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El sacerdote está para servir

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Un “don” inmenso que pide humildad, caridad universal y servicio infatigable y generoso

Gaztelueta al día

La carta de Benedicto XVI para el Año sacerdotal se ofrece directamente a los sacerdotes; indirectamente, a todos los cristianos, para que apoyen la renovación interior que la Iglesia y el mundo necesitan actualmente de los sacerdotes. El sacerdocio se presenta como un “don” inmenso que pide humildad, caridad universal y servicio infatigable y generoso.

A la vez, es también una “herida”: de una parte, por los sufrimientos de muchos sacerdotes; de otra parte, porque la Iglesia sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. Esto no debe dejar en la sombra “el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios” y la fidelidad Almudi.org - Ramiro Pelliterode tantísimos sacerdotes a su vocación. Estas y otras cosas las viene explicando este año el Papa.

¿Quién y qué es el sacerdote? Por su ordenación, es instrumento y representante de Cristo, y, como tal, responsable y servidor del pueblo cristiano. “El sacerdote —resumía el Santo cura de Ars— no es sacerdote para sí mismo sino para vosotros”. Ser sacerdote se opone tanto a una visión meramente “espiritualista” o “individualista” donde sólo importara su relación personal con Dios, como a una visión meramente “funcionalista”, que sólo se fijara en su papel respecto a la comunidad cristiana. Con palabras del Papa: “Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación…”.

De ahí se deduce que el sacerdote deba procurar crecer en santidad, para que mejoren los frutos de su ministerio. Dicho brevemente, el sacerdocio es un don para servir como Cristo, por Él, con Él y en Él. Por eso, de su unión con Cristo “brotan todos los demás elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el empeño de anunciar y dar testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños”. De su testimonio convencido y alegre —los sacerdotes se cuentan entre las personas más felices del mundo— surgen vocaciones para la entrega total a Dios.

En otros términos, “precisamente siendo todo del Señor, (el sacerdote) es todo de los hombres, para los hombres”. Su primera tarea cada día debe ser la oración, como fundamento de la Misa, de las confesiones, de la atención espiritual a las personas; y como antídoto contra las incertidumbres, los cansancios y las visiones temporalistas del sacerdocio.

En la carta, el ejercicio del ministerio sacerdotal se explica según los tres “oficios” de Cristo: la liturgia, la predicación y el servicio a la comunidad. En la Misa el sacerdote ofrece su propia vida como sacrificio en unión con la de Cristo, al mismo tiempo que asume las ofrendas —que representan la vida entera— de los fieles.

En función de la Eucaristía está el sacramento de la Penitencia, donde el sacerdote representa a Cristo y a la Iglesia, como pastor que sabe atender personalmente a quien recurre a él: le anima y le consuela, le advierte o le fortalece, le hace participar del amor misericordioso de Dios, que perdona.

En cuanto a la predicación, ésta pide del sacerdote el conocimiento de la Escritura y su meditación para hacerla vida propia. Finalmente, el servicio que presta a la comunidad cristiana exige también determinadas virtudes, como la humildad, la caridad y la generosidad, la pobreza, la castidad y la obediencia al Obispo.

El sacerdote tiene como grandes “colaboradores” a los fieles laicos, los cristianos corrientes, que forman también parte del “único pueblo sacerdotal” (la Iglesia). Con el bautismo los cristianos reciben una participación real del sacerdocio de Cristo, para convertir toda su vida (sus trabajos, alegrías y penas) a través de la Eucaristía, en un medio para su propia salvación y la de los demás.

El sacerdote ha de presentarse ante los demás fieles con un punto de “gravedad” afable. El pueblo cristiano consciente ha sabido siempre tratar al sacerdote con respeto y cariño, porque, sea quien sea, ve en él a Cristo. Sacerdotes y laicos forman la familia de Dios, cada uno con la responsabilidad que le toca.

Estos mismos principios rigen la relación del sacerdote con los diversos grupos y movimientos eclesiales que Dios suscita para enriquecer a la Iglesia y al mundo. Además, como el sacerdocio no es una realidad individual sino que se ejerce en comunión, el Papa habla de la conveniencia de que los sacerdotes se agrupen o asocien en “formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva”. Así se refuerza la unidad con el Obispo, la fraternidad y la formación permanente de los sacerdotes.

Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra

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