¡Dejar a Dios ser Dios!”. Me gusta esta expresión porque expresa el contenido de la oración. Orar es hacer realidad en nuestras vidas el hecho de que Dios es Dios. Esta frase en inglés, “Let God be God” fue escrita un día en una de las enormes pancartas de las paredes en la sesión del Concilio Ecuménico. Ciertamente Dios es Dios por sí mismo, y no nos necesita. Pero podemos lograr que se reconozca a Dios como Dios fuera de sí mismo –Dios en nosotros, en otros–, en la sociedad. Esta es siempre una enorme pregunta:
¿Cómo puede haber seres separados de la Fuente de todo Ser? La oración es nuestra manera de reconocerlo.
En la oración, reconocemos la soberanía de Dios y nuestra dependencia de Él.
¿Quiénes somos, después de todo? ¿Cuál es el significado de la vida humana en el vasto cosmos? ¿Por qué, habiendo billones de estrellas y billones de galaxias, este aliento está dando vida a seres humanos? Aliento y conciencia. Somos criaturas dependientes de Dios, pero hechos a imagen de Dios. La oración es ante todo un don que Dios nos da, porque Dios nos conoce antes incluso de que nosotros le conozcamos a Él. Dios nos precede en todo.
Pero siempre tenemos la tentación de no dejar a Dios ser Dios, y ponernos nosotros en su lugar. Podemos rechazar someternos a Dios, pero también podemos hacer que Dios sea Dios en nuestras vidas.
En la Traducción Ecuménica [francesa] de la Biblia, el verso del Padre Nuestro “Santificado sea tu Nombre” está traducido como “Seas reconocido como Dios”. Incluso aunque no es una traducción literal, expresa el significado exacto de la petición. Nuestra oración cristiana es que el Padre sea Padre, invocándole con la ternura y familiaridad que Jesús usó cuando llamaba a Dios “¡Abba!”, “¡Padre!”
No sabemos cómo oraba Jesús, pero hay dos o tres veces donde exclama: “Te doy gracias, Padre” (y el texto [Lc 10, 21] dice que tenía “el gozo del Espíritu Santo”) –“Te doy gracias porque me has escuchado” y “te doy gracias porque has revelado estas cosas no a los sabios, sino a los pequeños” –. La oración humana de Jesús es ciertamente una oración al Padre. Tenemos otra prueba de esto en el momento de su agonía: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Apegarse a la Voluntad de Dios
Para mí, la oración litúrgica es el centro fundamental (el eje) de mi vida. Con respecto a la oración personal, puede tener diferentes formas, por ejemplo, una simple “invocación” como palabras o llamadas dirigidas a Dios mientras hacemos cualquier cosa, o vamos o venimos. En unos pocos segundos, podemos expresar esta “relación vertical” para que forme parte de nuestros compromisos horizontales –como el vuelo de una alondra que se dispara verticalmente hacia Dios.
Está también la meditación sobre un texto de la Sagrada Escritura y la oración silenciosa donde todo nuestro ser se encuentra ante Dios. La oración en silencio puede tener muchos estilos de expresión diferentes, dependiendo de la vocación de cada uno, su espíritu y sus experiencias. Algunas personas oran meditando mucho, una oración llena de ideas. Otras tienen una oración puramente afectiva. Personalmente, tiendo hacia este tipo afectivo de oración, incluso aunque, para mí, la oración consiste esencialmente en unirme a la voluntad de Dios.
Con frecuencia se ha definido la oración como la elevación del alma hacia Dios.
San Agustín explica que esto no significa cambiar de lugar, sino cambiar tu voluntad. Nos acercamos a Dios cuando cambiamos nuestra voluntad o nuestro deseo, cuando unimos nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
A veces zigzagueamos
Por supuesto, siempre hay distracciones en la oración, podemos zigzaguear en cualquier dirección. Pienso que el único modo de vencer esas distracciones es convertirlas en un acto de oración. Si alguien viene a la mente, o algo que me ocurrió, o algo que tengo que hacer, ¿por qué no convertir estas cosas en oración? Oración por esa persona, o sobre lo que tengo que hacer o sobre lo que me ocurrió… ¿Por qué no?
Me gusta mucho una descripción que el P. de Foucauld da en una carta a uno de sus primos: “Orar es pensar en Dios mientras le amamos” [Prier, c’est penser à Dieu en l’aimant.] Es tan simple, y dice todo. Lo básico de la oración es que es amar a Dios. Su contenido siempre será pensar en Dios mientras le amamos; unir nuestra voluntad a la de Dios mientras le amamos.
Desear con el mismo deseo de Dios
La oración de petición debe verse de este mismo modo. Es absolutamente legítimo pedir cosas. Vemos esto en la Biblia, en el Evangelio y en toda la experiencia de la Iglesia. Como norma general, los acontecimientos siguen su propio curso in tener la impresión de haber sido escuchado. Y, sin embargo, Dios puede intervenir. Esto ocurre en la Biblia. También ocurre en las vidas de los cristianos. Desde fuera, puede ser un milagro y, por supuesto, puede haber grandes o pequeños Milagros. En el movimiento llamado carismático, la gente pide de modo impresionante curaciones físicas. Pero la mayoría de las veces, los acontecimientos siguen su curso dado.
Creo que hay dos modos de pensar sobre la oración de petición. Primero, está la descripción dada por el Padre Sève en su librito Thirty Minutes for God, un libro que ha ayudado a mucha gente porque es realista, y no da recetas, sino sugerencias bastante prácticas. Explica que la oración de petición es pedir que estemos dispuestos a hacer lo que se necesite, en cualquier circunstancia que se nos presente.
Pero hay otra dimensión –y veréis cómo estos dos modos de pensar se incluyen mutuamente–. Aquí la línea del capítulo 8 de la Carta de San Pablo a los Romanos es importante, donde dice que no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu Santo, que ora en nosotros, conoce lo que está de acuerdo con la voluntad de Dios. Finalmente, la oración de petición es desear algo con el mismo deseo que Dios tiene. Esto significa una absoluta confianza en Dios, diciendo “dejar a Dios ser Dios” con absoluta confianza -algo que a veces es casi heroico-. A veces se nos puede pedir hacer cosas que están por encima de nuestras capacidades humanas…
El grito del Espíritu Santo
El papel del Espíritu Santo es esencial para la oración. El Espíritu nos hace clamar al Padre. Y sintiendo su impotencia, el deseo del corazón se convierte en que Dios mismo debe producir nuestra paz, alegría, actividad y oración. Hay un texto maravilloso del siglo XII perteneciente a William de Saint Thierry, el amigo con quien tenía correspondencia San Bernardo, que desarrolla la idea de que el amor con que Dios ama, se convierte en nuestro propio amor.
Esto necesita una explicación, ya que o bien el Espíritu ora en nosotros, de tal manera que no es nuestra oración, o el Espíritu ora a través de nosotros… Tenemos que ver que el Espíritu, que mora en nosotros e inspira nuestra oración, es el auténtico modelo de lo que es orar. Por su presencia en nosotros, el Espíritu modela nuestra oración según su propia imagen y así nos transforma de tal modo que deseamos a Dios por medio del deseo de Dios mismo.
Oración por la Unidad
Si para el Padre Congar la oración es “la otra cara de hacer teología”, esta expresión evidentemente se aplica al largo y paciente trabajo de reconciliación entre los cristianos separados –el movimiento ecuménico que ha sido el gran compromiso de su vida–.
La oración por la unidad, explica, es la oración de Jesús por excelencia, que se encuentra en la “oración sacerdotal” del capítulo 17 del evangelio de Juan. Desde el momento de mi ordenación, en Julio del 30, siempre que puedo (que lo permiten las rúbricas), celebro la Misa Votiva por la Unidad de los Cristianos, que es muy bella y que precisamente incluye el Evangelio de la oración de Jesús tomada de Juan 17, que ha jugado un papel tan importante en mi vida. La misión del sacerdote es sacramental, e incluso aunque como sacerdote digo “Esto es mi Cuerpo”, no es mi cuerpo, sino el Cuerpo de Jesús. También en la oración, “Padre, que todos sean uno como nosotros somos uno”, hago real la oración de Jesús hoy [reactualice], esa única oración que solamente pronunció una vez aquí en la tierra… He estado entrando en la oración de Jesús, y él también la ha estado pronunciando en mi oración.
En aquellos tiempos, en reuniones ecuménicas solo rezábamos juntos el “Padrenuestro”. Desde entonces, hemos orado mucho juntos. Por supuesto, todavía no somos “uno”, y estamos aún muy lejos de serlo. ¡Pero ha habido pasos importantes hacia la reconciliación!
Esta oración por la unidad es una actualización de la oración de Jesús, una realización anticipada, como en el texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido…” –esta oración que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret–, añadiendo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4, 18-21).
Oraciones que nunca se gastan
Orar también significa dirigirse a Dios por medio de esas inagotables oraciones como el Padrenuestro, el Gloria y el Magnificat. Nunca me canso del Magnificat: es una oración que expresa esperanza, confianza, y especialmente acción de gracias. Lo canto cada día en Vísperas, por supuesto; pero también tengo el hábito, al menos en los días de solemnidad, de decirlo como la oración de María y de la Iglesia. Me parece que resuena maravillosamente conmigo.
También creo profundamente en la oración de intercesión, que es una especie de lucha con Dios en la oración, no muy distinta de la de Abraham intercediendo por Sodoma. Las intercesiones son llamadas a Dios por la salvación de otros, del mundo, esperando alcanzar la misericordia de Dios, pidiéndole, podríamos decir, que tome la perspectiva de “su misericordia más que su justicia”. Esta oración se hace a través de Cristo, ya que, como he tenido ocasión de decir al movimiento carismático: “No hay Soplo sin la Palabra, y no hay Palabra sin Soplo”. Palabra y Aliento –es una buena imagen. La palabra que se forma necesita también salir–. Sin el aliento, la palabra permanecería en la garganta, y es el Espíritu Santo la que la hace salir fuera.
El cerezo ha vuelto a florecer
El Espíritu Santo, la unión con la voluntad de Dios –es lo que permite al P. Congar dedicarse a su incesante trabajo a pesar de sus problemas de salud?
Las cosas son como son; eso es todo. Otras personas tienen peores problemas que yo. Recuerdo que en el jardín de nuestro convento, un rayo partió casi todas las ramas de un cerezo. Pero había una rama, toda encorvada, que permaneció unida al troco solo por unos pocos hilos y su corteza. Pues bien, ¡esta rama floreció y dio fruto! Tenemos que mirar lo que permanece para nosotros. Tenemos que mirar a lo que tenemos. Tenemos que trabajar con lo que nos queda. Quizá llegue el momento en que no nos quede nada.
Generalmente, sin embargo, hay razones suficientes para ser felices, para continuar viviendo y permanecer activos.
¿Cómo sería mi oración sin la oración de los demás?
¿Qué significa para un religioso orar cada día, después de tantos años, codo con codo con los hermanos de su comunidad? ¿Le ayudan sus hermanos a orar?
Por supuesto que lo hacen, respondió Congar. Pero no solo ellos, sino todos mis hermanos y hermanas cristianos, y los cristianos no católicos también –protestantes, ortodoxos- me ayudan mucho. Me impulsan, me hacen bien. También esto vale para los grupos de mujeres que atiendo como capellán, almas devotas entre las cuales hay gente con una verdaderamente intensa vida de fe y amor de Dios; de oración y amor.
Casi todas las noches, invoco a una docena de hermanos Dominicos que creo están cerca de Dios –todos nuestros grandes hermanos mayores, en particular el P. Besnard [un teólogo espiritual de categoría], del que tengo una foto en mi breviario. Con frecuencia me he preguntado cómo sería mi oración, o incluso cómo sería mi fe sin la de los demás. Estamos modelados por otras personas. Mi oración incluye toda la comunión de los santos: están S. Agustín, San Basilio, San Pablo, Abraham, David… Forman parte de mi oración, y me ayudan a orar.
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