Almudi.org
  • Inicio
  • Libros
  • Películas
    • Estrenos de CINE
    • Estrenos de DVD - Streaming
    • Series de TV
  • Recursos
    • Oración y predicación
    • La voz del Papa
    • Infantil
    • Documentos y libros
    • Opus Dei
    • Virtudes
    • Kid's Corner
  • Liturgia
    • Misal Romano
    • Liturgia Horarum
    • Otros Misales Romanos
    • Liturgia de las Horas
    • Calendario Liturgico
    • Homilías de Santa Marta
  • Noticias
  • Almudi
    • Quiénes somos
    • Enlaces
    • Voluntariado
    • Diálogos de Teología
    • Biblioteca Almudí
  • Contacto
    • Consultas
    • Colabora
    • Suscripciones
    • Contactar
  • Buscador
  • Noticias antiguas
  • Dios y la Play Station

Noticias antiguas

Dios y la Play Station

  • Imprimir
  • PDF
Antes de preguntar si existe Dios, tendríamos que preguntarnos si nos lo merecemos

ABC

Al no estar protegido por ningún copyright (¿quién se acuerda, hoy por hoy, del segundo mandamiento?) el nombre de Dios no es que se tome en vano, es que se toma, a veces, por el pito del sereno. Ahí tienen, por ejemplo, lo de «la máquina de Dios», un tubo de ensayo gigantesco en el que los científicos pretenden reeditar el Génesis.

Almudi.org - Tomás CuestaO lo de la «la partícula de Dios» —tan jaleada en los corrillos de internet en las últimas fechas— que sería algo así como el abracadabra del Big Bang, el preparados–listos–ya del universo. Total, que mucha investigación, mucho empirismo, mucha modernidad y mucho cuento, para acabar, a la postre, donde siempre. En el fumadero en el que se despacha el genuino opio del pueblo.

Porque, si fuese cierto eso de que el Altísimo se ha convertido en un liliputiense, ¿a qué diablos viene el enfermizo empeño por revestirse con sus galas y usurpar sus señas? Si la física hace servir la metafísica a guisa de cachava o andaderas, ¿habrá que suponer que el ser humano necesita creer hasta cuando descree? Lo que resulta obvio, le pese a quien le pese, es que, sin el concurso de la divinidad, no hay quien venda una escoba a cuenta de los fabulosos éxitos de la teología experimental y del creacionismo de probeta.

Que un sofisticadísimo artilugio denominado LHC termine siendo el «Deus ex machina» que nos permita enjalbegar el corazón de las tinieblas, es, sin lugar a dudas, una buena noticia, un verdadero «tour de force» de la sapiencia. Lo malo es obcecarse en mezclar churras con merinas y confundir las nalgas con las témporas.

El sueño de la razón engendra monstruos que no cesan de alumbrar estupideces. La última —«last but not least», naturalmente— es que, a partir de ahora, tendremos que sustituir el Libro por un libreto a tono con los nuevos tiempos. «En el principio era el Bosón de Higgs», vayan tomando nota y advertidos quedan. Cosa distinta es que el oscurantismo, la reacción y el beaterio se nieguen a apearse de las viejas palabras y del dogmatismo añejo: «En el principio era el Verbo».

Dios no juega a los dados —aseguraba el señor Einstein—, mas, a lo que parece, son legión los que tratan de hacerle morder el polvo jugando a la Play Station. El hombre que puso el infinito en solfa y que (dicho a lo bruto, o, al menos, a voleo) supo meter al cosmos en vereda, se refería al Creador con bastante frecuencia.

Y, aunque no fuera amigo de sinagogas ni de iglesias, siempre lo hizo con respeto. Daba el perfil de aquel «ateo virtuoso» que, a la manera de Spinoza, rastrea en lo fugaz la huella de lo eterno. Que paladea sin reservas la belleza del mundo y se ríe sin freno con los cortes de mangas del sastre de Samuel Beckett:

— El cliente: Dios ha hecho el mundo en seis días y usted..., usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis meses.

— El sastre: Pero señor, mire el mundo, mire su pantalón y admire la diferencia.

Lo cual, que el señor Einstein —que era un genio risueño— se partía de risa; reía a calzón quitado y a pernera suelta. Y seguro que al Señor también le cayó en gracia un chiste tan ingenuo, a la par que tan serio. «La máquina de Dios», por contra, es una memez obscena y «la partícula de ídem» bordea lo siniestro. Al cabo, antes de preguntar si existe Dios, tendríamos que preguntarnos si nos lo merecemos.

Colabora con Almudi

Quiero ayudar
ARTÍCULOS
  • EL VALOR DE LA AMISTAD EN LA VIDA DEL HOMBRE La libertad de ser uno mismo con el otro
    Melisa Brioso, Blanca Llamas, Teresa Ozcáriz, Arantxa Pérez-Miranda Alejandra Serrano
  • La guerra de Rusia contra Ucrania: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
    Javier Morales Hernández
  • El deseo en la cultura de la seducción
    Manuel Cruz Ortiz de Landázuri
  • Tolkien, maestro de la esperanza
    Benigno Blanco Rodríguez
  • La educación democrática en el contexto de la deliberación y el agonismo político
    Sergio Luis Caro Arroyo
  • La Virgen María y el culto mariano en el arte y la literatura de la España de la edad de plata
    Javier García-Luengo Manchado
  • La Asunción de María
    José Ignacio Munilla
  • La familia de Dios padre: la fraternidad de los hijos de Dios
    Jean-Louis Brugues
  • La educación emocional, el auto-concepto, la autoestima y su importancia en la infancia
    Ana Roa García
  • El problema de la prohibición en la ética
    Roberto Gutiérrez Laboy
  • Legalidad y legitimidad
    Luis Legaz Lacambra
  • Eficacia de la Sagrada Escritura en la configuración de la vida cristiana
    Bernardo Estrada
  • Aprender a amar: amor y libertad
    Teresa Cid
  • Cristo hombre perfecto. Naturaleza y gracia en la Persona Divina de Cristo
    Ignacio Andereggen
  • Revolución de la ternura: un nuevo paradigma eclesial en el pontificado de Francisco
    Amparo Alvarado Palacios
MÁS ARTÍCULOS

Copyright © Almudí 2014
Asociación Almudí, Pza. Mariano Benlliure 5, entresuelo, 46002, Valencia. España

  • Aviso legal
  • Política de privacidad