Homilía I: textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
Homilía IV: Homilía pronunciada por S.S. Benedicto XVI
(Hch 1,1-11) “recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén”
(Ef 1,17-23) “y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo”
(Mt 28,16-20) “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”
Homilía en el Pontificio Colegio Escocés de Roma (3-VI-1984)
--- Ascensión: primicia de nuestra vida celestial
--- Ascensión y misión evangelizadora
--- Fe y esperanza
--- Ascensión: primicia de nuestra vida celestial
Amados hermanos en Cristo:
Hoy celebra la Iglesia la vida que Jesús vive en el cielo con su Padre y en unión con el Espíritu Santo. Hoy la Iglesia proclama la gloria de Cristo su Cabeza y la esperanza que colma a todo el Cuerpo místico. En el misterio de la Ascensión, la Iglesia meditó sobre el amor inmenso que tiene el Padre a su Hijo: “Todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como Cabeza sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Ef 1,22-23).
Precisamente porque somos el Cuerpo de Cristo, tomamos parte en la vida celestial de nuestra Cabeza. La Ascensión de Jesús es el triunfo de la humanidad, porque la humanidad está unida a Dios para siempre, y glorificada para siempre en la persona del Hijo de Dios. Cristo glorioso jamás permitirá ser separado de su Cuerpo. Estamos ya unidos a Él en su vida celestial porque ha ido por delante de nosotros como Cabeza nuestra. Además, Cristo nos confirma el derecho de estar con Él y desde su trono de gracia infunde constantemente la vida ‑su propia vida‑ en nuestras almas. Y el instrumento de que se vale para hacerlo es su propia humanidad glorificada, con la que estamos unidos por la fe y los sacramentos.
No sólo tomamos parte nosotros ‑la Iglesia‑ en la vida de la Cabeza glorificada, sino que Cristo Cabeza comparte plenamente la vida peregrinante de su Cuerpo y la dirige y canaliza hacia su recto fin en la gloria celestial. Y cuanto más unidos estéis, hermanos míos, con Cristo en el misterio de su Ascensión -Quae sursum sunt quaerite!-, más sensibles seréis a las necesidades de los miembros de Cristo que luchan con fe por alcanzar la visión de la inmutabilidad de Dios en la gloria.
--- Ascensión y misión evangelizadora
Desde su lugar glorioso Jesús es para siempre. Mediador nuestro ante el Padre y comunica a su Cuerpo la fuerza de vivir totalmente, como Él para el Padre. Levantado a la diestra de Dios como Jefe y Salvador, Jesús distribuye perdón a la humanidad (cfr. Hch 5,31). En el misterio de la Ascensión, Jesús cumple el papel sacerdotal que le ha asignado el Padre: interceder por sus miembros, “pues vive siempre para interceder en su favor” (Heb 7,25).
Reflexionando sobre la Ascensión del Señor, seréis confirmados en vuestra vocación de intercesores en favor del Pueblo de Dios, sobre todo de vuestra Escocia natal.
Por el poder inherente a la celebración litúrgica de Cristo glorificado seréis capaces de cumplir dignamente su último mandato de evangelizar, dado antes de la Ascensión: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). Existe una conexión real entre la gracia que os infunde Jesús hoy en el corazón y vuestra futura misión de heraldos de su Evangelio. Ningún apóstol puede olvidar que la Ascensión está unida al hecho de que el Espíritu Santo vendrá y Cristo seguirá presente a través de la palabra y del sacramento. Toda vuestra misión consiste en hacer presente a Cristo.
La responsabilidad del futuro de la Iglesia de Escocia descansa en vuestros hombros y en el de los jóvenes compañeros vuestros. Pero podéis estar seguros de que Cristo glorificado os sostendrá en vuestra misión. La victoria y triunfo de su Ascensión y su elevación a la diestra del Padre se comunicará a las futuras generaciones de la Iglesia a través de vosotros y mediante la proclamación del misterio que vosotros haréis. ¡Qué maravillosa llamada habéis recibido! ¡Qué modo entusiasmante de gastar la única vida que tenéis!
--- Fe y esperanza
Bajo muchos aspectos la solemnidad de la Ascensión es algo muy personal para vosotros. Al revelarse en gloria, Jesús refuerza vuestra fe en su divinidad. Os intima a creer en Aquel que ha sido quitado de vuestra vista. Al mismo tiempo, la fiesta se transforma para vosotros en una celebración de esperanza y confianza porque habéis aceptado la proclamación del ángel y estáis plenamente convencidos de que “el mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1,11). Mientras tanto sabéis que permanece con vosotros, envía su Santo Espíritu para que more en su Iglesia y por medio de su Iglesia os hable y mueva el corazón. Tenéis confianza porque sabéis que “aparecerá por segunda vez, sin ninguna relación al pecado, para salvar definitivamente a los que lo esperan” (Heb 9,28).
Cuanto más centréis la atención en Cristo glorificado en el cielo, más caeréis en la cuenta de que toda sabiduría, santidad y justicia pertenecen a Él y se encuentran en Él. Y de este modo la fiesta resulta ocasión de gran humildad. La redención y santificación se deben a su acción y palabra. El plan de salvación revelado por Él trasciende toda sabiduría humana y merece reverencia y respeto profundos. Ante el misterio de la Revelación divina, la poquedad humana resulta muy evidente. La inteligencia humana, con todo su noble proceso de razonamiento, aparece con sus limitaciones y su necesidad de ser ayudada por el misterio del Magisterio de la Iglesia, a través del cual el Espíritu de Cristo vivo da una certeza que la inteligencia humana jamás puede garantizar. Y también por esto la Iglesia con San Pablo en esta liturgia de la Ascensión pide que recibáis de Dios el espíritu de sabiduría y entendimiento de lo que él mismo revela a su Iglesia (cfr. Ef 1,17). Sí, desde su trono de gloria el Verbo encarnado os dirige y os forma mientras os preparáis a su sacerdocio.
Es grande vuestro privilegio: estar en Roma y forramos aquí en la fe apostólica, para que volváis y proclaméis el misterio de Cristo en toda su pureza y poder a vuestros compatriotas escoceses. Este es el privilegio y tradición que compartís con San Niniano, proto-obispo de Escocia. Hace siglos él recorrió el camino que estáis llamados a andar vosotros y toda Escocia ha sido bendecida por su fidelidad como lo será por la vuestra. La aportación perdurable de San Niniano está bellamente expresada así:
“Nacido de nuestra raza escocesa, / Dios te condujo por gracia / a encontrar en Roma / una perla tan altamente cotizada: / el credo intacto de Cristo / y llevarlo a la patria”.
En el poder de la Ascensión del Señor, que es vuestra fuerza hoy, renovad la entrega, queridos hermanos, a vuestra obra sacerdotal, a vuestra llamada especial a consagrar la juventud y la vida entera a proclamar y construir el reino de los cielos, y así dar gloria a Él, que reina para siempre a la diestra del Padre en la unidad del Espíritu Santo. Y recordad: “Para encontrar en Roma... el credo intacto de Cristo y llevarlo a la patria”.
Y nuestra bendita Madre María, unida al triunfo de su Hijo mediante su Asunción, os sostenga mientras esperáis con gozosa confianza la venida de nuestro Salvador Jesucristo. Amén.
DP-184
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
El acontecimiento final de la vida de Jesús en forma humana es su admirable Ascensión a los Cielos donde es colocado por encima de “todo principado, potestad, fuerza y dominación..., por encima de todo nombre conocido, no sólo de este mundo sino del futuro” (2ª lect).
Es el triunfo merecido y justo de Jesús sobre sus enemigos así como un anticipo del nuestro. ¡Un hombre ha entrado ya en los cielos, la Cabeza de un gran Cuerpo cuyos miembros somos cada uno de nosotros! “Dios asciende entre aclamaciones... Pueblos batid palmas, aclamad a Dios. Tocad para Dios, tocad para nuestro Rey. Tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones” (Salmo Resp.).
Antes de marcharse, el Señor convocó a los suyos en el monte de los olivos, esto es, donde había comenzado su dolorosa Pasión. Cristo quiso que los suyos compartieran su triunfo allí donde comenzó su aparente derrota. Es como si Jesús quisiera que comprendieran -también nosotros- que allí donde hay dolor, sufrimientos, allí el cristiano está construyendo la plataforma para dar su salto al Cielo.
Que Cristo eligiese el Monte de los Olivos, esto es, el lugar de la derrota para mostrar a sus discípulos su poder y su gloria subiendo a los Cielos, constituye una enseñanza más que el cristiano no debe olvidar. ¡En cuántas ocasiones nos dejamos llevar por el desaliento, la tristeza, el miedo al qué dirán o pensarán, cuando el camino presenta su vertiente menos grata o nos movemos en un clima moral adverso! ¡No olvidemos esta lección! Sí, a todos aquellos que lo están pasando mal por Jesucristo, Él les dice: “Dichosos seréis cuando os insulte y os persigan y digan de vosotros, mintiendo, toda clase de males..., alegraos porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos” (Mt 5,11).
Esta glorificación de la Humanidad del Señor no es para admirarla y disfrutarla mano sobre mano. Debemos anunciarla por todas partes como algo que concierne a todos. Antes de partir, Cristo dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos... Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Algo parecido les dicen los ángeles: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Ellos volvieron a Jerusalén “desde el Monte de los Olivos” y “marcharon a predicar por todas partes” (Mc 16,20).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Creer es también saberse enviado»
I. LA PALABRA DE DIOS
Hch 1,1-11: «Se elevó a la vista de ellos»
Sal 46,2-3.6-9: «Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas»
Ef 1,17-23: «Lo sentó a su derecha en el cielo»
Mt 28,16-20: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
Mientras San Lucas «hace caminar» a Jesús casi constantemente hacia Jerusalén para culminar allí su Pascua, San Mateo «hace salir» de allí a los discípulos para centrar en Galilea la misión que se les confía. Parece querer dejar atrás el giro en torno a la ciudad de David, para indicar que el Templo y la Ciudad habían perdido su significado y que sólo Jesús es el Nuevo Templo, y que el Resucitado era, es, el Centro de todo.
«¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?» He aquí una forma de lucha de Cristo contra la tentación a la que parecían sentirse llamados los discípulos. Sumergirse en la realidad del mundo, anunciar su Reino, proclamarle a Él como resucitado: esa era la misión. Nadie tiene derecho a quitar a la fe su carácter de comunicable. Aunque resulte difícil el testimonio, nadie puede eludirlo. Creer en Jesucristo es tener conciencia de testigo enviado. La fe, al ser vivida, se hace testimonio.
III. SITUACIÓN HUMANA
La mirada que dirigimos al mundo puede convertirse en llamamiento. Nuestro mundo de hoy es más proclive al lamento que al compromiso. Porque es más sencillo quejarse que remediar algo.
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso: " «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no «penetró en un Santuario hecho por mano de hombre, ... sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Hb 9,24)" (662; cf 659-664).
La respuesta
– Misión de los Apóstoles y de la Iglesia en el mundo: "Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, «llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Desde entonces, serán sus «enviados». En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21)" (858, cf 859-860. 849-852).
– El testimonio de vida cristiana, exigencia para los bautizados: 2044. 2045. 2046.
El testimonio cristiano
– «La Iglesia, enriquecida por los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra (LG 5)» (768).
– «(La Iglesia) continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres .... impulsada por el Espíritu Santo debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección (AG 5)» (852). Ante la tentación de quedarse extasiado (Tabor), ahora el mandato es apremiante: «Seréis mis testigos», para que «en el cielo, en la tierra y el abismo, toda rodilla se doble y todo el mundo proclame que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre».
Homilía IV: Homilía pronunciada por S.S. Benedicto XVI
VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA
(4-5 DE JUNIO DE 2011)
SANTA MISA CON OCASIÓN DE LA JORNADA NACIONAL DE LAS FAMILIAS CATÓLICAS CROATAS
Hipódromo de Zagreb
Domingo 5 de junio de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
En esta Santa Misa que tengo el gozo de presidir, concelebrando con numerosos Hermanos en el Episcopado y con un gran número de sacerdotes, doy gracias al Señor por todas las queridas familias aquí reunidas, y por tantas otras que se unen a nosotros por medio de la radio y la televisión. Gracias particularmente al Cardenal Josip Bozanić, Arzobispo de Zagreb, por sus cálidas palabras al inicio de la Santa Misa. Saludo a todos y les expreso mi gran afecto, junto con un abrazo de paz.
Hemos celebrado hace poco la Ascensión del Señor, y nos preparamos para recibir el gran don del Espíritu Santo. Hemos escuchado en la primera lectura cómo la comunidad apostólica estaba reunida en oración en el Cenáculo, con María, la madre de Jesús (cf. Hch 1,12-14). Esto es un retrato de la Iglesia, que hunde sus raíces en el acontecimiento pascual. En efecto, el Cenáculo es el lugar en el que Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, en la Última Cena; y donde, resucitado de entre los muertos, derramó el Espíritu Santo sobre los Apóstoles la tarde de Pascua (cf. Jn 20,19-23). El Señor había ordenado a sus discípulos «que no se alejaran de Jerusalén sino “aguardad que se cumpla la promesa del Padre”» (Hch 1,4); es decir, les había pedido que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo, en espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1,14). Permanecer juntos fue la condición puesta por Jesús para recibir la llegada del Paráclito, y la oración prolongada fue el presupuesto de su concordia. Encontramos aquí una formidable lección para toda comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una atenta programación y de su sagaz puesta en práctica mediante un compromiso concreto. Ciertamente, el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier respuesta nuestra es necesaria su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia, al que se ha de invocar y acoger.
En el Evangelio hemos escuchado la primera parte de la llamada «oración sacerdotal» de Jesús (cf. Jn 17,1-11a) –como conclusión de su discurso de despedida– llena de confianza, dulzura y amor. Se llama «oración sacerdotal» porque en ella Jesús se presenta en la actitud del sacerdote que intercede por los suyos, en el momento en que está a punto de dejar este mundo. El pasaje está presidido por el doble tema de la hora y de la gloria. Se trata de la hora de la muerte (cf. Jn 2,4; 7,30; 8,20), la hora en la que Cristo debe pasar de este mundo al Padre (13,1). Pero, al mismo tiempo, es también la hora de su glorificación que se cumple por la cruz, y que el evangelista Juan llama «exaltación», es decir, ensalzamiento, elevación a la gloria: la hora de la muerte de Jesús, la hora del amor supremo, es la hora de su gloria más alta. También para la Iglesia, para cada cristiano, la gloria más alta es aquella Cruz, es vivir la caridad, don total a Dios y a los demás.
Queridos hermanos y hermanas: He acogido con mucho gusto la invitación que me han hecho los Obispos de Croacia para visitar este País con ocasión del primer Encuentro Nacional de las Familias Católicas croatas. Deseo expresar mi gran aprecio por la atención y el compromiso por la familia, no sólo porque esta realidad humana fundamental debe afrontar hoy, en vuestro País como en otros lugares, dificultades y amenazas, y por tanto necesita ser evangelizada y apoyada de manera especial, sino también porque las familias cristianas son un medio decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión y para su presencia misionera en las más diversas situaciones de la vida. Conozco la generosidad y la entrega con la que vosotros, queridos Pastores, servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano en favor de la formación en la fe de las nuevas generaciones, así como por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las familias, es la vía fundamental para regenerar siempre nuevamente la Iglesia, y también para vivificar el tejido social del País. Continuad con disponibilidad este precioso cometido pastoral.
Es bien sabido que la familia cristiana es un signo especial de la presencia y del amor de Cristo, y que está llamada a dar una contribución específica e insustituible a la evangelización. El beato Juan Pablo II, que visitó este noble País por tres veces, decía que «la familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (Familiaris consortio, 50). La familia cristiana ha sido siempre la primera vía de transmisión de la fe, y también hoy tiene grandes posibilidades para la evangelización en múltiples ámbitos.
Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros hijos, y rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía, en este año en que celebráis el sexto centenario del “milagro eucarístico de Ludbreg”; introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la Sagrada Escritura en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo, como aquel de María y los discípulos, en el que se vive la unidad, la comunión, la oración.
Hoy, gracias a Dios, muchas familias cristianas toman conciencia cada vez más de su vocación misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio de Cristo, el Señor. Como dijo el beato Juan Pablo II: «Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una “buena nueva” para el mundo». Y añadió: «En nuestro tiempo son cada vez más las familias que colaboran activamente en la evangelización... En la Iglesia ha llegado la hora de la familia, que es también la hora de la familia misionera» (Ángelus, 21 octubre 2001). En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias cristianas, vuestro testimonio concreto, especialmente para afirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos. Queridas familias, ¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia. Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: «La edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, “pequeñas Iglesias domésticas”» (Discurso en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 junio 2005). Roguemos al Señor para que las familias sean cada vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia.
Queridas familias croatas: que viviendo la comunión de fe y caridad, seáis testigos de manera cada vez más transparente de la promesa que el Señor llevado al cielo hace a cada uno de nosotros: «… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos (Mt 28,20). Queridos cristianos croatas, sentíos llamados a evangelizar con toda vuestra vida; escuchad con mucha atención la palabra del Señor: «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). Que la Virgen María, Reina de los croatas, acompañe siempre vuestro camino. Amén. Alabados sean Jesús y María.
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