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Recordando al Venerable Juan Pablo II

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Sus palabras resonaron fuertes, enérgicas, valientes…

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Había que estar allí. Había que estar allí y allí estuvimos. Física o moralmente allí estuvieron todas las familias cristianas. Allí en La Castellana, en la Plaza de Lima; en la más amplia encrucijada madrileña para que cupieran todas las familias del mundo. ¿Todas la familias cristianaAlmudi.org - Juan Pablo IIs? No; también las que no lo son. Aunque sólo se viera humanamente, incluso sólo a esta luz de candil y no con la luminosidad de la fe, la familia, es una realidad planetaria, avalada y constatada con datos venidos de todas las comunidades humanas, algunas tan ancestrales que sólo ha podido ser trasmitida por tradición oral; y otras, escrita con antiquísimos documentos históricos.

Quien niega la realidad histórica de esta institución humana fundamental se autoproclama como necio o ignorante. Además, en esa institución, la fidelidad a la indisolubilidad familiar que hoy para algunos no resulta comprensible, está igualmente comúnmente aceptada y exigida entre las comunidades cultas. No se puede amar sólo de prueba, no se puede aceptar a una persona sólo a título de experimento y por un tiempo. No es una cafetera que se compra y si no va bien se cambia. La persona humana posee una dignidad que supera toda realidad cósmica y artesanal. Todo el firmamento vale menos que un acto libre de amor humano, por ejemplo.

Veintiséis años largos habían transcurrido desde que en España, en Madrid, llegara por primera vez un Papa a visitarnos. El recientemente encumbrado ya como Venerable Juan Pablo II, al año de su terrible atentado, nos visitaba. Sus palabras resonaron fuertes, enérgicas, valientes, ante el alcalde Tierno Galván y otras autoridades de la capital y del gobierno a punto de pasar el poder a los socialistas elegidos democráticamente. Paradojas de la vida. Un acontecimiento espiritual único en nuestra historia y en qué momento se producía.

La historia humana nos enseña muchas cosas pero ahora querría señalar éstas: en primer lugar, que el ser humano, pese a su inclinación al egoísmo, al mal que le lastra acaba siempre por subir a la superficie, a respirar el aire puro de la verdad de quien es criatura llamada a encontrar la verdad de la que es capaz y, en segundo lugar, que los pueblos donde hay familias estables, cuyas mujeres, esposas y madres paren gozosamente, son las que han conquistado nuevas tierras. El mundo es de Dios y los inquilinos que lo habitan han de satisfacer el alquiler de su cuidado cuando por falta de brazos no se hace lo da a los ocupas que sigan la ley natural que llevan en sus corazones. No matarás o no abortarás es un mandato ínsito en el corazón del hombre que reconcome como a Caín cuando mató a su hermano.

Por la fuerza de las armas sólo cualquier conquista dura poco. Los pueblos bárbaros (como se llamaba a los extranjeros) se hicieron con el imperio romano de esta manera; pero no hubieran subsistido largo tiempo si no se hubieran cristianizado. Clodoveo en la Galia, luego Hispania…, y así sucesivamente Europa se consolidó gracias a la fe. De no haber sido así bien pronto habrían caído en “la cultura de la cabra” como han proclamado y siguen enseñando hoy otras religiones. Las catedrales góticas o la actual de la Sagrada Familia en Barcelona de Gaudí las han hecho la fe y la ciencia en perfecta e inseparable simbiosis.

¿Miedo, temores al futuro? Un cristiano debe tener sólo miedo de sí mismo porque sabe, por conocimiento propio, que puede prescindir de Dios y Él se lo consiente, aunque siga Dios cuidando del hombre en su continua Creación o Providencia. En la Castellana, en la Plaza de Lima, me he sentido –una vez más– omnipotente por la cercanía de un Dios que es Familia, por la cercanía de un Dios encarnado que viene a nosotros en una Familia Sagrada y por una Iglesia la nueva Familia de Cristo dónde se palpaba la alegría, la fraternidad y la fe común en la variedad de lenguas, de temperamentos, de carismas, de razas…, etc.

El cristianismo –dirá en una ocasión un conocido converso inglés–, por enorme que haya sido la revolución que supuso, no alteró esta cosa sagrada, tan antigua, que es la familia; tan solo hizo más que darle la vuelta. No negó la trinidad de padre, madre y niño: sencillamente la leyó al revés, haciéndola Niño, Madre y Padre. Y a ésta ya no se llama familia, sino Sagrada Familia, pues muchas cosas se hacen santas con sólo darles la vuelta. Termino estas líneas con unas palabras del Venerable Juan Pablo II: «La casa de la Sagrada Familia fue el primer templo, la primera iglesia, en la que la Madre de Dios irradió su luz con su Maternidad. La irradió con su luz que procedía del gran misterio de la encarnación: el misterio de su Hijo»[1].

Y en otra ocasión, decía: «Queridas familias cristianas: ¡anunciad con alegría al mundo entero el maravilloso tesoro que, como iglesias domésticas, lleváis con vosotros! Esposos cristianos, en vuestra comunión de vida y amor, en vuestra entrega recíproca y en la acogida generosa de los hijos, ¡sed en Cristo luz del mundo! (…). Esposos cristianos, sed “buena noticia para el tercer milenio” testimoniando con convicción y coherencia la verdad sobre la familia. La familia fundada en el matrimonio es patrimonio de la humanidad, es un bien grande y sumamente apreciable, necesario para la vida, el desarrollo y el futuro de los pueblos. Según el plan de la creación establecido desde el principio, es el ámbito en el que la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, es concebida, nace, crece y se desarrolla. La familia, como educadora por excelencia de personas, es indispensable para una verdadera ecología humana»[2].

Pedro Beteta. Doctor en Teología y Bioquímica

Notas

[1] Homilía en Loreto, 8-IX-1979.

[2] En el IV Encuentro Mundial de las Familias celebrado en Manila del 23-I-2003.

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