Almudi.org
  • Inicio
  • Libros
  • Películas
    • Estrenos de CINE
    • Estrenos de DVD - Streaming
    • Series de TV
  • Recursos
    • Oración y predicación
    • La voz del Papa
    • Infantil
    • Documentos y libros
    • Opus Dei
    • Virtudes
    • Kid's Corner
  • Liturgia
    • Misal Romano
    • Liturgia Horarum
    • Otros Misales Romanos
    • Liturgia de las Horas
    • Calendario Liturgico
    • Homilías de Santa Marta
  • Noticias
  • Almudi
    • Quiénes somos
    • Enlaces
    • Voluntariado
    • Diálogos de Teología
    • Biblioteca Almudí
  • Contacto
    • Consultas
    • Colabora
    • Suscripciones
    • Contactar
  • Buscador
  • Noticias
  • 'Con la pequeña dictadora'

'Con la pequeña dictadora'

  • Imprimir
  • PDF
Escrito por Rosa Cuervas
Publicado: 20 Mayo 2012
Monseñor Leo Maasburg relata en un libro sus vivencias junto a la Madre Teresa de Calcuta

La Gaceta

Para la madre Teresa, su misión era tan sencilla como el Evangelio que (recuerda Maasburg el gesto que hacía con la mano la religiosa) «se lee con cinco dedos. A-mí-me-lo-hicisteis»

      El policía que custodiaba la entrada del Kremlin miró con recelo aquel estuche de cuero hasta que su portador le alargó una medalla de la Virgen Milagrosa. Le dejó pasar. Ya en el corazón de la Rusia comunista de 1984, en la iglesia de la Anunciación, el obispo exiliado Pavol Hnilica y el sacerdote Leo Maasburg celebraron en secreto —todo lo necesario iba en el estuche— una misa por la consagración de Rusia al corazón de María, tal como había pedido Juan Pablo II. Luego dejaron caer otra medalla entre las tumbas de los zares, tal como había pedido la madre Teresa: «Plantad las medallas en Moscú».

Misioneras de la Caridad

      Y cuando a la madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, se le metía algo en la cabeza, todos los que la rodeaban sabían que, de una forma u otra, acabaría por cumplirse. Lo aprendió Leo Maasburg, hoy director nacional de las Sociedades Pontificias Misioneras de Austria, pero entonces un joven sacerdote recién ordenado, la primera vez que se quedó a solas con la beata de Calcuta.

      Era 1982 y él hacía las veces de intérprete del obispo eslovaco Pavol Hnilica, que trabajaba ayudando a la Iglesia clandestina de los países comunistas del este. El obispo se marchó dejando solo —y desocupado— a Maasburg, que recibió de inmediato una petición de la de Calcuta. «Padre, ¿podría llevarme mañana al Vaticano?». La madre Teresa había sido invitada a la misa del Santo Padre y Maasburg no lo dudó un momento. Poco antes de las cinco de la mañana estaba listo para recoger a la madre Teresa y a otra hermana que la acompañaba.

      Juntos llegaron a las dependencias vaticanas y, tras un rato de espera que llenaron haciendo oración —quince misterios del rosario y una novena rápida—, se les indicó que pasaran. «El padre viene con nosotras», dijo firmemente la madre Teresa al guardia que había intentado detenerlo, puesto que no tenía invitación para asistir a la misa. Así el primer control, el segundo —«el padre viene con nosotras»—, el tercero —«el padre viene con nosotras»—, pero no el cuarto. A la entrada de los apartamentos papales dos policías vestidos de paisano detuvieron al padre.

      —Madre, el padre no tiene permiso, por lo que no puede ir con usted.

      —¿Y quién puede darle permiso al sacerdote?

      —Bueno, el mismo papa, o quizá monseñor Dziwisz.

      —Estupendo, entonces espere aquí —dijo mirando a Maasburg—, que le voy a preguntar al Santo Padre.

      —¡Per amor di Dio, madre Teresa! Es mejor que el padre vaya con usted —y mirando al padre—: Venga, pase.

      La pequeña dictadora —así la llamaban cariñosamente quienes sabían de su cabezonería— se había salido con la suya. Así que el padre Maasburg no solo entró en la misa privada del Santo Padre, sino que, minutos después, se preparaba bajo las órdenes del cardenal Dziwisz para concelebrar la misa con Juan Pablo II. «Monseñor, el padre va a concelebrar la santa misa con el Santo Padre», había notificado poco antes la madre Teresa.

"Tengo sed"

      Después de aquel día junto a la misionera de Calcuta vendrían muchos más, puesto que a Maasburg le fue encomendada la misión de acompañar a la madre Teresa a Cuba, Nueva York, Moscú y, cómo no, Calcuta. Fue su confesor, su amigo, su guía espiritual y la figura de ese sacerdote que la fundadora de las Misioneras de la Caridad siempre quería tener cerca, a mano, para sus hermanas.

      Porque ellas, y así se lo diría día tras otro, no eran trabajadoras sociales, sino «contemplativas en el mundo» y su alimento era «la oración», por encima de cualquier cosa. Por eso, aquel 1972 en que Bangladés quedó asolado por unas terribles inundaciones, la madre Teresa envió a sus hermanas para ayudar, sí, pero también insistió en que volvieran a casa para la adoración y la santa misa en lugar de hacer una excepción y trabajar de forma continuada como pedían los equipos de socorro. Esa era su misión y la de sus hermanas: orar y amar, amar hasta que duela y orar. Ver en cada pobre al mismísimo Jesús.

      Una misión que comenzó en 1946, cuando se cumplían nueve años de los votos perpetuos de la madre Teresa como religiosa de las Hermanas de Loreto. Viajaba en tren hacia Darjeeling, al norte de la India, cuando vio a un grupo de necesitados. Entonces en su corazón resonaron con fuerza las palabras de Cristo en la cruz —“tengo sed”— expresión última y suprema, diría la madre Teresa, del amor de Dios hacia los hombres. Él tiene sed de nuestro amor. Desde aquel día su compromiso con los más pobres entre los pobres —pobres materiales y también de espíritu— se extendió por los cinco continentes; incluso llegó, justo un año después de aquella medalla milagrosa que cayó en el Kremlin, a la Rusia comunista.

      Para la madre Teresa, su misión era tan sencilla como el Evangelio que (recuerda Maasburg el gesto que hacía con la mano la religiosa) «se lee con cinco dedos. A-mí-me-lo-hicisteis». Por eso cuando estaba en Calculta no dejaba de acompañar a sus voluntarios a Nirmal Hriday (‘corazón puro’), la casa de los moribundos y también “hija predilecta” de la beata.

      Llevaba a cada voluntario hasta los pies de una cama, le tomaba la mano, le hacía la señal de la cruz en la frente y lo acercaba hasta el moribundo. «Háblale, ayúdale a comer, dale la mano». Luego, con todos colocados, se retiraba a un rincón desde el que observaba la escena: decenas de voluntarios cuidando a Jesús. Y así hizo, también, cuando Juan Pablo II visitó Nirmal. Lo tomó de la mano, lo acercó hasta una cama y, mirando al moribundo, dijo: «Bendígalo, Santo Padre».

Un cambio de vida

      La beata cambió la vida de Maasburg —“me enseñó a ser sacerdote”—, y la de quienes la conocieron, pero también la de muchos que ni tan siquiera estuvieron cerca de ella. Como aquel joven americano, dedicado al tráfico de drogas y armas, que un día escuchaba música mientras conducía su coche. La emisora interrumpió la programación para emitir el discurso que daba la madre Teresa, recién premiada con el Nobel, al recibir las llaves de la ciudad de San Francisco. Tres minutos después de oír su voz, el joven empezó a llorar. Tanto que tuvo que parar el coche en el arcén.

      Luego llamó a la emisora y preguntó quién había hablado. Después buscó la dirección de la casa de las Hermanas en San Francisco y se enteró allí de que había una congregación masculina. Fue, hizo un retiro, se confesó y empezó una nueva vida.

      Todas estas anécdotas vividas y contadas por el padre Maasburg llegan a España de la mano de un libro de título simple —La madre Teresa de Calcuta— con el que el sacerdote quiere solo hacer lo que la madre Teresa le enseñó. Fue aquel día en que le pidió que dirigiera los ejercicios espirituales de sus hermanas.

      —Claro, madre, ¿cuándo los haremos?

      —Mañana.

      —¿Mañana? ¡Si no he preparado nada!, ¿de qué les voy a hablar?

      —Hable de Jesús.

Rosa Cuervas

  • Anterior
  • Siguiente

Colabora con Almudi

Quiero ayudar
ARTÍCULOS
  • Aprender a amar: amor y libertad
    Teresa Cid
  • Cristo hombre perfecto. Naturaleza y gracia en la Persona Divina de Cristo
    Ignacio Andereggen
  • Revolución de la ternura: un nuevo paradigma eclesial en el pontificado de Francisco
    Amparo Alvarado Palacios
  • La confesión sacramental, un camino de libertad y de amor a Dios
    Redaccion opusdei.org
  • El hombre como relación a Dios según Kierkegaard
    Juan F. Sellés
  • El juicio final en la teología de santo Tomás de Aquino
    Leo Elders
  • La «cooperación orgánica» del sacerdocio común y del sacerdocio ministerial en las Prelaturas personales
    José R. Villar
  • Eucaristía y sacerdocio
    Fernando Ocáriz
  • La Pedagogía del Amor y la Ternura: Una Práctica Humana del Docente de Educación Primaria
    César Enrique López Arrillaga
  • Mons. Álvaro del Portillo y el Concilio Vaticano
    Card. Julián Herranz
  • Una nueva primavera para la Iglesia
    Benedictus.XVI
  • El mensaje y legado social de san Josemaría a 50 años de su paso por América
    Mariano Fazio
  • El pecado: Negación consciente, libre y responsable al o(O)tro una interpretación desde la filosofía de Byung-Chul Han
    Juan Pablo Espinosa Arce
  • El culto a la Virgen, santa María
    Gaspar Calvo Moralejo
  • Ecumenismo y paz
    José Carlos Martín de la Hoz
MÁS ARTÍCULOS

Copyright © Almudí 2014
Asociación Almudí, Pza. Mariano Benlliure 5, entresuelo, 46002, Valencia. España

  • Aviso legal
  • Política de privacidad