Una llamada a la responsabilidad evangelizadora: debemos hacer un esfuerzo grande para que no se pierda ni uno de estos pobres opulentos
Se habla mucho de la Iglesia de los pobres. Es lógico, Jesucristo nos enseñó, en las primeras líneas del Sermón de la Montaña, en la Bienaventuranzas, “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”. Así que cualquiera que quiera seguir el evangelio tendrá buen cuidado de ser pobre, para participar de la Iglesia que Jesucristo quiere. No vayamos a quedarnos sin el reino de los cielos.
Así las cosas, si nos tenemos que preocupar porque todos se salven, ya que debemos ocuparnos de los que están lejos de Dios, deberíamos dedicarnos a la evangelización de los ricos. Jesús tenía mucha inquietud porque la salvación de los ricos. “Jesús dijo entonces a sus discípulos: En verdad os digo: qué difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (Mt 19, 23). Esto suena a una llamada a la responsabilidad evangelizadora: debemos hacer un esfuerzo grande para que no se pierda ni uno de estos pobres opulentos.
En ningún sitio dice el Señor que están lejos de salvarse los pobres, que hay que dedicarse intensamente a la evangelización de los menesterosos. Más bien nos dice que debemos ser pobres para salvarnos. Está claro que a los indigentes hay que ayudarles. Siempre se ha dicho −ya Santo Tomás entraba en este asunto− que es importante facilitar al necesitado una calidad de vida mínima suficiente como para llevar una vida cristiana normal. Y, ciertamente, en Occidente, en muchos lugares se va solventando bastante el límite de la indigencia.
Sin embargo, pocas veces he visto yo una preocupación directa, declarada, de evangelización de los ricos, que son los que, con palabras de Jesús, lo tienen más feo. Y lo entendemos. Somos conscientes de que en este mundo nuestro lleno de comodidades es muy fácil quedarse atrapado por las riquezas. Es muy fácil caer en el egoísmo.
Hay mucha gente que ha viajado a países del Tercer Mundo, a lugares donde se vive muy pobremente y, sin embargo, han encontrado personas acogedoras y generosas con lo poco que tienen. Personas que viven con lo mínimo y no tienen inconveniente en acoger al peregrino que llama a su puerta. Que reparten la pobreza.
Es más, hay mucha gente que ha estado en África, en misiones de voluntariado, en lugares muy pobres, y que cuentan lo llamativo de la sonrisa de los niños, y también de los mayores, de manera que el que viaja a aquellos lugares queda con una añoranza de volver, de estar con aquellas gentes alegres.
Parece una bobada, pero la riqueza entristece, crea más deseos de tener, convierte a las personas en egoístas. Evidentemente esto es una generalización, porque en todos los sitios se puede uno encontrar con gente generosa, personas que viven desahogadamente y están siempre pensando en cómo ayudar a los necesitados. Pero lo que abunda es el cómodo, el materialista, el que se cierra en sus bienes.
Por lo tanto, parece que, en nuestro ambiente, es más urgente la evangelización de los ricos. Parece que habría que preocuparse un poco de tantas personas incapaces de entender el cristianismo porque están encerrados en sí mismo. Sin juzgar ni hablar de nadie en concreto, es tan frecuente encontrar por la calle gente triste. Sí, por las calles de los barrios ricos de Madrid, por poner un ejemplo.
Habría que plantearse, cuanto antes, qué hacemos con los ricos para que se salven, porque también ellos son hijos de Dios.