Almudi.org
  • Inicio
  • Libros
  • Películas
    • Estrenos de CINE
    • Estrenos de DVD - Streaming
    • Series de TV
  • Recursos
    • Oración y predicación
    • La voz del Papa
    • Infantil
    • Documentos y libros
    • Opus Dei
    • Virtudes
    • Kid's Corner
  • Liturgia
    • Misal Romano
    • Liturgia Horarum
    • Otros Misales Romanos
    • Liturgia de las Horas
    • Calendario Liturgico
    • Homilías de Santa Marta
  • Noticias
  • Almudi
    • Quiénes somos
    • Enlaces
    • Voluntariado
    • Diálogos de Teología
    • Biblioteca Almudí
  • Contacto
    • Consultas
    • Colabora
    • Suscripciones
    • Contactar
  • Buscador
  • Noticias
  • Misericordia

Misericordia

  • Imprimir
  • PDF
Escrito por Pedro López
Publicado: 15 Julio 2015

El cuidado que se requiere de los demás y el desvelo que los demás necesitan de mí, exigen una entrega y una atención que no esté condicionada

Mi amigo me comentaba con entusiasmo, muy suyo, las clases que imparte en un máster sobre narrativa creativa, dirigido a publicistas y comunicadores. Me iba desgranando la materia de la asignatura, basada en hitos literarios que han de actualizar. Desfilan Ulises (Homero), Hamlet (Shakespeare), Antígona (Sófocles), etcétera.

En medio, había introducido la lectura de la parábola evangélica del hijo pródigo. Aquél que escurre el bulto, se larga del hogar, se gasta la pasta gansa en juergas (dinero que no era fruto de su trabajo, sino de la dádiva paterna); y luego, apesadumbrado por el hambre canina que comienza a padecer, decide regresar a la casa paterna. Es sincero, reconoce que sólo le mueve su lamentable indigencia en tierra extranjera y el severo estado de desnutrición en que se encuentra.

Al otearlo en lontananza, su padre se abalanza hacia él, le organiza un fiestón por todo lo alto, y le devuelve la dignidad filial, la misma de la que el propio desgraciado se había despojado a sí mismo. Como sabemos, el hijo mayor se indigna y acusa a su padre de favoritismo; le echa en cara que él, que ha estado todo el tiempo a su lado, codo con codo, trabajando en la hacienda familiar, no haya disfrutado siquiera de una pequeña fiesta con sus amigos.

Los alumnos de mi amigo, al oír este dislate paterno y el justo reproche del primogénito, rechinan los dientes. ¿Cómo es posible? Estamos ante una injusticia intolerable. ¡No hay derecho! ¡El muy sinvergüenza! ¡Viene y como si nada! ¡Mientras su hermano se ha desriñonado atendiendo los negocios familiares!

Recientemente, leía en una columna de una afamada periodista, madre, la indignación que le producía imaginar que “si uno de mis dos hijos se dedicara a deshonrar mis principios, dilapidando al mismo tiempo mis ahorros, mientras el otro trabajaba duro en aras de cumplir con su deber, jamás cometería la injusticia de premiar el arrepentimiento del primero por encima del mérito acreditado por su hermano. Eso sería tanto como decir a este último que su esfuerzo resultaba inútil, su rectitud prescindible y su hombría de bien, casi nada”.

No voy a echar más leña al fuego. Pero sí aclarar lo que en general nos perdemos. Es verdad, la justicia ha de llegar. Sin justicia no es posible la convivencia. Pero dicho esto, es necesario apelar a la misericordia: la misericordia es pasar varias estaciones a la justicia.

Tomás de Aquino lo explica afirmando que en la medida en que sobreviene la misericordia, configurada por el apropiado juicio racional, la misericordia se construye como virtud: no es mera pasión, ni un estado emocional. Indica que en la vida de la comunidad resulta fundamental esa sabiduría para la misericordia que va más allá de las obligaciones comunitarias.

Y MacIntyre señala que la misericordia implica ir hacia una necesidad urgente y extrema, sin que importe quién sea la persona. La misericordia es considerar el dolor, la aflicción de otra persona como propia. Hay que discurrir, ante estados de dependencia: yo he podido ser él o ella. El cuidado que se requiere de los demás y el desvelo que los demás necesitan de mí, exigen una entrega y una atención que no esté condicionada. Y esto, lo entendemos todos; y si no, es que hemos perdido la capacidad de humanizarnos. Quizá sea ese el fondo de la cuestión.

Pedro López, en levante-emv.com.

  • Anterior
  • Siguiente

Colabora con Almudi

Quiero ayudar
ARTÍCULOS
  • El concilio ecuménico Vaticano II: características de la recepción de un concilio singular (I)
    Joaquín Perea González
  • La inculturación de la fe, desafío para una educación cristiana de calidad
    José María Barrio Maestre
  • Catolicismo y conquista del nuevo mundo. Función, apogeo y decadencia
    Felipe Pérez Valencia
  • El problema de la debilidad del espíritu
    Rafael Alvira
  • La ignorancia responsable en Aristóteles
    Mario Spangenberg Bolívar
  • EL VALOR DE LA AMISTAD EN LA VIDA DEL HOMBRE La libertad de ser uno mismo con el otro
    Melisa Brioso, Blanca Llamas, Teresa Ozcáriz, Arantxa Pérez-Miranda Alejandra Serrano
  • La guerra de Rusia contra Ucrania: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
    Javier Morales Hernández
  • El deseo en la cultura de la seducción
    Manuel Cruz Ortiz de Landázuri
  • Tolkien, maestro de la esperanza
    Benigno Blanco Rodríguez
  • La educación democrática en el contexto de la deliberación y el agonismo político
    Sergio Luis Caro Arroyo
  • La Virgen María y el culto mariano en el arte y la literatura de la España de la edad de plata
    Javier García-Luengo Manchado
  • La Asunción de María
    José Ignacio Munilla
  • La familia de Dios padre: la fraternidad de los hijos de Dios
    Jean-Louis Brugues
  • La educación emocional, el auto-concepto, la autoestima y su importancia en la infancia
    Ana Roa García
  • El problema de la prohibición en la ética
    Roberto Gutiérrez Laboy
MÁS ARTÍCULOS

Copyright © Almudí 2014
Asociación Almudí, Pza. Mariano Benlliure 5, entresuelo, 46002, Valencia. España

  • Aviso legal
  • Política de privacidad